Esta hipótesis intenta así dar cuenta de algunas de las dificultades observables a nivel de los análisis de clase. Evoquémoslo a través de un estudio efectuado sobre la declinación del malestar en tres grandes grupos sociales. Si dejamos de lado consideraciones propiamente metodológicas15, lo interesante es el resultado al que llega el estudio: una distinción de orientaciones entre dos grandes grupos (sectores altos y bajos) y un relativo desdibujamiento de los sectores medios. Sin embargo, como el mismo trabajo lo muestra, el detalle de los procesos y configuraciones es más complejo: las clases bajas no son necesariamente progresistas en varios ítems (medioambientales); las clases altas lo son de manera más acentuada en varios otros (incluida la necesidad de reducir las desigualdades); la adhesión generalizada de todas las posiciones de clase al mérito escolar relativiza la capacidad de discriminación posicional de los bienes de calificación; la importancia central del tema de los servicios básicos entre los sectores populares contrasta con su menor sensibilidad en los sectores medios, etc. Una conclusión se impone: no hay correspondencia entre las posiciones de clase y las opiniones frente a las demandas. Reconociendo lo anterior, en su interpretación el autor privilegia la hipótesis de una posible reactivación de la lucha de clases (entre sectores altos y bajos) en detrimento de la tesis del malestar de la clases medias; pero el propio material permite formular una interpretación complementaria: la forja de una clase popular-intermediaria que articula y combina, reformulándolas, dimensiones tradicionalmente asociadas con los sectores medios o populares, poniendo en jaque cierto tipo de correlación entre posiciones y opiniones.
EL PROGRESIVO ADVENIMIENTO DE las clases popular-intermediarias responde a procesos estructurales irreductibles a una mera crisis económica, social o sanitaria por severas que estas sean. Si las clases popular-intermediarias están en el «medio» de la sociedad, no son clases medias (toman cada vez más distancia desde su mal-estar posicional del imaginario clasemediero); pero no se identifican tampoco con los otrora sectores populares. Aquí está el zócalo de lo que se manifestó en el estallido y profundizó la pandemia: el agrietamiento del universo de expectativas y horizonte clasemediero sobre el que el neoliberalismo asentó su seducción. Para analizar este proceso la tesis de la frustración relativa es insuficiente.
Si dentro de las clases popular-intermediarias la heterogeneidad es siempre significativa, esta se difumina cuando este grupo se compara con el sector acomodado. Para comprenderlo, la noción de mediana de ingresos (y no de promedio) es por eso fundamental: una medida estadística que divide a la sociedad en dos partes similares (la mitad superior ganando más que la línea mediana, la mitad inferior ganando menos).
La mediana permite comprender una de las razones de la formación de las clases popular-intermediarias en América Latina. La desigualdad y la concentración de la riqueza es tal en los deciles superiores (y no solamente en el 1%), que con respecto a la mediana de ingresos el salario mínimo está varias veces cercano a ella. La mediana no permite dividir claramente a las clases medias de los sectores populares; una frontera que se instituyó durante mucho tiempo en torno a separaciones simbólicas, morales, culturales o de estilos de consumo. Estas fronteras, sin desaparecer, han sido puestas en jaque por la expansión de la escolarización, una cierta movilidad social, la modernización cultural, una inestabilidad social generalizada. Resultado: las segregaciones espaciales y las distinciones a nivel del consumo, aunque fuertes en algunos casos, no logran dividir rotundamente a los miembros de las clases popular-intermediarias que poseen relativamente moderadas diferencias a nivel de sus ingresos (que se extienden así entre el tercer decil y el séptimo u octavo)16. O si se prefiere, forzando el análisis, en lo que a sus ingresos familiares se refiere el corazón de este grupo fluctúa entre el salario mínimo (325.000 pesos brutos, o un 20-30% menos) y algo por encima del ingreso mediano (400.000 pesos, o hasta un 20-30% más). Esta escala de ingresos traza diferencias importantes, pero más allá de las cifras, lo esencial se juega a nivel de las experiencias y los imaginarios.
Las distinciones entre clases medias y sectores populares, sin desaparecer, ceden en importancia frente a las experiencias comunes y el imaginario del grupo popular-intermediario, y diferencia a este último significativamente de los sectores acomodados. Importantes membranas existen dentro de las clases popular-intermediarias en función de los estilos de consumo, lugar de residencia, trayectorias escolares, pero todas ellas siempre son más tenues que la frontera externa que separa a este grupo de los sectores acomodados.
La consolidación de la clase popular-intermediaria (sus desafíos, expectativas, horizontes), su mal-estar posicional sobre todo, cambia los términos del debate y los juicios acerca del modelo neoliberal. Los individuos analizan la realidad desde otras coordenadas. La conciencia cotidiana de la vida dura se impone a las ilusiones y promesas del imaginario clasemediero. En esto, a través de esto, la sociedad chilena ha roto con el malestar. Ya no se trata de frustraciones engendradas por expectativas excesivas, sino de toda otra percepción de la estructura social, sus desigualdades, oportunidades y durables dificultades. Como lo analizaremos, la plural inestabilidad posicional vivida por las clases popular-intermediarias ha sido alimentada por muy diversos procesos, generando un cúmulo de estrategias comunes de mantenimiento de clase (más que de reproducción), estrategias indisociables de distintas modalidades de acción colectivas, redes, tácticas familiares, endeudamientos y conductas individualizadas; estrategias que se alejan del imaginario clasemediero y se acercan, sin confundirse del todo, con el imaginario popular. Lo nuevo y distintivo: se generaliza una experiencia posicional compartida que caracterizaremos en otro capítulo como la vida dura.
11 Javier Pinedo Castro, «Chile a fines del siglo XX: entre la modernidad, la modernización y la identidad», en Eduardo Devés, Javier Pinedo, Rafael Sagredo (comp.), El pensamiento chileno en el siglo XX, México, Ministerio Secretaría General de Gobierno, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, F.C.E., 1999, pp. 313-357.
12 Danilo Martuccelli, La condition sociale moderne, Paris, Gallimard, 2017. Para un estudio cifrado de la estructura de las desigualdades planetarias que alimenta el desarrollo de las clases popular-intermediarias (aunque los autores de la publicación no usen el término), cf. Facundo Alvaredo et al. (coords.), Rapport sur les inégalités mondiales - 2018, Paris, Seuil – World Inequality Lab, 2018. También el índice de Palma señala que, en casi todas las sociedades, los deciles 9 y 5 captan la mitad del ingreso.
13 Las cartografías posicionales difieren según la técnica de investigación que se emplee. Ahí donde los métodos estadísticos privilegian la diferencia entre grandes agregados o grupos, los estudios históricos subrayan las narrativas de pugna entre actores, los trabajos cualitativos profundizan las experiencias posicionales. En este ensayo, apoyándonos en resultados de estudios cualitativos anteriores, intentaremos formular una hipótesis a tonalidad sociohistórica.
14 David Cannedine, Class in Britain, London, Penguin, 2000.
15 Este estudio cruzó la Consulta ciudadana del 2019 con la encuesta CASEN del 2017 gracias a un análisis de correspondencias múltiples y caracterizó las posiciones de clase inspirándose del trabajo de Erik O. Wright. Cf. Álvaro Arancibia Bustos, «¿Malestar de las «clases medias» o lucha de clase? Aportes para una explicación del estallido social chileno», Revista Izquierdas, n°50, enero 2021, pp.1-17.
16 En Chile, el tercer decil tiene ingresos de hasta 100.000 pesos por persona y el octavo decil hasta de 350.000 pesos. O sea, en función de su composición familiar, varios individuos se ubican potencialmente dentro de este rango de ingresos (el ingreso mediano familiar es de 850.000 pesos).
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