1 Este texto es deudor de un doble agradecimiento. En primer lugar, a los editores de LOM que me invitaron a presentar un manuscrito en la colección 18-O. Luego, a los evaluadores de una primera versión que, gracias a sus sugerencias y comentarios, me permitieron esclarecer y mejorar este texto.
2 Danilo Martuccelli, «El largo octubre chileno. Una bitácora sociológica», en Kathya Araujo (ed.), Hilos tensados, Santiago, USACH-Idea, 2019, pp. 369-476.
3 Paulo Slachevsky, Fragmentos de un despertar, Santiago, LOM ediciones, 2020.
4 Raúl Molina Otárola, Hablan los muros, Santiago, LOM ediciones, 2020.
5 Mario Garcés, Estallido social y una Nueva Constitución para Chile, Santiago, LOM ediciones, 2020; Kathya Araujo (ed.), Hilos tensados, Santiago, USACH-Idea, 2019; Carlos Peña, Pensar el malestar, Santiago, Taurus, 2020; Eugenio Tironi, El desborde, Santiago, Planeta, 2020; Gloria De la Fuente, Danae Mlynarz (coord.), El pueblo en movimiento, Santiago, Catalonia, 2020; Alberto Mayol, Big Bang, Santiago, Catalonia, 2019; Hugo Herrera, Octubre en Chile, Santiago, Katankura, 2020; Carlos Ruíz, Octubre chileno, Santiago, Taurus, 2020.
6 Manuel Antonio Garretón, «Reconstrucción de la política y proyecto país», in Tomás Moulian (comp.), Construir el futuro, vol.1, Aproximaciones a proyectos país, Santiago, LOM ediciones, 2002, pp. 89-135.
7 Interpretar por ejemplo Portales en el concierto del caudillismo latinoamericano (comparándolo con Rosas en Argentina o Castilla en el Perú) arroja toda otra luz sobre su acción (muy alejada del prohombre dotado de virtudes que describió Alberto Edwards en La Fronda aristocrática). Cf. Julio Pinto, Caudillos y plebeyos, Santiago, LOM ediciones, 2019.
8 Por poder infraestructural entendemos las capacidades efectivas del Estado en penetrar la sociedad civil e implementar concretamente las decisiones políticas. Cf. Michael Mann, The Sources of Social Power, vol.1, Cambridge, Cambridge University Press, 1986.
9 La noción de «gentío» no tiene en este ensayo ninguna vocación peyorativa. Ciertamente, como fue el caso con otras denominaciones afines («masas», «multitud», incluso «pueblo» en sus orígenes) acarrea hoy en día connotaciones a veces negativas. Si a pesar de ello recurrimos a este vocablo es porque circunscribe justamente el problema de la espinosa nominación de este actor social heterogéneo en ciernes. La posible resemantización positiva del término (o no) es una cuestión abierta cuyo desenlace pertenece a la historia social.
10 Este texto fue realizado en el contexto del Proyecto de Investigación Fondecyt N°1180338, «Problematizaciones del Individualismo en América del Sur» y se benefició del apoyo financiero de la Iniciativa Científica Milenio de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) adjudicado al Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder, NCS17_007.
Capítulo 1 Hacia el advenimiento de las clases popular-intermediarias
EL PROYECTO NEOLIBERAL BUSCÓ formar individuos adherentes al modelo. Las nuevas clases medias, o simplemente la generalización de los valores neoliberales entre varios actores que se autodesignaron y reconocieron como clases media, pasó a ser uno de los mejores termómetros de su popularidad. El crecimiento económico estimulado por el modelo (acoplado en parte con el súper ciclo de las commodities que conoció la región entre 2002-2014) fue la mejor garantía de su lustre en la sociedad chilena. Durante años, las críticas al neoliberalismo como un modelo antipopular se estrellaron contra el muro de su popularidad social.
I. El neoliberalismo y el nuevo malestar de la modernidad latinoamericana
Sin embargo, sigilosa y progresivamente, aunque no de manera invisible, la adhesión fue menguando. El funcionamiento del sistema de partidos políticos durante los años de la Concertación (1990-2010) dificultó detectarlo o lo ocultó, pero la desafección ya estaba en marcha. Las críticas al modelo fueron ganando audiencia a medida que los correctivos introducidos no lograron revertir las insatisfacciones. Todo esto pudo ser manejado en la medida en que el crecimiento económico y las expectativas de mejora individual seguían soportando el modelo, pero desde el 2010 se hizo cada vez más patente que el escenario cambiaba.
Argentina fue a inicios del siglo XX el teatro de un importante conjunto de debates acerca de lo que puede denominarse el primer malestar de la modernidad, sus promesas y desilusiones. Desde fines del siglo XX y durante las primeras décadas del siglo XXI, Chile fue el escenario de un nuevo ciclo de discusiones sobre lo que puede caracterizarse como un segundo malestar de la modernidad –debates en los que, aunque el término alienación se emplee muy escasamente, lo que se discute son sobre todo las consecuencias que los cambios en el periodo neoliberal han inducido a nivel de las subjetividades11.
Como fue el caso en el primer debate, la controversia gira en torno a las razones por las que el bienestar material genera malestares subjetivos. Sin embargo, las diferencias son significativas. En Chile, el motor del malestar no se vincula principalmente, como fue el caso en Argentina, con la presencia inmigrante o el gigantismo urbano de Buenos Aires –la primera ciudad moderna y cosmopolita de la región (Rubén Darío que vivió en ella entre 1893 y 1898, la bautizó sin más como «Cosmópolis»)–. En el caso chileno, el malestar se asocia más bien con el aumento de las expectativas y las presiones de movilidad social, de consumo, de competencia interpersonal. Además, signo de los tiempos, el punto álgido del malestar subjetivo no se diagnostica a nivel de la miseria espiritual, como se lo hizo desde consideraciones aristocráticas, sino sobre todo desde el impulso moral y antimaterialista que afirmó José Enrique Rodó en Ariel (1900) y que tuvo una profunda repercusión continental. A finales del siglo XX, en Chile, la sensibilidad cultural crítica fue distinta y se asentó más en torno a un conjunto plural de frustraciones sociales y económicas que en amputaciones espirituales.
El fatalismo de clase que en América Latina había estructurado una adecuación entre las expectativas subjetivas y las oportunidades objetivas dio paso, desde las últimas décadas del siglo pasado, gracias al crecimiento, a un fuerte aumento de las ambiciones. Para unos, el malestar resulta de la alienación y de la irrupción consumista de las masas; para otros es una variante de la frustración relativa; entre los conservadores, el malestar refleja el triunfo de los valores del mercado sobre los valores de la familia.
Aunque las perspectivas son distintas, las fuentes del malestar, en sus grandes líneas, son relativamente comunes. Bajo la influencia de una tradición crítica alemana, el malestar se construyó como una paradoja de la modernización: el conflicto entre la civilización material y la cultura subjetiva, entre las condiciones y las expectativas.
Es este diagnóstico el que, con el paso del tiempo, varió. La interpretación del malestar en tanto que tensión inducida por el propio éxito de la modernización económica se volvió cada vez menos pertinente. Las frustraciones ciudadanas cambiaron de humor. Ya no fueron solamente malestares: fueron tomando la forma de un conjunto plural de cuestionamientos a medida que creció la toma de conciencia de que el modelo no daba (y para muchos, no podía dar) lo que había prometido. El gran