Teniendo en cuenta esa caracterización, se puede afirmar que la higiene era parte integral del imaginario social (ideología) de gran parte de las élites gobernantes de la primera mitad del siglo XX, quienes pretendían llevar a Colombia a un estado de modernidad y progreso. La higiene y sus prácticas eran el instrumento por medio del cual el pueblo colombiano podía dejar de lado aquellos rasgos ancestrales que los acercaban a la barbarie (como el consumo de chicha o el uso de alpargatas) para convertirse en el pueblo civilizado, disciplinado y laborioso necesario para el desarrollo requerido por la economía capitalista. La higiene debía transformarse en un valor moral inherente a la persona y, a su vez, en un hábito social perteneciente a un imaginario colectivo. Por esta razón, debía ser enseñada, difundida y asimilada; inclusive, en muchas ocasiones debía ser impuesta si la tradición luchaba contra la modernidad.
Esto último remite al carácter político de la higiene. La política se puede interpretar como el espacio en el que el poder circula y en el que se aplican una serie de saberes y prácticas. La higiene como política se entiende como un dispositivo de poder, como un mecanismo de control y gestión social necesario para el gobierno de la población41. Esto significa que durante la primera mitad del siglo XX, los asuntos higiénicos no eran necesariamente una cuestión técnica ni médica cuyo ámbito de aplicación fuera exclusivamente el individuo. La higiene como política se manifestó en el entorno social por medio de prácticas como la adecuación de espacios urbanos (construcción de barrios obreros y viviendas para campesinos, acueductos y alcantarillados, hospitales, etc.); el fomento de la inmigración de ciertos grupos étnicos (preferiblemente anglosajón) y de la educación primaria como base de la formación de nuevos ciudadanos; la legislación sobre bebidas fermentadas o el uso de vestuario para trabajadores, entre otros aspectos.
Con respecto al concepto de intelectual orgánico, Antonio Gramsci estableció mediante el estudio de los mecanismos culturales utilizados para el sometimiento del proletario que los intelectuales son los encargados de ayudar a realizar dicho proceso de dominación, de una manera no violenta. Para Gramsci: “todo grupo social, al nacer en el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, crea a la vez orgánicamente, una o más capas intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de sus propias funciones”42. Esto significa que el intelectual orgánico es aquel que cumple la función de, por un lado darle identidad a la clase dominante y por el otro, llevar a cabo la dominación y la hegemonía social de las clases subalternas43. Para el caso del modo de producción capitalista, el intelectual orgánico por excelencia es el organizador técnico, es decir, un especialista en ciencia aplicada que mantiene todos sus rasgos característicos de orden y disciplina intelectual en función del ordenamiento social necesario para la economía capitalista44.
El político francés Hugues Portelli, en su estudio del concepto gramsciano de bloque histórico, nos presenta una síntesis muy acertada de la forma como Gramsci identificaba la función del intelectual orgánico:
Los intelectuales son las células vivas de la sociedad civil y de la sociedad política, ellos son quienes elaboran la ideología de la clase dominante, dándole así conciencia de su rol y transformándola en una “concepción del mundo” que impregna todo el cuerpo social. En el nivel de la difusión de la ideología, los intelectuales son los encargados de animar y administrar la estructura ideológica de la clase dominante en el seno de las organizaciones de la sociedad civil (iglesia, sistema escolar, sindicatos, partidos, etc.) y su material de difusión (mass media). Funcionarios de la sociedad civil, los intelectuales son también los agentes de la sociedad política, encargados de la gestión del aparato de Estado y de las fuerzas armadas […] Cada una de estas funciones —hegemónica, coercitiva, económica— contribuye a la unidad de la clase fundamental y a su hegemonía en el seno del bloque histórico.45
Lo anterior significa que el intelectual no es un agente pasivo ni independiente; y esto es de gran relevancia porque nos remite a dos asuntos esenciales dentro de la caracterización de Jorge Bejarano como intelectual orgánico: la autonomía del intelectual y la lucha por el poder. En el primer caso, Gramsci explica que, aunque los intelectuales se sientan una clase autónoma, no lo son, sino que forman parte del bloque hegemónico o son cooptados de otros sectores sociales, por ejemplo, del clero. En el segundo caso, los nuevos intelectuales de la era industrial entran en pugna con los intelectuales “tradicionales” (es decir, con los que caracterizan el orden económico y social de las sociedades rurales) por el control hegemónico del nuevo entramado social. Esta lucha refuerza el vínculo orgánico entre los intelectuales y la clase dirigente que busca consolidarse en el poder. Además, dicha clase permite que algunos intelectuales tradicionales sean cooptados con el fin de consolidar su dominio. Pero esta cooptación se da en la medida en que el intelectual, nuevo o tradicional, asuma los postulados ideológicos del grupo dominante y le sirva para sustentar su hegemonía.
De esta manera, se concluye que Jorge Bejarano es un intelectual orgánico de la élite gobernante de la primera mitad del siglo XX, pues en su larga vida política e intelectual y, en especial, en su lucha por la higienización del país, se observa ese proceso de dominación no violenta o de “consentimiento espontáneo de las grandes masas de la población a la dirección impresa de la vida social por el grupo fundamental dominante”46.
El concepto de política se aborda no solo como la competición electoral y la distribución burocrática del poder, sino como una relación más compleja entre acciones y conocimientos aplicados a un entorno social. Lo anterior se guía por los preceptos del investigador italiano Giovanni Sartori, para quien la política es el espacio en el que se relacionan la teoría y la práctica, el saber y el hacer, y de cómo por ello, los proyectos políticos triunfan o fracasan en la acción47. Este autor parte de un análisis teórico del momento en que se separan la esfera política de la social en el siglo XIX para hacer una aproximación a dos rasgos de la política: la autonomía y la identidad. Estos rasgos se ligan a los comportamientos políticos, lo que fue parte del interés por estudiar a Bejarano: “En la política no se da un comportamiento que tenga características de uniformidad asimilables a los comportamientos morales y económicos […] no equivale a indicar un tipo particular de comportamiento sino un ámbito y un contexto”48.
En el contexto de esa separación de esferas, en el que no hay un control político, sino un control social, y en el que las estructuras de los conglomerados humanos crean una relación de verticalidad entre las esferas, Sartori afirma que conceptos como poder y coerción no bastan por sí solos para caracterizar y circunscribir la esfera de la política49. Se debe tener en cuenta la existencia de otros poderes y otros estilos de coerción (jurídicos, económicos, religiosos) que interactúan en la esfera social. En el siglo XX, a la verticalidad de las esferas sociales y políticas se le une una dimensión horizontal con la democratización o masificación de la política. La política, antes identificada exclusivamente con los asuntos del Estado, aparece ahora articulada a los procesos sociales de manera más horizontal, lo que nos lleva a pensar la sociedad y el Estado en términos de sistema político y de subsistemas. Sin embargo, la verticalidad no se pierde. Con respecto a los procesos electorales afirma Sartori: “Basta observar que los procesos electorales son un método de reclutamiento del personal que irá a ocupar posiciones políticas; de lo que se desprende que son parte de los procesos verticales del sistema político”50. Además, aclara que no se debe confundir la influencia sobre el poder con tener poder; así, debemos distinguir el cómo y el dónde se genera el poder político, del cómo y dónde se lo ejerce.
Sobre estos elementos se puede afirmar con Jorge Bejarano que la política, por ende, es el espacio en el que se entrelazan elementos objetivos como las diferentes estructuras sociales, económicas, académicas, profesionales, etc., con elementos subjetivos como la vocación y la ambición política, entendida esta última no en sentido negativo, sino como la necesidad de integración a una estructura política jerarquizada en la que se escalan posiciones.
Por su