Por ello, al celebrar el Día de la Madre, más allá de la consabida invitación a comer y el regalo caro, quizá compense “recuperar culturalmente” el invaluable valor de ser madre y volver a proponerlo como “la más alta realización de la mujer” y el “mejor servicio a la sociedad”. Y lo ideal, obviamente, es que enarbolara dicha empresa a la par magnánima y contracultural, el auténtico feminismo, el feminismo verdadero que se interesa por la mujer y valora a la mamá.
Recuperar al padre
El eclipse del padre ha producido el eclipse de Dios en la sociedad. El resultado es un sentimiento de orfandad manifestado en la falta de referencias firmes, lo que vivencialmente se experimenta como un ir a la deriva. Cuando muchos individuos viven así, a la deriva, la sociedad entera se encuentra sin rumbo, presa del primer hábil que logre imponer su ley, su visión de la realidad.
No es una metáfora, es la conclusión a la que ha llegado el psicólogo Paul C. Vitz en su estudio: “La fe de los que no tienen padre. Psicología del ateísmo”, donde señala que un elemento común entre los grandes promotores del ateísmo de los siglos xix y xx, es una relación conflictiva o carencia de relación con su padre. La ausencia de la figura paterna o, peor aún, su encarnación perversa, conducen a dudar de Dios. Esa ausencia de lo sobrenatural nos deja sin criterios claros para orientar nuestra existencia en particular y la sociedad en general. La espiral del permisivismo se desenfrena, propicia el fracaso existencial de muchas personas, y el naufragio moral de sociedades enteras.
Por ello, a pesar de ir contracorriente, a pesar de ser “políticamente incorrecto”, a pesar de que finalmente sea sólo una excusa comercial para aumentar las ventas en junio, es muy conveniente revalorizar el papel del padre. Incluso para la fe cristiana, pues estamos acostumbrados a tratar a Dios como Padre, y ello no por capricho sino por revelación divina; sin embargo, al oscurecerse la figura paterna, uno no sabe finalmente qué significa eso. No comprendo a Dios porque no entiendo el papel y la función del padre en la vida. Y, a la inversa, nadie nace sabiendo ser padre. Es un arte que debe aprenderse y del que nunca se puede llegar a la cima, pues el modelo es Dios mismo. Para ser un buen padre, resulta muy conveniente tratar a Dios, hacer oración, pues ello ayuda a descubrir la envergadura de la misión recibida y la confianza depositada por Dios para hacer amable y accesible la figura divina.
Paternidad quiere decir origen, origen significa identidad. Saber quién soy y de dónde vengo es imprescindible para tener puntos de referencia estables y decidir, con conocimiento de causa, hacia dónde quiero ir, qué es lo mejor y más conveniente para mí. Carecer de esa referencia deja a las personas sin ese respaldo, ese suelo firme que les permite proyectar la propia existencia.
Pero, ¿cuál es la causa de la crisis de la paternidad? En realidad, es muy profunda, más de lo que podría apreciarse superficialmente. No es sólo resultado de la crisis de autoridad, por ver a la figura paterna como represiva e inhibidora de las propias potencialidades, llegando en casos patológicos a suplantar la personalidad del hijo por imponerle los propios valores y el propio ideal de vida. Ese paternalismo patológico conduciría a que los hijos no vivan sus vidas auténticas, sino que opresivamente cumplan un guion ajeno fijado por sus padres. Pueden darse abusos en este sentido, de hecho, se han dado, pero hacerlo regla general e incluso necesaria en el ejercicio de la paternidad es una falacia, un gran engaño.
Perdida la autoridad, se pierde la referencia y la orientación. La crisis de autoridad refleja la crisis de la verdad. No se acepta la verdad, pues se percibe como imposición; no tolero algo previo a mí que pretenda condicionar en modo alguno mis decisiones; no me agrada la realidad, prefiero mi capricho. La figura paterna es imagen de esa realidad que me precede y no depende de mis deseos; si quiero darle prevalencia a estos últimos, debo prescindir del padre, de la autoridad, de la verdad que condiciona mi libertad. Si hay verdad, mi libertad no es absoluta; la autoridad se percibe como límite de mi libertad. El error de esta visión es contraponer verdad con libertad, pues “la verdad nos hace libres” como reza el evangelio. Somos libres, pero nuestra libertad está situada, no es absoluta, aunque nos pese. La autoridad no necesariamente es represiva –puede llegar a serlo–, encauza muchas veces nuestra libertad para que no se malogre víctima del propio capricho. El padre es necesario para que sepamos armonizar ambos valores: libertad y verdad, y la autoridad unida al cariño imprescindible para hacernos amable, atractiva y asequible la virtud, como ejercicio pleno de nuestra libertad. Allí estriba el arte de ser padre.
Dinkys
No kids double income es el leitmotiv de un grupo creciente de profesionales jóvenes y no tan jóvenes que han renunciado a procrear para poderse dedicar más intensamente a su labor profesional y a su relación amorosa. Amor, trabajo y éxito, en definitiva, no serían compaginables con las onerosas tareas propias de la crianza. La difusión de este modelo social pone en evidencia un inquietante cambio de paradigma, cuyas consecuencias económicas, políticas, sociales, psicológicas y antropológicas apenas alcanzamos a entrever.
Obviamente, sin inmiscuirse abusivamente en la vida de los demás, como sociedad podemos reflexionar sobre la dirección que estamos tomando y adelantar algunas observaciones críticas en orden a mejorarla o, por lo menos, prever las consecuencias de las nuevas formas de organización.
Además, si uno es existencialista, como Sartre, sabe que sus propias decisiones no sólo lo deciden a uno mismo y su libertad, sino que en cierta forma elegimos a la humanidad entera, pues al elegirnos, señalamos aquello que consideramos mejor, valioso, excelente, rechazando en cambio lo que nos parece sin valor. Al elegirme, elijo a la humanidad entera y ofrezco un modelo y una escala de valores determinada. Si uno es cristiano sabe que no puede vivir de espaldas a la sociedad y a las grandes cuestiones de la humanidad. Nada ni nadie me debería resultar indiferente, deben encontrar acogida en mi corazón y en mi vida todas las legítimas inquietudes que anidan en el corazón humano, de forma que el corazón cristiano tome la forma del de Cristo. Es decir, sea un ateo existencialista o un cristiano coherente, debo interesarme por el rumbo que toma mi sociedad y ofrecer responsablemente mi libre contribución ciudadana al debate social.
Una primera observación al proyecto Dinky es que descansa en un error, tiene un punto de partida cuestionable. Antropológicamente es falso su presupuesto. ¿El fin de la vida es el éxito profesional? ¿Son los hijos enemigos del amor de la pareja? ¿La felicidad es algo exclusivamente personal, es decir, los otros son sólo o peldaños o estorbos? Interesantes estudios antropológicos, como la investigación de campo realizada por la Universidad de Harvard por más de 75 años, sobre una base de 724 hombres acerca de su vida y su felicidad, han mostrado cómo no es el éxito ni el dinero lo que hace felices a las personas, sino el tener relaciones estables de calidad. Entre más amplio sea mi entorno de personas relevantes, es decir, familia y amigos cercanos, más probabilidades tengo de tener una ancianidad feliz y, a la inversa, entre más solo me encuentro y con menos vínculos sociales, más proclive soy a la desdicha. El proyecto Dinky parece haber cedido acríticamente a un modelo individualista y consumista de felicidad, políticamente correcto, pero con graves inconsistencias.
El eslabón más débil dentro del proyecto Dinky es la mujer. El hombre puede replantearse su voluntaria esterilidad mucho más tiempo que la mujer. Si una mujer a los 40 años decide cambiar de paradigma, ya llegó tarde, o tendrá que recurrir a cuestionables prácticas, como a la congelación de óvulos o a vientres de alquiler. Al elegir este proyecto, en un momento de embriaguez, energía y vida, propias de la juventud, olvida los aciagos años en los que no tendrá tanta energía y padecerá en cambio una inmensa soledad.
Para la sociedad es también un problema esta elección, si se va difundiendo masivamente, pues no garantiza el relevo poblacional y crea situaciones injustas, porque finalmente serán los hijos de quienes no asumieron el modelo Dinky quienes carguen con el peso de los dinkys en su vejez.
La solución no es sencilla. Ha habido