e) Una concepción del cuerpo como propiedad personal absoluta, a libre disposición para la obtención del máximo placer, especialmente en el ámbito de las relaciones sexuales, desligadas de un vínculo conyugal institucional y estable. Pablo, sin embargo, afirma la pertenencia del cuerpo al Señor, excluyendo la inmoralidad (πορνεία), de tal modo que el cuerpo se convierte en cauce de glorificación de Dios (cf. 1Cor 6,13-20).
f) La disociación entre el acto conyugal y la procreación, en contra de toda la tradición de la Iglesia católica, desde la Escritura (Gn 1,28), hasta nuestros días.
g) La equiparación ética, y a veces jurídica, de todas las formas de emparejamiento. Así, se propagan no solamente las uniones sucesivas, las uniones de hecho, sin contrato matrimonial formal, y también las uniones de personas del mismo sexo. Las uniones sucesivas niegan de hecho la indisolubilidad. Las convivencias temporales o a prueba desconocen la indisolubilidad. Las uniones de personas del mismo sexo no reconocen el significado antropológico de la diferencia de sexos (Gn 1,27; 2,22-24), inherente a la comprensión natural del matrimonio, según la fe católica.
Aunque el documento se plantea propiamente la cuestión de la necesidad de la fe para recibir válidamente matrimonio como sacramento, deja constancia, para mostrar la profundidad del problema, de sus raíces antropológicas. Es decir, hemos cambiado de “antropología de referencia” para explicarnos las cosas más inmediatas y elementales, como lo es el matrimonio, pero, derivadamente, lo que significa familia, persona y, necesariamente, sociedad. El texto sirve entonces como atestación del cambio cultural que estamos viviendo, del cambio de paradigma, de lo que sucede cuando se abandona un relato de referencia para adoptar otro discordante y crítico respecto del anterior.
La actitud de repudio a lo precedente es lógica, nuevamente nos sirve el símil del matrimonio: es como preguntarle a una persona casada por segunda vez sobre cómo fue su primer matrimonio; normalmente tenderá a exaltar las deficiencias del primero, para enaltecer al segundo, pero ¡cuidado!, no nos vaya a salir como Enrique VIII o Liz Taylor, que terminaron cambiando de matrimonio como si se tratara de calcetines. Si comenzamos a experimentar con modelos antropológicos, cuando lo único que tenemos claro es que no queremos el anterior, el resultado puede ser desastroso, pues no es banal cambiar de paradigma de persona, familia y sociedad con ligereza y rapidez.
Por ejemplo, si se cambia la noción de persona, se adopta una antropología de referencia diferente. Tal modificación afecta profundamente la idea de los derechos humanos que tenemos, modifica lo que es socialmente aceptable y lo que no lo es. Para ejemplificarlo gráficamente, resulta socialmente aceptable practicarse un aborto, pero no resulta aceptable no recoger las heces de tu mascota por la calle. Es perfectamente moral, según este esquema, quien aborta a su propio hijo, pero recoge los excrementos de su perro en la vía pública. Resulta incluso algo maleable, pues probablemente, dentro de poco, resulte reprobable éticamente no ser vegano u oponerse a la eutanasia, por haberse modificado en su raíz lo que se entiende por derecho y moralidad.
El presente cambio de relato no supone solamente abandonar una noción de persona humana y sustituirla por otra. Es, en realidad, más profundo, pues implica el abandono del paradigma de la verdad, es decir, de considerar la verdad como uno de los bienes fundamentales de la sociedad, la vida y el mundo. Se cambia el paradigma de la verdad por otro antagónico, de la libertad sin responsabilidad y de los derechos sin obligaciones. No es solamente que ya no se entienda ahora a la verdad como valor supremo y que se sustituya por la libertad, finalmente otro bien fundamental, sino que actualmente se recela y se sospecha de la verdad, se la considera enemiga de la democracia, del pluralismo y de la tolerancia. Encierra en sí misma cripto-violencia, cerrazón e intolerancia. Ya no se puede disentir, ya no se puede corregir, ya no se puede aconsejar, pues todo ello supone la orgullosa posición de considerar que uno está en posesión de la verdad, mientras que los demás adolecen del error. Sería una postura orgullosa y poco cívica.
Obviamente, la postura de rechazar a la verdad y ensalzar la libertad y la diversidad es revisable. No resiste los mismos argumentos que se emplean para defender el principio de no-contradicción. Es decir, “es verdad que no hay verdad”. No se puede vivir ni pensar sin la aspiración a la verdad, supuesto de cualquier diálogo coherente. Pero resulta una sutil forma tendenciosa de manipular e imponer por decreto y sin el debate algún tipo de ideología subrepticia, en este caso, perfectamente identificable con los dogmas de lo políticamente correcto. Terminas siendo libre solamente de pensar como todos deben pensar. La disidencia es castigada con el linchamiento mediático o con la ley del hielo: nadie está dispuesto a escucharte ni a transmitir tu mensaje. Tu libertad queda reducida al estrecho espacio de tu interioridad, al mejor estilo de las dictaduras fascistas, nazistas o comunistas, sin nada del aparato de represión política. Se trata de una represión limpia.
Modificada profundamente la noción de “familia” y exaltado el individualismo, las personas deambulan excesivamente solas en la sociedad. El individuo ya no tiene intermediarios críticos frente al Estado o, más precisamente, frente a lo “políticamente correcto”. Toda la estructura de medios de comunicación y redes sociales ejercen un fuerte control sobre aquello que puede o no decirse. La dictadura de lo políticamente correcto termina por restringir drásticamente las libertades de expresión y religiosa. El individuo está solo, ya no tiene un hogar, es más controlable, si no por el Estado, sí por el algoritmo de la inteligencia artificial y el political correctness. Las formas de control superan ahora las fronteras de los países, sirviéndose de los medios tecnológicos de comunicación. Puedes ser despedido de tu trabajo por una publicación en Twitter o Facebook. O pueden borrarte de Twitter y Facebook si tus opiniones son excesivamente discordantes con el canon socialmente aceptado.
En efecto, los medios de comunicación, las redes sociales, los algoritmos propios de la Inteligencia Artificial, los monopolios tecnológicos pueden ejercer un fuerte influjo sobre los individuos, una especie de exhaustivo y extenuante marcaje personal, del cual resulta poco menos que imposible evadirse, dado que los necesitamos prácticamente para todo. De esta forma, ya no es el Estado quien te controla; de hecho, el sistema de control es supranacional.
Las temáticas abordadas en estas páginas atraen el interés de la opinión pública y de los jóvenes, porque representan manifestaciones de la crisis del cambio de paradigma. Son los puntos conflictivos, donde se evidencia la ruptura entre un modelo de hombre, familia, sociedad y cultura, que es sustituido por otro. Sencillamente, en estos temas aflora la factura dolorosa que deja el cambio de relato encargado de dotar de significado a la vida y el mundo. No se configura como algo inocuo, sino como una dolorosa metamorfosis. De alguna forma, la polémica pone en evidencia lo doloroso que suele ser tomar conciencia de abandonar una forma de vida y de ver al mundo, para ser sustituida por otra, y el proceso crítico que aquello comporta. Por eso, estos temas no suelen dejar indiferente al auditorio, pues de fondo se pregunta, más o menos conscientemente, si el nuevo modelo es realmente mejor que el anterior, y hasta dónde nos llevará todo este cambio.
¿Qué tan honda es la factura? ¿Son definitivamente irreconciliables los modelos? ¿Las narrativas son necesariamente antagónicas o cabe alguna mediación? En las páginas siguientes se exploran algunas líneas de sutura, se intenta proponer algunos puentes de diálogo entre las diversas versiones de la vida. No resulta sencillo, pero puede tomarse como punto de partida el valor de verdad que suele tener cualquier postura. Todo error, si busca convencer de alguna forma, tiene que adoptar la apariencia de verdad. Es decir, el cambio de paradigma obedece a algunos motivos más o menos serios, a diversas intuiciones, tiene detonantes. ¿Tienen algún valor de verdad? Parece ser que sí, si no, no serían capaces de convencer y cautivar.
Es decir, el presente texto busca, conscientemente, generar una empatía, intentar comprender las razones de quien no comparte nuestro punto de vista, ver si es posible encontrar un punto intermedio, un punto de unión, una causa común, un reclamo conjunto. ¿Por qué? Porque en la dimensión humana no solemos funcionar con un sistema binario: verdadero/falso, bueno/malo, correcto/erróneo; por el contrario, hay matices y un amplio margen de indeterminación.