Es un tipo de violencia institucionalizada porque los estudiantes aprenden que la institución permite comportamientos que pueden ir en contra de los estudiantes por ser violentos emocionalmente, y en definitiva, llegar a ser de un nivel de agresividad alto.
— Las decisiones arbitrarias. Este tipo de violencia generalmente va de la mano del autoritarismo y tiene que ver con las decisiones que los directivos o los profesores toman frente a sus estudiantes sin tener un soporte normativo ni de hechos reales, y que tienden a someter la rebeldía de los estudiantes; no hay razones ni argumentos que las justifiquen y únicamente se sustentan en la autoridad que se detenta.
Generalmente los estudiantes, especialmente los adolescentes, quieren saber las razones de una decisión. Nada hay más agresivo para aquellos que responderles “porque yo lo he decidido así”, puesto que es inherente a su condición el cuestionar, saber las razones, participar en la toma de decisiones, ser escuchados, disentir.
Es un comportamiento violento puesto que busca lo mismo que el autoritarismo: sojuzgar al estudiante, impedir su disenso, coartar su libre expresión, y en últimas, imponer el sometimiento revestido de respeto a la autoridad.
— El castigo. Es una estrategia de control que, como muchas de las enunciadas en este apartado, busca la sujeción del estudiante al control y la decisión de los adultos por medio de una estrategia totalmente punitiva, que busca intimidar y obtener la obediencia del castigado.
Como se verá en otro apartado de este texto, una cosa es sancionar o dejar que las consecuencias naturales de las acciones de los estudiantes sigan su curso normal, y otra es castigar para abatir y minar la autoestima de los estudiantes. Claramente el castigo se inscribe en esta segunda línea y genera en los estudiantes consecuencias devastadoras, asociadas con la humillación, la rabia, el resentimiento y la impotencia que experimentan frente a lo que deciden los adultos que los forman.
— Las presiones académicas. Si bien el sentido de una institución educativa es justamente la formación, en muchas instituciones lo académico tiende a convertirse en un fin en sí mismo, especialmente cuando se apuesta por ocupar los primeros lugares en los rankings de colegios. Tal propósito genera presiones muy fuertes para que los estudiantes obtengan buenos resultados, además de que en muchas ocasiones se los somete a entrenamientos en pruebas objetivas y simulacros, llegando a descalificar, hacer sentir mal y hasta excluir de la institución a quienes obtienen los resultados más bajos.
Este es un tipo de violencia porque, con un fin altruista como lo es la obtención de buenos resultados, se atropella a los estudiantes, se los somete a extenuantes jornadas de entrenamiento, se les aumenta la presión y se genera un clima de zozobra y de incertidumbre que se revierte en estrés y fobia escolar.
— Las actitudes psicológicas. En ocasiones los profesores o directivos de las instituciones educativas asumen posiciones de orden psicológico que se traducen en discriminación hacia los estudiantes, ya sea porque estos poseen habilidades especiales, porque tienen comportamientos distintos a los normales de los estudiantes de su edad, o porque carecen de las habilidades que el promedio de los estudiantes despliegan.
Este tipo de actitudes se constituyen en violencia institucionalizada en tanto son detentadas por los profesores o los directivos pero de todas maneras se dirigen en contra de los alumnos, quienes generalmente se hallan en estado de indefensión frente a las autoridades escolares. Por el daño que estas actitudes causan en la autoestima de los menores, en ocasiones terminan lesionando gravemente su integridad emocional.
— La negligencia académica del profesor. Es evidente que los profesores son modelos de excelencia académica para sus estudiantes. En este sentido, cuando un docente es negligente, es decir, no se actualiza permanentemente en su campo de experticia, no prepara sus clases, no enseña con calidad, no enseña todo lo que debe enseñar, deja temas o aspectos curriculares importantes sin abordar en sus clases, realiza sesiones de clase de muy baja calidad o repetitivas, sin tener en cuenta las necesidades, expectativas y búsquedas de sus estudiantes, entre otros muchos aspectos, genera un tipo de violencia pasiva contra sus estudiantes.
Es violencia ya que engaña y lastima los procesos académicos y formativos de los estudiantes, de tal manera que no pueden desarrollar su potencial, son engañados y en últimas, desde lo institucional, desde lo estructural, se deja pasar esta situación y no se toman las medidas o las estrategias para remediarla.
Si bien, estas son algunas de las manifestaciones que adquiere la violencia institucionalizada, y no se abarca ni se explora todo lo que podría caer bajo esta categoría, de todas maneras el enunciarlas y saber que existen, pero no darles solución, se constituye en un “caldo de cultivo” para otros tipos de problemas de convivencia, tales como el bullying.
No es el propósito de este texto abordar dicha problemática en toda su complejidad, pero bien vale la pena hacer este breve enunciado que llame la atención sobre elementos y aspectos que crean condiciones y modifican la cultura institucional al punto de hacer posible, e incluso, incentivar el bullying.
La gestión de la convivencia es una de las responsabilidades del directivo en una institución educativa. Normalmente se habla de otro tipo de gestiones, tales como la directiva, la de calidad, la académica, pero no de la de convivencia. Esta gestión requiere de una disposición, unas habilidades y unas competencias especiales por parte del directivo, que en la perspectiva de lo planteado en este texto, requiere de un abordaje especial.
Definición e implicaciones de la gestión de convivencia
Uno de los principios básicos de la gestión de la convivencia es el reconocimiento del valor de las personas en la organización. De acuerdo con ello, el tema central de la gestión, según Casassus (2000), “es la comprensión e interpretación de los procesos de la acción humana en una organización”, de ahí que el esfuerzo de los directivos se oriente a la movilización de las personas hacia el logro de los objetivos misionales.
La gestión es considerada como el conjunto de servicios que prestan las personas dentro de las organizaciones, situación que lleva al reconocimiento de los sujetos y a diferenciar las actividades eminentemente humanas del resto de actividades, donde el componente humano no tiene esa connotación de importancia. Lo anterior permite inferir que el modelo de gestión retoma y resignifica el papel del sujeto en las organizaciones, proporciona una perspectiva social y cultural de la administración mediante el establecimiento de compromisos de participación del colectivo y de construcción de metas comunes, lo cual exige al directivo docente responsabilidad, compromiso y liderazgo en su acción.
La gestión de convivencia busca, fundamentalmente, disponer todos los elementos con los cuales una institución educativa cuenta para organizar y ejecutar las tareas propias que aseguren la formación de los estudiantes en el ámbito de la convivencia, incluyendo la prevención de comportamientos y conductas disruptivas, a la par que busca la ejecución de los procedimientos contenidos en el PEI y en el Manual de Convivencia para la formación ética y moral, la formación ciudadana, la convivencia pacífica, la resolución pacífica de los conflictos, la prevención de la violencia y la maduración e integración afectiva de los estudiantes, entre otros aspectos.
Entendida la gestión de convivencia de esta manera, de ella se deduce una serie de implicaciones para su comprensión que bien vale la pena explicitar.
La primera acción que ella implica es justamente disponer los elementos de una institución educativa. Esta acción supone que el directivo conoce con propiedad esos elementos, los maneja y sabe organizarlos convenientemente para que funcionen integradamente en la organización escolar. Pero además, es preciso tener en cuenta que cuando se habla de elementos se hace referencia a procedimientos, procesos,