Un rastro de desconcierto sobrevoló la cabeza de Rufino. Por primera vez, la basurita debajo de la alfombra de Salvaje hacía su aparición. En años de profesión había aprendido a distinguir entre capricho y perversidad. Y era evidente que semejante desplante no tenía nada de capricho.
—¿Acaso no eras un gran candidato en las elecciones anteriores? —consultó Rufino echando insecticida al hormiguero.
—Las elecciones las ganan los candidatos. Siempre fue así. La campaña ha sido de gran ayuda, eso es indudable, me ha dado la consistencia y la coherencia que antes no tenía, pero se trata simplemente de un eslabón más dentro del engranaje de un reloj al que yo le doy cuerda.
—Estoy de acuerdo con el argumento de Salvaje —coincidió Septiembre—. No pretendas convencerme de que una buena campaña publicitaria puede llevar a la gobernación a un mal candidato. No me subestimes por favor.
—Un buen contenido debe tener siempre un buen envase, así de simple —respondió escuetamente Rufino.
—A veces los envases se usan como adornos —lo contradijo Salvaje.
—Ese es justamente el gran problema de la democracia —aseveró Rufino—, porque muchas veces llega al poder el candidato más popular y no el más capaz, el más carismático y no el más sereno. Se quedan con el envase y tiran el contenido.
—Ustedes, los publicitarios, son capaces de concebir lindísimos envases, aunque contengan pésimos contenidos, y ni se inmutan en facilitarle la llegada al poder a personas que adolecen de valores morales y principios éticos que regirán los destinos del país donde viven sus propios hijos.
—¡Hablando de estereotipos, qué significa esto de meternos a todos en la misma bolsa! —protestó Rufino—. En mi caso, jamás trabajaría para Jalid Donig, por ejemplo. No es momento de mirar para otro lado y negar que hay mercenarios en la actividad publicitaria; existen, así como en todas las profesiones. Pero si yo fuera uno de ellos, ustedes no estarían ejercitando la psiquis conmigo. Preciso es reconocer que un buen producto debe contar con un buen envase. Salvaje es un buen producto. Adhiero a gran parte de sus palabras y consideraciones. No hay discusión alguna. Lo único que le faltaba era mostrase como Salvaje y no como una mala fotocopia de un personaje estereotipado. Ese fue el motivo por el que salió derrotado en las últimas dos elecciones; porque lo convirtieron en un commodity: como una pala o un catre. Fue un fracaso de aficionado. Era un buen producto con un mal envase. En esta elección, por primera vez se animó a mostrarse sin rodeos, a caminar sin desviarse del camino. Es esa la razón por que la gente le confía su voto. Porque no hay nada más atractivo que una persona que se quita el disfraz y evita los atajos.
—Por oposición me estás diciendo que no estoy siendo auténtica —replicó Septiembre.
—Algo así.
—¿Vos sos realmente un tipo repelente o únicamente andás empecinado conmigo?
—Un poco de las dos cosas —contestó Rufino—. Lo que ocurre es que al que dice la verdad lo desacreditan y al que miente lo idolatran. Cosa de locos, así estamos.
—Estás subestimando mi inteligencia.
—Todo lo contrario. Todo el mundo es profeta en su tierra, pero no en tierra ajena. Así como yo soy un ignorante en física cuántica, en depilación definitiva y en corte y confección, vos también lo sos en estrategia comunicacional y arquetípica. Y está bien que así sea. Simplemente te dejaste llevar por asesores en comunicación que también te convirtieron en una carretilla o en una garrafa. Y es una pena, una enorme desilusión, porque la garrafa hubiera explotado de votos. Hubieras sido una gran presidenta si te hubieras animado a exhibir el corazón del alcaucil quitándole las capas de hojas que lo recubrían.
—¿Y cómo es ese corazón de alcaucil? —preguntó tajantemente Septiembre.
—Soy incapaz de saberlo —reiteró Rufino—. Necesito tiempo para despojarlo de cada una de las hojas que lo recubren. Puede llevar semanas, tal vez meses, pero vamos a descubrir de qué está hecho ese corazón de alcaucil y lo comunicaremos de una manera que te muestre como una persona inconscientemente atractiva para todos los argentinos. Y te convertirás en presidenta de la nación porque tu contenido es esencialmente lo que este país necesita.
Septiembre comenzó a mostrar signos de arrepentimiento por haber incluido a Rufino en su diccionario despojado de “erres”. Debía admitir que se encontraba frente a un acertijo, un enigma que aún no podía descifrar.
—Me permito insistir en convocarte a mi equipo de asesores para intentar revertir la situación —suplicó Septiembre—. Quedan unos pocos días de campaña. Quizá ya no podamos aspirar a una victoria, pero al menos podemos apuntar a una derrota digna que nos permita quedar mejor posicionados a la hora de sentar representantes del Partido Republicano en el Congreso.
—Sería innoble aceptar la proposición cuando las cartas ya están echadas. Pero con mucho gusto trabajaré en tu campaña en las próximas elecciones. Eso sí, debés tener en cuenta que no trabajo con nadie más que con los gemelos Salvador.
—Que son… —quiso saber Septiembre.
Salvaje inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyó los codos en sus rodillas, abrió las palmas de las manos, y comenzó a girar reiteradamente su cabeza de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda en obvia alusión a un adverbio de negación del calibre de “no, no, no”, “mejor no preguntes”, “son dos energúmenos de la madonna”.
—Los gemelos Salvador son mis directores generales creativos en Innocence —infló el pecho Rufino.
—Entiendo que tu posición es indeclinable, así que no voy a insistir. De todas maneras, espero que estés equivocado y tus predicciones no se confirmen.
—Lamentablemente se van a confirmar.
—A veces tu soberbia me irrita.
—Quizá no te irrite mi soberbia, sino la tuya por haber descreído de los arquetipos en el preciso momento en que necesitabas creer.
—Eso lo decís a cada rato.
—A cada rato me lo preguntás.
—Espero al menos que Salvaje gane la elección. De otra manera perderás todo tipo de credibilidad.
—¿Alguna la vez la tuve?
—No.
—Salvaje será el nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Podés apostar por ello. El electorado se encuentra inconscientemente atraído por él. Envase y contenido. Una combinación que no falla.
Septiembre se incorporó de la silla y se apuró a la puerta de salida para despedir a Rufino. Sus manos se encontraron al despedirse y por algún motivo quedaron entrelazadas unos segundos más de lo que el protocolo concedía. Un campo magnético se apoderó del hueco de aire que dividía un cuerpo del otro.
Salvaje también lo advirtió y se abalanzó a desactivarlo antes de que las corrientes eléctricas chocaran entre sí. Les tiró de las manos y logró separarlas, pero no pudo evitar que sus ojos se aplastaran como cuatro mantarrayas que evitaban, por el momento, inyectarse el veneno letal.
Finalmente, sus manos se soltaron sabiendo que se trataba de una separación ficticia, de una trama entrelazada que reconciliaría lo que no se podía disolver, lo que no se podía desunir, porque ambos entendían que la “erre” de Rufino era la única consonante que sobreviviría en el diccionario de Septiembre.
Discurso de coral
A días de las elecciones a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Salvaje Arregui arremetió envalentonado a brindar su discurso final en una playa pública de la ciudad de Mar del Plata adaptada especialmente para la ocasión. Unas cincuenta mil personas se congregaron como cangrejos rojizos correteando entre rocas marinas sumergidos en pequeños recipientes de agua formados por las irregularidades del terreno,