Venimos del siglo de mayor cantidad de muertes por la violencia, tendencia que continúa en este nuevo siglo. Se repite en todas las etapas de la humanidad la desgraciada historia de Caín. ¡Cuántos modos de generar violencia que terminan con la vida del inocente! Las guerras, los diferentes tipos de terrorismos, la violencia ejercida contra niños y mujeres, los asaltos y robos violentos, hechos que abundan en las pantallas televisivas y de internet, haciendo que nos acostumbremos a la muerte cotidiana del entorno. En medio del desprecio por la vida, no podemos dejar de mencionar la anticoncepción y esterilización, la matanza del aborto que cada año superan los 50 millones de niños asesinados en el vientre materno.
La humanidad ha perdido a Dios y sin Dios imposible descubrir el valor de la vida. Fruto del valor olvidado y de la dignidad perdida de la vida, surge la manipulación de ella: la búsqueda de la mejora genética del ser humano, la fecundación in vitro, la elaboración del mapa del genoma humano para intercambiar “piezas” enfermas con otras sanas de seres creados para repuesto, los embriones congelados o los que se tiran en cada experimento o los “sobrantes” de los procesos de fecundación artificial.
También, es violencia, aunque no físicamente, cuando se “mata” al hermano con la crítica, con el enojo desmedido y violento, con las palabras humillantes (en oportunidades en la misma vida matrimonial y familiar), con el humor irónico e hiriente que presenta como ridículo al otro; todo esto, también es fruto del poco valor de la vida, especialmente de la del otro, del hermano.
Otro modo, en el que se manifiesta la escasa valoración de la vida, está en el uso y abuso de drogas, en el abuso del alcohol, en el mal uso del volante al conducir un automóvil.
Se puede matar con un arma, pero también, con indiferencia, hambre o soledad, con una difamación o una calumnia. ¡Existen tantos modos de matar!
Todo ser humano es inviolable en su vida, exige un gran aprecio, debe ser acogido y respetado. El Hijo de Dios, en Jesús de Nazaret, vino a destruir la muerte y traer vida en abundancia (Cfr. Jn 10,10). La vida que nos trajo consistió en cargar de sentido la nuestra, desde la proyección hacia la eternidad. Él se definió como Camino, Verdad y Vida. Seguir a Cristo es apostar por la vida, lo que implica promoverla, defenderla y transmitirla, trabajando para que cada vida humana se proyecte hacia la eternidad. Que cada una de nuestras familias sean luminosos testimonios del aprecio por la vida, reconociendo primero, el valor de cada uno de los miembros del hogar y, desde allí, hacer brillar en nuestros corazones la vida de cada hombre, varón y mujer, que se nos cruza a lo largo del camino que la Providencia nos presenta para nuestra propia vida.
EL MILAGRO DE LA VIDA
“Oh Dios, qué valioso es tu amor. En Ti está la fuente de la vida” (Sal 36,7-10)
La vida es un verdadero milagro. Desde el nacimiento de un pollito, un gusano, una hormiga, una flor, una planta, hasta el nacimiento de un niño, todo es un canto al don de la vida. La lluvia que riega, el sol que brinda energía, el aire que oxigena, la tierra, el mar, todo hace al milagro de la vida. Cada día es un hermoso don de Dios para que ella se desarrolle. ¿Con qué pagaré la bondad del Señor? (Sal 116,12) El mejor modo es valorar este regalo inmenso que es la vida, el privilegio de vivir. Ser un agradecido por la vida. ¿Con qué pagaré el amor de Dios? Amando el don de la vida, que está en cada hermano, sea bebé, niño, joven, adulto, abuelo, varón o mujer. Vivir es un gozo, es un milagro del Señor.
La vida es una maravilla. Cuando uno piensa que hay quienes dudan de Dios Creador, y afirman que la vida surge de la casualidad, del azar; terminan subrayando más y más el don de la vida, generado por este Ser Superior que llamamos Nuestro Señor. ¿Cómo explican las maravillas del sistema de un vegetal, de un animal? ¿Cómo explican el macho y la hembra? ¿El ser del varón y de la mujer? ¿Casualidad?
El milagro de la vida, manifestado en la unión de amor de una esposa y un esposo. También, en el proceso de concepción, de gestación, de dar a luz, de amamantar, tomar de la mano para enseñar a caminar, de educar marcando la orientación hacia la realización de la persona. Por esto, esta gran maravilla que es la vida, necesita ser valorada cada vez más.
El milagro de la vida, enseña lo asombroso y maravilloso del regalo de Dios, que bendice con el don de la vida. Cuando se puede utilizar la tecnología, para contemplar el milagro de un bebé que crece en la matriz de su mamá, podemos descubrir la maravillosa naturaleza guiada por la mano divina.
Claro, también es una maravilla el pichoncito de un pájaro en su proceso dentro del huevo, incubado por la hembra. Y así podemos seguir mencionando y poniendo ejemplos. Pero, debemos reconocer que la cultura de la muerte, que impera en la sociedad actual, lleva a no valorar el don de la vida, en los vegetales, los animales. Por esto, se destruyen día a día miles de hectáreas de bosques, se exterminan especies animales, se maltratan a otros utilizándolos sólo como fuente de ingresos económicos. O se matan solamente por matar, por mero deporte o entretenimiento.
Pero, esta cultura de la muerte, llevó también a confundir un orden de valores en la pirámide de la vida. Sabemos muy bien que es importante la vida vegetal y animal, pero, también debemos saber que la vida humana está en un escalafón mucho más encumbrada.
Muchos grupos que reaccionan a favor de la vida vegetal o animal, invierten grandes sumas de dinero y energías en su defensa, pero jamás se ve el mismo esfuerzo en pro de la vida humana. Aunque no debería ser el mismo esfuerzo, sino mucho mayor por la vida del hombre. Al contrario, se ve que muchos de los que defienden la vida de una ballena, por otro lado, son quienes promueven el aborto y la anticoncepción en el ser humano.
Muchos de los que trabajan para que se use un cinturón de seguridad cuando se conduce el automóvil, o que no suba el colesterol y los triglicéridos, o que no se consuma sal, azúcar, harina, o generando conciencia en la lucha contra el cáncer, el sida, el alcoholismo, la hipertensión, no se ruborizan cuando promueven la matanza de bebés en el vientre materno. Otros, a brazo partido luchan contra el consumo de tabaco, pero por otro lado promueven la mariguana y otras drogas muy peligrosas. Claro, el tabaco genera muchos gastos a las coberturas de salud o al Estado porque produce cáncer, las otras drogas, además de dar grandes dividendos económicos, adormecen o matan neuronas, inutilizan personas, esclavizan, ponen de rodillas ante quienes quieren dominar la sociedad, pero no generan, por ahora, la erogación de dinero que sí ocasiona el consumo de tabaco.
¿Cuáles son los verdaderos intereses? ¿Cuidan la vida humana, o las carteras de las compañías de seguro, de los sistemas que cubren los problemas de la salud? Claro, conviene utilizar un cinturón de seguridad en el automóvil, pero ¿cómo van a decir que promueven su uso por el bien de la persona, si cuando esa misma persona estaba en el vientre materno, para unos cuántos era mejor que no viera la luz?. El vientre materno es el lugar más inseguro para vivir. Ni las guerras igualan la cantidad de muertes generadas en el seno de una mujer.
Escandaliza a la humanidad cuando un “verdugo”, inescrupuloso, atorrante y desvergonzado, degüella a una persona delante de cámaras de filmación, pero son pocos los que se escandalizan de los miles y miles que a diario son matados, quemados o descuartizados, en el vientre de una mujer, sin defensa alguna. Tal vez, utilicé palabras duras, pero responden a una verdad, que se quiera o no, existe, y no veo que se luche socialmente por su defensa, con excepción de algunos grupos minoritarios. Si se ven personas, que responden a intereses foráneos, en torno a legisladores, propiciando que a ese crimen se lo considere impune, más aún, avalado por la propia ley.
¡Niños muertos! ¡Mujeres y varones, que en lugar de ser padres, quedan muertos en vida, por esa nefasta decisión! Hay que ayudarles mucho para que puedan experimentar la misericordia de Dios, el abrazo de nosotros, son muy duras las secuelas de este error. No somos quienes para juzgar, pero trabajemos para que