Otro aspecto morfológico del envejecimiento es la infiltración lipídica del músculo, tanto por el aumento de los adipocitos, como por la infiltración de fibras musculares que colabora en los hallazgos funcionales de disminución de fuerza, lo que se considera factor fundamental en el desarrollo de obesidad sarcopénica (ver capítulo 51).
El envejecimiento cutáneo se da en dos niveles: intrínseco, degeneración genéticamente determinada y envejecimiento extrínseco, debido a la exposición al medio ambiente, también conocida como foto-envejecimiento.
Hoy se considera que la exposición repetida a insultos medioambientales, particularmente a los rayos ultravioleta del sol (o de cámaras de bronceado) y al humo del cigarrillo son la principal causa de fotoenvejecimiento, también llamado dermatoheliosis. Habitualmente, los cambios intrínsecos al envejecer predisponen a mayor daño de los insultos medioambientales, lo que hace que los ancianos tengan más enfermedades dermatológicas, puesto que la piel con fotoenvejecimiento está crónicamente inflamada.
Los cambios más notables a nivel de la epidermis son el resecamiento y la aspereza, debidos a la pérdida de la humedad, y la turgencia de la piel, con un leve adelgazamiento de la epidermis. El número de melanocitos disminuye con la edad de 8 a 20% por década después de los 30 años, más relevante en áreas expuestas al sol, lo que lleva a una pigmentación irregular especialmente en el dorso de las manos. La respuesta inflamatoria de la piel está retardada por la disminución del número de mastocitos y la mayor resistencia a la degranulación, por lo cual la aparición de eritema y edema y formación de vesículas, después de la exposición a algún agente es más tardía, pero también más severa.
Igualmente, en la dermis existe atrofia por la disminución del número de fibroblastos, mastocitos y red capilar papilar, con disminución de fibras elásticas y producción de colágeno (cerca de 1% por año). Existe regresión y desorganización de los capilares y de los pequeños vasos, que origina palidez y adelgazamiento de la piel, además, las reducciones en el flujo sanguíneo afectan la temperatura de la superficie. El compromiso de la termorregulación en los ancianos, que los predispone a la hipotermia se debe en parte a la reducción de la vasodilatación o de la vasoconstricción de las arteriolas dérmicas, así como a la disminución de la producción de sudor y a la redistribución de la grasa subcutánea.
La reducción de las interdigitaciones entre la dermis y la epidermis hace que las lesiones por trauma mecánico, como las producidas por esparadrapo y tracción brusca, sean más serias y difíciles de curar, puesto que la regeneración del epitelio toma cerca del doble de tiempo (10 o más días) para una persona de 75 años, comparada con una de 25.
Tal como sucede con el envejecimiento biológico, el envejecimiento cognoscitivo es un proceso particular de cada persona. Diferentes aspectos de la conducta cambian en diversos sentidos y cada persona difiere notablemente de otra, por consiguiente, los patrones de envejecimiento cognoscitivo siguen formas específicas diversas.
Debido a esto, es difícil tratar de generalizar patrones de los cambios que se presentan en la estructura mental al envejecer, lo que sumado a las dificultades que implica su estudio, a causa de los múltiples sesgos que alteran los resultados, hace que se deba hablar más de tendencias que de características definidas.
Cada individuo envejece de acuerdo con cómo ha vivido y conserva en la vejez lo esencial de las características psicológicas de la vida adulta. El retiro laboral, como una fase más dentro del curso de vida, implica para cualquier persona hacer un alto en el camino para analizar y replantear la nueva vida a la que se ve enfrentada, esto hace que determine estrategias para continuar funcionando como desea, pero se encuentra frente a un medio que cambia rápidamente. En este momento sucede el choque generacional, medioambiental y social que genera gran ansiedad y rechazo de ambas partes. Sin embargo, el envejecimiento puede ser aprendizaje y debe ser siempre una experiencia positiva y orientada hacia el futuro, aunque no siempre sucede así. Por ello los problemas de salud mental en los ancianos dependen, en parte, de las características individuales, incluyendo la personalidad, los niveles de función cognoscitiva, de soporte social y de salud física.
Además, existen muchos estereotipos sociales, los cuales representan generalizaciones sobre el grado en el que los miembros de un grupo poseen determinados atributos comunes. Los estereotipos aparecen en contextos ambientales muy diversos y se ponen de manifiesto en una diversidad de procesos cognitivos y motivacionales. La sociedad impone normas de comportamiento basadas en estereotipos que asumen la familia, el equipo de salud, la comunidad y, por lo regular, el mismo anciano, quien siempre es el mayor perjudicado. Los principales estereotipos existentes son:
• Los ancianos se consideran un grupo homogéneo, “todos los ancianos son iguales”. Es el grupo de población con mayor variabilidad interindividual, con diferencias biológicas, psicológicas, sociales y culturales.
• Los ancianos son enfermos, dependientes y frágiles. Si bien es cierto que los ancianos padecen un número elevado de patologías crónicas, cuando se les pregunta acerca de la percepción que tienen sobre su salud, tres de cada cuatro personas dicen tener buena salud; además, a pesar de estas patologías, mantienen un buen nivel funcional para la realización de las actividades de la vida diaria, pueden vivir solos y tener una vida totalmente autónoma. Aunque hay algunos que requieren cuidado, también hay, y son la mayoría, los que son competentes y tienen una vida plena e independiente.
• Se tiene una imagen del anciano como un personaje huraño, triste, solitario y aislado que evita todo contacto social. Sin embargo, en general, los ancianos mantienen buenas relaciones y apoyos sociales con una red social menos extensa que en la juventud, pero más gratificante y más leal. En muchas ocasiones es la propia familia la que se encarga de fomentar esta imagen, por rechazo o por sobreprotección.
• Se considera al anciano como una persona terca, lenta hasta la torpeza, dependiente y que requiere vigilancia y atención continua. Es tan arraigado el estereotipo que se llega a comparar al anciano con un niño que necesita protección. No se logra entender que entre un anciano y un niño media una biografía.
• Con el envejecimiento hay una pérdida progresiva de todas las capacidades mentales, comienza en edades tempranas y es constante y uniforme en todas las personas. Una razón más para la sobreprotección o el rechazo.
• Los signos de deterioro de la memoria son parte del envejecimiento y son irreversibles. La mayoría de estas pérdidas se deben a aspectos como la motivación para hacer las tareas, la atención que se les presta o la velocidad al realizar diferentes tareas a la vez, y no afectan al desarrollo de las actividades de la vida diaria. Sin embargo, si existe deterioro deben considerarse las causas reales, como enfermedad o bajos niveles de estimulación mental (ver capítulo 49).
• La capacidad de aprendizaje se pierde con el envejecimiento. El difundido dicho “loro viejo no aprende a hablar” se refiere solo a que los hábitos y las costumbres no se cambian fácilmente.
• El anciano se caracteriza por ser dogmático, inflexible y desconfiado. Nunca se analiza qué se esconde tras estas conductas: vulnerabilidad, temores o ansiedades. Los rasgos de personalidad se mantienen