El ser humano corriente parece preferir la simplicidad y se deja arrastrar por mensajes y eslóganes dirigidos mucho más a despertar y mover adhesiones basadas en las emociones, el odio, el miedo y el amor que por el análisis más frío y calculado que se deriva de la reflexión, pues esta exige un esfuerzo que muchas veces preferimos evitar. Y de alguna forma este hecho dificulta mucho la comprensión individualizada o aislada de hechos, actos o fenómenos concretos, pues ellos siempre traen su causa de otros fenómenos sociales y son causa de otros, con una marcadísima interrelación, que no es tanto lineal sino más bien circular y multidireccional.
1 Sugiero al lector que busque en YouTube «Vuelo de estorninos» y se recree con algunos de los múltiples vídeos que muestran los maravillosos bailes sociales o grupales de estos pájaros en vuelo. Quizá en algo y con cierta imaginación puedan encontrar paralelismos con el baile y los vaivenes de nuestra sociedad
ENTENDIENDO NUESTRO COMPORTAMIENTO
«La vergüenza de aceptar que somos seres interesados nos impide ser conscientes de ello».
Qué difícil es no juzgar
Nos cuesta mucho comprender el mundo porque no somos capaces de mirarlo y observar lo que en él ocurre sin juzgar unos y otros fenómenos o comportamientos. En la mirada a lo que vemos que ocurre solemos poner el filtro de lo que está bien y lo que está mal, y ello no nos acerca a comprender las cosas sino a sentir nuestra simpatía o antipatía hacia ellas. Para comprender bien algo hay que observar las situaciones desde fuera, sin implicación personal, pues esta nos condiciona. Pensamos siempre que nuestra manera de ver las cosas es la forma correcta y no nos damos cuenta de que confundimos lo que es correcto o lo que pensamos que está bien con lo que nos conviene. Y esto nos lleva a sentir como legítima, razonable, equilibrada y correcta nuestra forma de pensar, juzgar y opinar pensando que ello lleva a un sistema social justo y ordenado. Y, en sentido contrario, solemos creer que la forma de actuar y pensar de otros, diferente a la nuestra, lleva a resultados poco deseables e injustos para el orden social. Además, a la mínima pensamos que las visiones y posiciones de otros no son legítimas, contrariamente a las nuestras, que sentimos que gozan de total legitimidad. En definitiva, no somos conscientes y nos negamos a reconocer que, de forma inconsciente, todo lo que pensamos y opinamos tiene un cierto condicionamiento o sesgo interesado o egoísta para proteger nuestros intereses, lo que nos gusta, aquello que conocemos y a lo que estamos acostumbrados. Se trata de condicionamientos o sesgos que nos impiden ver la realidad como es, limitando nuestra perspectiva a solo una parte de lo observable.
Sugiero por ello cambiar los significados asociados a lo que entendemos por normal y legítimo para incluir siempre el apellido «para nosotros», convirtiendo lo «normal y legítimo» en «normal y legítimo para nosotros».
El ser humano como centro, fuerza, motivación y dirección de la acción en sociedad
Si queremos entender el funcionamiento del mundo y de nuestra sociedad solo podremos hacerlo descomponiendo las conductas colectivas en la suma de conductas individuales y aplicando las reglas de funcionamiento y el sistema de motivación propio de los seres humanos. Sin embargo, nuestra sociedad occidental está poco trabajada en cuestiones emocionales y de autoconocimiento personal, lo que hace que nos resulte difícil entender o comprender las conductas de los demás. En general simplificamos la comprensión de los humanos, menospreciando el lado emocional, sentimental y espiritual, que es verdaderamente el centro de nuestras preferencias, decisiones y comportamientos. Creemos que es nuestra razón la que nos gobierna, cuando sin darnos cuenta nuestro mundo menos consciente es el que en gran medida lo hace. Estoy convencido de que será grande el rechazo de esta afirmación por parte de muchos lectores, pero me atrevo a decir que la neurociencia más consolidada y las teorías de la Economía del Comportamiento así lo confirman, incluso para las grandes decisiones en materia económica. El exitoso libro de Daniel Kahneman Pensar rápido, pensar despacio es elocuente en ese sentido. Lo que consideramos realidad depende de nuestra atención y mirada, lo que se encuentra condicionado de forma muy dominante por nuestros sentimientos, emociones, apegos y preferencias menos conscientes. Ello provoca que, sin darnos cuenta y aunque nos cueste admitirlo, sean nuestros procesos internos menos conscientes los que gobiernan nuestras decisiones y preferencias.
Sugiero la lectura de mi reciente libro Por fin me comprendo2, comprenderse bien para vivir mejor que presento como un pequeño manual para el conocimiento de lo que es un ser humano y su funcionamiento. En él se desarrollan, con detalle fácilmente comprensible, nuestros mecanismos de funcionamiento y el extraordinario poder de nuestro subconsciente, entendido este como nuestro sistema, no reflexivo y escasamente consciente, de preferencias, datos y experiencias registrados en nuestra memoria para la adopción de decisiones y comportamientos. La mayor parte de nuestras acciones, movimientos y decisiones se mueven en un mundo de automatismos o decisiones adoptadas sin reflexión o conciencia de ello. Conducimos de forma inconsciente, calculamos como coger una pelota que nos han lanzado de forma inconsciente, alguien nos cae bien o nos irrita por razones difíciles de explicitar, o nos gusta un restaurante y no otro por lo mismo. Son solo ejemplos gráficos de una infinita lista de preferencias en las que es nuestro subconsciente el que domina nuestras decisiones y posicionamientos determinando nuestra forma de ser y actuar.
Lo primero es satisfacer nuestras necesidades para sobrevivir
Todas las personas que conformamos la sociedad somos máquinas programadas para sobrevivir. En todo momento el vigilante de nuestra supervivencia está detrás de nuestros actos para orientar nuestra acciones y preferencias. A veces esa programación protectora de nuestra vida se guía por una protección de la vida a corto plazo, como ocurre cuando automáticamente huimos si se nos aproxima un animal peligroso o nos cubrimos la cabeza ante un gran estruendo. Pero otras veces nuestra inteligencia de supervivencia a medio y largo plazo actúa de forma sutil para fortalecernos física o socialmente. Tomemos por ejemplo la llamada interna que nos empuja a cuidar nuestra alimentación o a hacer ejercicio. En otro ámbito trabajamos también nuestra forma de ser tratando de ser agradables con el entorno y de cumplir nuestros compromisos, buscando con ello, de forma probablemente inconsciente, ser amables y de fiar para ser así más queridos y admitidos en nuestros grupos sociales, reforzando así nuestra capacidad de sobrevivir con éxito en la sociedad. La supervivencia ha sido y será siempre en última instancia la que, con mayor o menor conciencia de ello, guía nuestras actuaciones y hace que le dediquemos la atención, energía e inteligencia de la que disponemos. Se trata de una espontánea y natural inteligencia de supervivencia que, sin preocuparnos de ella, nos impregna, guía y protege, despertando igualmente nuestras reacciones como mecanismo de defensa ante lo que el sistema emocional considera peligroso. Cualquier actuación del ser humano se subordina a la reacción espontánea de defensa cuando en nuestro entorno algún estímulo, palabra, frase escuchada o situación observada nos parece peligrosa. Ante ello, la reacción defensiva se impone a otras siendo esto fuente de explicación de muchas de las dinámicas que podemos observar en la sociedad. Me refiero a prácticas y comportamientos poco admisibles, que violan los valores en los que socialmente creemos, haciéndonos perder las formas y el respeto a los demás o al propio planeta, etc. Cuanto más presionados, asustados o vulnerables nos sintamos mayores probabilidades hay de que nos saltemos nuestros propios principios.
De las necesidades biológicas a las necesidades sociales
Durante millones de años esa espontánea inteligencia orientada a la supervivencia se ha centrado principalmente en la satisfacción de las necesidades biológicas. Seguramente una inmensa parte