Nos servirán también los aportes de Mijail Bajtin, en particular la definición que plantea en relación con el cronotopo: una “conexión esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura (...) expresa el carácter indisoluble del espacio y del tiempo (el tiempo como la cuarta dimensión del espacio)” (Bajtin, 1991: 237). Según este autor, en el cronotopo artístico literario se fusionan elementos espaciales y temporales en una totalidad comprensible y concreta. El tiempo se hace visible desde el punto de vista artístico, y el espacio, a su vez, se introduce en el fluir del primero, así como en el del argumento. Lo temporal se revela en lo espacial, y esta categoría se comprende y mide de acuerdo con el tiempo. El concepto de cronotopo, como bien señala Bajtin, es un término empleado en la matemática y fue introducido como parte de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein. Su relevancia se justifica en la medida en que permite conceptuar la relación espacio-tiempo y, más específicamente, aquella que se establece entre el sujeto y el espacio urbano. Tal como se podrá ver más adelante, la concepción del espacio que subyace en las narrativas estudiadas se sostiene en que este último se encuentra en continua expansión y transformación. No se trata, ciertamente, de un espacio cuya posición permanezca ajena o estática en relación con los desplazamientos que realiza el sujeto ficcional (sea este narrador o personaje); esto quiere decir que toda observación sobre el espacio, en última instancia, ha de remitirnos a la posición y al momento desde los cuales el sujeto ficcional lo describe y practica.10 La implicancia más clara de esta constatación se traduce en la imposibilidad de este sujeto de ofrecerle a su lector una visión abarcadora y objetiva de la realidad representada —no solamente de la urbe, sino del modo en que sus sujetos la habitan, se apropian de ella, etcétera—. De esta manera, las propuestas examinadas indirectamente dirigen una crítica al modelo realista de representación (rasgo hasta el momento desatendido por la crítica)11 y revelan con ello la imposibilidad de producir un “gran relato” capaz de dar cuenta del mundo representado, rasgo que precisamente distingue al relato moderno. Aun cuando existen diferencias entre los autores de acuerdo con el modo como articulan la influencia de los métodos y procedimientos del realismo, la visión de conjunto de sus cuentos revela al analista una suerte de mentalidad posmoderna signada por un marcado escepticismo ante la posibilidad de construir una visión unitaria de la realidad fundada en un solo modelo ideológico.
Puede comprobarse, por lo tanto, que la concepción relativista del espacio encuentra un asidero en las narrativas examinadas en la medida en que el espacio imaginario tiende a perder su autonomía física y a hacerse dependiente del tiempo. Se trata entonces de un espacio que puede “estirarse” o “encogerse” y que, además de sus tres dimensiones tradicionales, incorpora en sí mismo la dimensión temporal y, con ella, interpretaciones inéditas del pretérito, presente y futuro. En consecuencia, esta dimensión temporal reviste un carácter fundamental, por cuanto en muchos casos el espacio es percibido por los sujetos ficcionales en función de diversos tipos de tiempo: el estacional, el climático, el psicológico e incluso el “social” o político”.12 Así, la relación espacio-temporal contribuye a trascender el plano de lo físico o fáctico y a convertir y diversificar aquello que se conoce como “espacio vacío” o “tiempo lineal” en variables funcionales de la ficción cuya medición o intensidad se regula de acuerdo con las situaciones narrativas y la subjetividad de los personajes.
En paralelo a la construcción de esta doble dimensión, es necesario subrayar la importancia que comporta la creación de un lenguaje que en alguna medida refleje la relación que establecen los sujetos ficcionales con el espacio y el tiempo. Como podrá constatarse en el curso del análisis, existen significativas diferencias entre los términos lingüísticos utilizados por los autores estudiados, por cuanto en cada caso tanto el espacio como el tiempo influyen decisivamente en la adopción de determinados modos de hablar, describir y narrar e, inversamente, el lenguaje también se convierte en un instrumento de construcción del espacio y del tiempo de la ficción. En esta compleja red de interrelaciones podremos, por ejemplo, distinguir no únicamente variedades que atañen a los diferentes sociolectos empleados a lo largo de los cuentos según la condición social y cultural de sus narradores y protagonistas, sino también a sus diferencias de edad e, incluso, a códigos de conducta. Sin duda, esta suerte de polifonía y pluralidad lingüísticas funcionan a la manera de una metáfora que contribuye a reafirmar el carácter caótico del espacio urbano que, signado por la intersección de un conjunto innumerable de voces, surge como una suerte de Babel en la que pugnan en contradicción el discurso del orden y la racionalidad frente al del caos y la irracionalidad.
Nuestro último referente teórico es Michel de Certeau, quien en un trabajo sobre las prácticas o “las maneras de hacer” cotidianas,13 al referirse en particular a las prácticas del espacio, propone establecer una analogía entre espacio y texto:
En la Atenas de hoy día, los transportes colectivos se llaman metaphorai. Para ir al trabajo o regresar a la casa se toma una ‘metáfora’, un autobús o un tren. Los relatos podrían llevar también este bello nombre: cada día, atraviesan y organizan lugares; los seleccionan y los reúnen al mismo tiempo; hacen con ellos frases e itinerarios. Son recorridos de espacios.14
Según De Certeau, todo relato situado en el espacio de la ciudad moderna propone un modo de apropiación de este por medio de la textualización de un conjunto de prácticas o rituales espaciales (“itinerarios”, “recorridos”, entre otros), y estos, a su vez, pueden ser analizados de manera análoga a una estructura sintáctica o discursiva. Recorrer el espacio o “practicarlo” implica entonces la construcción de un conjunto de red(es) de sentido en las que se organiza textualmente el conocimiento espacial del sujeto: todo “ir desde” o “hacia” un lugar determinado implica una selección precisa de elementos dentro del vasto conjunto de posibilidades de desplazamiento que se insinúan en la ciudad. El itinerario señala la elección de un núcleo a partir del cual se jerarquiza o subordina el resto del espacio y que además lo temporaliza, pues todo orden establecido en el recorrido implica también una sucesión de eventos excluyentes.
En esta jerarquía impuesta por el sujeto se expresa su propia experiencia como usuario del espacio, es decir, como habitante o visitante de lugares que aparentemente se presentan como fragmentarios pero que se reordenan por medio del recuerdo y la memoria. Es por intermedio de este reordenamiento como construye su subjetividad: “Practicar el espacio es pues repetir la experiencia jubilosa y silenciosa de la infancia; es, en el lugar, ser otro y pasar al otro”.15 Aplicada al texto narrativo, esta experiencia se organiza como una red significativa en la que se contraponen el pasado y el presente, en una tensión que hace posible la narración pues se narra a partir de la ausencia o la partida del lugar habitado para