La sanción final, hemos dicho, le corresponde al lector; el autor no es más que un lector entre otros. Sin embargo, en nombre de la concesión, a la que esta obra le otorga un lugar decisivo, no está prohibido que ese “quidam” [el autor] formule sus propios puntos de vista. En nuestra opinión, la semiótica tensiva se contenta con presentar un punto de vista para centralizar magnitudes consideradas menores hasta ahora: las magnitudes afectivas. Al lado de conceptos considerados como ya adquiridos: la diferencia saussuriana, la dependencia hjelmsleviana, este ensayo se esfuerza por otorgar un lugar adecuado a la medida, al valor de los intervalos, dado que nuestras vivencias son —¿primero?, ¿sobre todo?— medidas tanto de los eventos que nos cautivan como de los estados que, por su persistencia, nos definen.
Unas palabras más: no hay nada en este ensayo que contradiga lo expuesto en Tensión y significación,4 escrito en colaboración con J. Fontanille; pero si tuviéramos que citar esta obra, tendríamos que colocar llamadas al pie de cada página, alargando innecesariamente el ya abundante rosario de referencias y de anotaciones. Remitimos, pues, al lector a la consulta permanente de dicha obra.
El sujeto percibiente deja de ser un sujeto pensante “acósmico”, y la acción, el sentimiento, la voluntad han de ser explorados como maneras originales de acomodar un objeto, puesto que “un objeto se presenta como atrayente o repugnante antes de presentarse como negro o azul, como circular o cuadrado”.
MERLEAU-PONTY, CITANDO A KOFFKA
I.
Premisas
Habiendo perdido ya su inocencia y su poder de oráculo, el discurso teórico se ve obligado a mostrar la lista de los ingredientes necesarios para alcanzar el valor veridictorio que pretende. En ese sentido, plantearemos dos clases de premisas: premisas generales, aquellas que atañen al “hombre razonable” de nuestros días, y premisas particulares, propias del semiótico en el momento en que se encuentra trabajando.
I.1 Premisas generales
I.1.1 La dependencia
La primera premisa que mencionaremos es la de la adhesión a la estructura más que al estructuralismo, sobre todo a la luz de lo que ha sucedido en los últimos decenios, en que el término pasó a ser declinado en plural: los estructuralismos. Desde nuestro punto de vista, el valor epistémico de la definición de estructura propuesta por Hjelmslev en 1948 permanece intacto; “entidad autónoma de dependencias internas”. Esa definición, que concuerda con la definición de la “definición” formulada en los Prolegómenos, conjuga una singularidad: “entidad autónoma” y una pluralidad: “dependencias internas”.1 En el plano del contenido, esa conjugación remite a una complementariedad provechosa: (i) si la singularidad no estuviera correlacionada con una pluralidad, sería impensable por ser inanalizable; (ii) si la pluralidad no fuera susceptible de ser resumida y condensada en y por la singularidad nombrable, se quedaría al margen del discurso, como le sucede a la interjección. En segundo lugar, esa definición rebasa el adagio estructuralista que reza: la relación prima sobre los términos; la economía del sentido capta únicamente relaciones entre relaciones, ya que “[los] objetos del realismo ingenuo se reducen a puntos de intersección entre esos haces de relaciones”.2 El plano de la expresión acoge los términos bajo esta consideración.
I.1.2 La dirección
La segunda premisa se refiere al lugar que conviene reconocer a lo continuo. No se trata de volver a abrir una querella sin objeto: la “mansión del sentido” es suficientemente amplia como para acoger tanto lo continuo como lo discontinuo, dado que ni lo continuo ni lo discontinuo hacen sentido por sí mismos, sino únicamente por su concurso mutuo. Lo más razonable sería tomar sus hipóstasis como “variedades” circunstanciales y ocasionales. Desde nuestro punto de vista, la pertinencia debe ser atribuida a la dirección reconocida en el discurso, es decir, a la reciprocidad tanto paradigmática como sintagmática del incremento y de la disminución. Son varias las consideraciones que abogan a favor de ese privilegio. En primer lugar, y sin hacer una religión del isomorfismo entre ambos planos, consideramos que, en el plano de la expresión, el acento ocupa un lugar tan singular que difícilmente aceptaríamos que no jugara ningún rol en el plano del contenido. Nos adherimos a Cassirer cuando habla, en el primer tomo de Filosofía de las formas simbólicas, del “acento de sentido”. En segundo lugar, en desacuerdo con su opción inicial, la semiótica se ha visto obligada a conceder un lugar insigne al aspecto, más allá de su aplicación al proceso: figuralmente hablando, el aspecto es el análisis del devenir ascendente o decadente de una intensidad, que ofrece al observador atento los más y los menos.3 Esta aproximación reconoce su deuda con G. Deleuze, quien a su vez se reconoce deudor de Kant. En Francis Bacon, lógica de la sensación, Deleuze rebasa, en términos que le son propios, la dualidad de lo paradigmático y de lo sintagmático: “La mayoría de los autores que han enfrentado este problema de la intensidad de las sensaciones parece haber encontrado la misma respuesta: la diferencia de intensidad se experimenta en una pendiente”.4 Deleuze remite a un pasaje difícil de la Crítica de la razón pura, titulado “Anticipación de la percepción”, en el que Kant plantea que la sensación es una magnitud intensiva: “Así, pues, toda sensación, y por tanto toda realidad en el fenómeno, por pequeña que sea, tiene un grado, es decir, una magnitud intensiva, que siempre puede disminuir; y entre la realidad y la negación hay una serie continua de realidades y de percepciones posibles, cada vez más pequeñas...”.5 El texto citado enlaza entre sí dos categorías de capital importancia: (i) la dirección, en este caso, decadente, lo que significa que la estesis se dirige inexorablemente hacia la anestesia, hacia lo que Kant llama “la negación = 0”; (ii) la división en grados y en partes de grados. Es posible considerar el concepto de serie, que también aparece en Brøndal, aunque a partir de otros presupuestos, como un “sincretismo resoluble” entre esas dos categorías.
La presencia insoslayable de Kant conlleva un indudable riesgo de confusión en la terminología semiótica. Desde la perspectiva del significante, interfieren tres parejas de conceptos: (i) el par [extenso vs intenso], ausente igualmente en los Prolegómenos, aunque de primordial importancia para satisfacer una de las principales preocupaciones de Hjelmslev como es la reconciliación entre la morfología y la sintaxis; (ii) el par [magnitud extensiva vs magnitud intensiva], exigido por Kant; (iii) el par [extensidad vs intensidad] que, desde la perspectiva tensiva interviene como análisis de la tensividad (volveremos sobre esto más adelante). Si se desligan los términos de sus definiciones, esa coincidencia terminológica conlleva algunos malentendidos: (i) entre la perspectiva kantiana y el punto de vista tensivo la coincidencia es bienvenida pero fortuita; (ii) entre las categorías hjelmslevianas y las categorías tensivas se produce un quiasmo, ya que para Hjelmslev las categorías extensas son directrices, mientras que para el punto de vista tensivo, la intensidad, es decir, la afectividad, rige la extensidad; (iii) finalmente, y salvo mejor parecer, Hjelmslev no menciona a Kant al hablar de intenso y extenso, de intensivo y extensivo, de intensional y extensional.
I.1.3 La alternancia primordial