CAPÍTULO 5. LA CONTRIBUCIÓN PERUANA A LA GESTA LIBERTARIA
1. Los colaboradores inmediatos de Bolívar
1.1 José Faustino Sánchez Carrión Rodríguez
1.2 José Hipólito Unanue Pavón
1.3 José de Larrea y Loredo
1.4 José María de Pando y Ramírez de Laredo
1.5 Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada
2. El contingente humano
2.1 La tropa
2.2 Los montoneros
2.3 Los recursos materiales
CAPÍTULO 6. ANÁLISIS HISTÓRICO DEL TEXTO DE LA CAPITULACIÓN DE AYACUCHO
1. Etimología y naturaleza del término “capitulación”
2. Antecedentes inmediatos de la Capitulación de Ayacucho
3. Iniciativa para la firma de la Capitulación de Ayacucho
4. Contenido del documento
5. Reacción de algunos jefes realistas en contra de la Capitulación de Ayacucho
CRONOLOGÍA HISTÓRICA 1821-1826
La independencia de las posesiones españolas de ultramar está en el curso de las cosas inevitables.
Barón de Montesquieu (1738)
Qué hermoso destino el del Nuevo Mundo si él pudiera liberarse del yugo que actualmente lo oprime.
Alejandro von Humboldt (1807)*
La campaña decisiva va a abrirse: Plegue al cielo que cuando destruido el último enemigo vengan nuestros victoriosos guerreros a decirnos: Está conquistada vuestra Independencia, podamos responderles: También ya está construida vuestra Patria.
Carlos Pedemonte y Talavera (1823) Presidente del primer Congreso Constituyente
Introducción
En su estupendo prólogo al libro Historia de los partidos, del piurano Santiago Távara y Andrade (1790-1874), Jorge Basadre Grohmann escribió, con la lucidez que le caracterizaba:
Al terminar la guerra de la Independencia, el Perú se halló en una situación mucho más difícil y peligrosa que cualquiera otra de las Repúblicas americanas. Algunas de ellas, como Chile, liquidaron esa guerra en plazo relativamente breve, estuvieron libres de todo problema de fronteras, de toda complicación internacional y solas, por su cuenta, encararon los problemas de la organización y de la estructuración internas. Otras, como Colombia y Venezuela, aunque integrando, por obra del genio de Bolívar una vasta federación, no se enfrentaron dentro de ella a posibles mermas territoriales y contaron, a consecuencia de la trayectoria de la guerra independentista, con fuerzas políticas y militares propias. Como las campañas finales de esa devastadora contienda se habían librado en territorio peruano, empobreciéndolo, y como en el curso de ellas habían aparecido conatos perturbadores de grupos netamente peruanos (Junta Gubernativa, Riva Agüero, Torre Tagle), el Perú de 1825 estaba exangüe y merced a la apetencia de los ‘auxiliares’ colombianos. En ese sentido, los planes continentales de Bolívar implicaron, desde el punto de vista estrictamente peruano, el peligro de la división o balcanización territorial. El Libertador expresó a veces la idea de establecer la nueva Federación de los Andes o Boliviana con dos Estados federales (Perú unido a Bolivia, por un lado, y la trilogía Colombia, Ecuador y Venezuela, por otro). Sin embargo, en los últimos meses de 1826 pareció inclinarse por la idea de que ellos fueran seis (Nor-Perú, Sur-Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela). Por otra parte, la posibilidad de una amputación territorial resultó convertida en hecho tangible cuando, celebrado el tratado de límites entre el Perú y Bolivia (noviembre de 1826) todo el litoral de Tacna, Arica y Tarapacá fue cedido a ese país. Y las tendencias divisionistas o separatistas comenzaron entonces a surgir en otras zonas del sur del Perú, como los microbios proliferan en los organismos débiles. (En Távara, 1951, p. LVI)1
Larga ha resultado la cita del eminente historiador tacneño nacido el 12 de febrero de 1903, pero sumamente útil para tener una visión resumida del estado en que quedó nuestro país después no solo de las azarosas campañas militares que tanto lo agobiaron, sino también de las terribles vicisitudes (de origen interno y externo) que prosiguieron a la firma de la Capitulación de Ayacucho en diciembre de 1824. Fueron apenas cinco años (1821-1826) en los cuales, junto con el afán decidido y perentorio de echar las bases de la naciente república (organización política del Estado, definición de su forma de gobierno, elaboración de la primera Carta Magna), se vivieron, asimismo, instantes de verdadera angustia, tanto en el ámbito económico como en el político, ideológico, social, militar e internacional. Este último, representado primordialmente por las acechanzas foráneas que, en los años sucesivos y de manera irremediable, desembocaron en conflictos o confrontaciones sin par. ¿El resultado? La dolorosa amputación territorial sufrida por el país en distintos sectores de sus dilatadas fronteras. Al vaivén, pues, de estas graves contingencias, el destino de nuestra novata nación se fue moldeando paulatinamente en su afanosa aspiración de convertirse en una comunidad más auténtica, más próspera y, sobre todo, más justa y solidaria. Ese —a nuestro juicio— es el mensaje común que podemos descubrir en el pensamiento y en la acción de aquellos hombres que, cándidamente ilusos unos y extremadamente realistas otros, constituyeron la primera generación de peruanos bajo cuyas riendas empezó nuestro país no solo a transitar por el difícil y zigzagueante camino de la libertad, sino también a recorrer la senda de la incipiente república “nacida a sangre y fuego”, en frase puntual de la historiadora Carmen McEvoy (2019)2.
Precisamente, la intención del presente libro es analizar, por un lado, aquella breve pero intensa experiencia histórica que a partir de julio de 1821, y por el lapso de un lustro, se desarrolló a pesar de las enormes e innumerables dificultades que por esos días se presentaron; y, por otro, ayudar al lector a entender y apreciar el significado histórico de la mencionada Capitulación a la luz de aquella singular coyuntura. No debe olvidarse que el famoso documento que selló y consolidó la independencia americana (con las firmas de Antonio José de Sucre y José de Canterac en el mismo lugar de los acontecimientos), marcó un antes y un después en la vida de nuestros pueblos, representando —según lo testimonió el propio Bolívar— la “síntesis gloriosa del esfuerzo de miles de soldados pendientes del destino de la América meridional” (Obras Completas, vol. I, p. 612). En consecuencia, por su enorme trascendencia histórico-jurídica y su vasta proyección internacional, consideramos que existen suficientes y legítimas razones para concederle a dicho manuscrito no solo la categoría de “documento-madre”, sino también un lugar privilegiado en la profusa historiografía hispanoamericana.
Pero, ¿qué puede decirse acerca de las décadas que en el Perú precedieron al desembarco de San Martín en Pisco en setiembre