Cuando este gran bien le agradecemos, acudiendo con obras según nuestras fuerzas, coge el Señor el alma, digamos ahora a manera que las nubes cogen los vapores de la tierra, y levántala toda ella [...] y sube la nube al cielo y llévala consigo y comiénzala a mostrar cosas del reino que le tiene aparejado (V 20, 2).
Aparte de este ejemplo y otros de altura, para darse cuenta del campo que da al agradecimiento frente a Dios no hay más que ver el estilo que lleva en sus explicaciones. Se trata de poner en un lado las palabras regalos-mercedes-favores-gracias y en otro la gratitud, el agradecimiento, la acción de gracias que se actúa frente a ese cúmulo de bienes gratuitamente recibidos de la mano de Dios.
Tan agradecida de condición, trataba de explicar su agradecimiento y tenía la impresión de no saber hacerlo debidamente, de ser poco agradecida, y trata de compensar esa su deficiencia pensando en alguien que supla por ella y por todos los mortales en ese orden de cosas.
Modelo de agradecimiento: Cristo Jesús
A Teresa le duele personalmente ver tanto desagradecimiento en la gente, y por eso trata de compensar esas deficiencias que descubre en sí y en los demás, y rompe en alabanzas al Señor por su generosidad; y en ella la alabanza es una especie de acción de gracias. Aunque no hable tan explícitamente en Las Exclamaciones de la acción de gracias, encontramos esta realidad presentada de un modo superior cuando se dice a sí misma: «Alégrate, ánima mía, que hay quien ame a tu Dios como Él merece; alégrate que hay quien conoce su bondad y valor; dale gracias que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único Hijo» (E 7, 3). Así hace llegar su agradecimiento a la fuente, al autor de todos los bienes, que se le comunican y, como dice a continuación, «debajo de su amparo» se puede acercar a él, a Cristo el Señor, y alegrarse de la grandeza de Dios y de cómo merece ser amado y alabado y pedirle que le ayude a bendecir su nombre, y que pueda decir con verdad lo que dijo nuestra Señora: «engrandece y loa mi ánima a su Señor» (E 7, 3). Y todavía podemos pulsar su espíritu de agradecimiento cuando, hablando con los bienaventurados, les dice que tiene envidia de ellos porque estáis ya «libres del dolor que dan las ofensas tan grandes que en estos desventurados tiempos se hacen a mi Dios, y de ver tanto desagradecimiento» (E 13, 1).
Agradecimiento a los demás
Las expresiones de su agradecimiento hacía los demás eran bien notorias. Y su confesión acerca de la sardina con que la podrían sobornar es bien conocida y graciosa. Toda su vida era una acción de gracias y a nosotros nos enseña a vivir en esa misma cuerda del agradecimiento y nos enseña a orar en ese mismo tono, pues hay que quitarse de la cabeza que la oración sea siempre y solo petición, ir a mendigar, ir a pordiosear: es alabanza, es acción de gracias, es bendición, es tantas otras cosas. Quienes convivieron con ella han dado su testimonio exacto: la Madre Teresa «era en extremo agradecida de cualquier beneficio recibido, por pequeño que fuese, y lo tenía siempre en la memoria; ni consentía que jamás religiosa suya se quejase ni agraviase de personas de las cuales en otro tiempo tuviese recibido algún beneficio por pequeño que fuese» (BMC 18, 496), dice la famosa priora de Sevilla María de San José. Y otra, Isabel de Santo Domingo, confiesa que la Madre «gustaba mucho de aventajarse en esta virtud, en tanto que la oyó decir aquesta declarante a la dicha Santa, que por un jarro de agua que en cierto lugar le había dado un hombre yendo de camino a una fundación, había muchos años que muy en particular le encomendaba a Dios, y que lo mismo hacía por cualquiera otra persona que a ella o a su Orden hacía algún beneficio; y señaladamente por todos aquellos, así doctos como no doctos, así superiores como inferiores, que en sus dudas la aconsejaban» (BMC 19, 90).
Este hecho del hombre del jarro de agua era muy conocido entre sus monjas y, al declarar en los procesos canónicos teresianos, lo cuentan varias de ellas, como se ve ya por esta última declaración. Su agradecimiento estaba siempre a flor de piel y actuante frente a mercaderes, arrieros, mozos de mulas, que la acompañan en los caminos, a confesores, frailes, monjas, capellanes, letrados, obispos y a cuantos la iluminaban con sus consejos, a los maestros de obras, peones de albañil en sus fundaciones, etc.
Sea bendito...
Termino con una de las oraciones ardientes de Teresa, nacidas de esa misma su condición amorosa y agradecida: «Sea bendito por siempre que tanto da y tan poco le doy yo. Porque ¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos?» (V 39, 6).
Capítulo 12. Teresa, la gran maestra de la parresia
Palabras del papa Francisco
El papa Francisco, en el discurso inaugural del Sínodo de los obispos sobre la familia, decía a los participantes: «Una condición general de base es esta: “Hablad claro. Que nadie diga: Esto no se puede decir; pensarán de mí esto o lo otro...”». Hay que decir todo lo que se siente con parresia, con franqueza.
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Ya hace años publicaba yo un artículo largo que llevaba por título Parresia teresiana, Revista de Espiritualidad 40 (1981) 527-573. Repensando aquel título, se puede descomponer tranquilamente en: Teresa de Jesús, sincera y audaz con Dios y con los hombres. Sinceridad y audacia son dos realidades difícilmente separables en ella; son tan gemelas que no sobreviven una sin la otra, se fertilizan mutuamente. Es tan sincera porque es tan audaz y tan audaz porque es tan sincera.
Sinceridad para con Dios y audacia son, pues, dos manifestaciones de esa actitud denominada cuasi-técnicamente en la Sagrada Escritura «parresia» (literalmente: decirlo todo). Significa más que nada en los Hechos de los apóstoles (cuya penúltima palabra en el texto griego es precisamente «parresia»: 38,31) «la audacia», «la libertad», «la franqueza», con que bajo el impulso del Espíritu Santo, los apóstoles, heraldos del Evangelio, «anuncian el mensaje cristiano con corajuda sinceridad, gemela de la que los profetas verdaderos despliegan en el Antiguo Testamento», siendo esta una de las características más destacadas de la predicación cristiana desde el día de Pentecostés. Para decirlo con uno de los mejores conocedores de la Biblia: «La parresia es una audacia, hecha de libertad y de confianza, que permite presentarse sin temor ante un superior, ante perseguidores o algún interlocutor que pueda contradecir o reprender»[21], y confianza plena entre amigos que permite y obliga a hablar con sinceridad y claridad, sin reticencias.
Configuración teresiana de la parresia
Santa Teresa configura magistralmente la parresia de los apóstoles en la proclamación del evangelio, diciendo: «Con gran fuego de amor de Dios estaban los apóstoles; ya aborrecida la vida y en poca estima la honra que no se les daba más, a trueco de decir una verdad y sustentarla para gloria de Dios, perderlo todo que ganarlo todo, que a quien de veras lo tiene todo arriscado por Dios, igualmente lleva lo uno que lo otro» (V 16, 8).
Cátedra de parresia
Teresa forcejea con san Pablo o más bien con quienes entendían el veto del apóstol de un modo desorbitado, y los desborda a todos. Asistimos así a una pugna o agonía vital. Escribe al padre García de Toledo: «Dé voces vuestra merced en decir estas verdades, pues Dios me quitó a mí esta posibilidad» (V 27, 13). No se subirá a ningún púlpito, pero encuentra el modo de vengarse de esa limitación. Y así la vemos contándole y cantándole a Dios con la más limpia parresia lo que quisiera decir cara a cara a los hombres, a la cristiandad entera. Su cátedra será preferentemente la oración; su estilo el oracional; el tú a tú, diálogo fuerte, de poder a poder con el mismo Dios.
Teresa ora con libertad sincera y atrevida para con Dios. Hay casos en que le riñe, como hija, como amiga, como esposa. Y cuando, como le sucede, le llega la hora de las tinieblas interiores, de la noche oscura, allí la encontramos con su querella pronta y amorosamente cuidada:
Me he atrevido a quejarme a Su Majestad y le he dicho: «¿Cómo, Dios