Empecé esta obra sin saber dónde me llevaría, pues solo tenía una ligera idea de la senda que debía de seguir, para expresar aquello que sentía de una forma palpitante en mi interior.
Podía experimentar cómo la luz y el conocimiento que la Ayahuasca me había ofrecido seguían dentro de mí, revoloteando de forma salvaje en una especie de banal intento por liberarse de esa jaula física que lo aprisionaba.
Era consciente que tenía que construir un saber mediante una estructura entendible, y que disponía de las piezas para hacerlo, aunque todas revueltas en un aparente sin sentido.
Solo, en lo más profundo de mi ser, podía visualizar de forma muy tenue y fugaz, una especie de línea de saber donde todo aquello inconexo parecía conectarse, como si por un breve instante y de forma efímera, observara la imagen completa de un inmenso puzle aún por componer.
Era conocedor que no sería fácil y que me exigiría mucho, pues la complejidad de tal labor era, a primera vista, para mí, algo inimaginable.
A pesar de ello, sencillamente me lancé al vacío sin esperar nada, sin querer nada, sin buscar nada, solo con el afán de plasmar algo que te fuera verdaderamente útil.
Han pasado ya cinco años desde entonces y como un filósofo moderno, he tenido que sumergirme en multitud de mundos y realidades, absorbiendo, digiriendo e integrando sus esencias para ser capaz de exponerlas de la forma más fácil, entendible y sencilla posible.
Ha sido un viaje increíble, lleno de aventuras y descubrimientos, algunos, sinceramente, inimaginables.
En la primera parte, te cuento la que para mí fue la experiencia más importante de mi vida antes de tu nacimiento, un viaje chamánico en las mismas entrañas del Amazonas para sumergirme en las enseñanzas de la conocida Ayahuasca.
Estando allí, escribí parte del diario que ahora te ofrezco.
En la segunda parte, te expreso ese saber y conocimiento, que ella me mostró, manteniendo un íntimo diálogo contigo.
Algunos capítulos han brotado en días, otros, en meses, pues al verme sumergido en ellos, estos me han requerido y forzado a aprender, cambiando mi percepción de la realidad, creciendo y evolucionando internamente al tiempo que los iba exponiendo en el libro.
Destacar que el propio saber se ha ido desarrollando y distribuyendo por sí solos como si tuvieran vida propia, siendo yo incapaz de dirigirlo en ningún caso, pues este me ha llevado a través de su propia voluntad por donde creía que tenían que ir.
A pesar de ello, ha sido un viaje de una profunda trasformación e iluminación, al igual que espero lo sea para ti a medida que te vayas adentrando en él, ayudándote a ver y a entender aquello que se esconde detrás de la misma realidad, aquello que realmente eres.
Mencionar que tú justo acabas de iniciar tu andadura por esta vida, mientras que yo, poco a poco, me voy adentrando en la vejez y esto implica, inevitablemente un distanciamiento entre nuestras mentes, aunque nunca entre nuestros corazones, pues quizá cuando estés preparada y capacitada para aprender aquello que te deseo expresar, yo ya no esté con las facultades para hacerlo.
Esta es la otra razón y sentido de este escrito, pues a través de él, nos podremos comunicar de forma atemporal, permitiéndome acompañarte en tu vida siempre que lo necesites, a pesar de quizá yo, ya no esté capacitado para ello.
Bienvenida, mi hermosa viajera.
PARTE PRIMERA
Llevo tiempo planteándome cómo expresar un conjunto de experiencias y la mejor forma de hacerlo. He llegado a la conclusión de que solo es posible a través de la sinceridad.
Capítulo 1
La llegada
Tras dos horas de viaje desde Lima, el avión ya estaba descendiendo para aterrizar. Me sentía emocionado, llevaba medio año preparándome para vivir aquella experiencia. Medio año trabajando arduamente mi faceta más espiritual, junto a una estricta dieta alimentaria. Probablemente se avecinaban los catorce días más duros de mi vida y era consciente de que lo pasaría mal. Los poderes a los que me iba a someter conocerían sobradamente el grado de esfuerzo realizado y el respeto que les tenía; si mi actitud era respetuosa, me ayudarían como a un hijo a andar por la senda de la vida, mostrándome algunos de sus secretos; si me entregaba a ellos desde la incredulidad y la indiferencia, sencillamente para experimentar, probablemente mi trayecto sería mucho más corto y desafortunado de lo que nunca pudiera imaginar.
El ruido de las ruedas al impactar contra el suelo me hizo regresar al presente, por fin había llegado a aquel verde rincón del mundo. Me desabroché el cinturón, guardé la guía del viajero que me acompañaba, y con la satisfacción de saber hacia dónde me dirigía y por qué, caminé hasta la salida con el resto de los pasajeros. La forzada sonrisa del rostro cansado de la azafata me despedía cuando un fuerte golpe de humedad y calor penetró por todos los rincones de mi piel. La imagen de un cálido invernadero me vino a la mente como un rayo, cayendo en la cuenta de que los invernaderos sencillamente imitan las condiciones ambientales de lugares del mundo como este.
A cada paso, la ropa se me fue adhiriendo al cuerpo como una segunda piel, en cada inhalación saboreé los aromas de la tierra y su vegetación, como si estuviera lamiendo el producto de la pegajosa humedad del suelo. Estaba en Pucallpa, el último pueblo habitable del centro norte de Perú, parada obligada antes de iniciar el trayecto hacia el inmenso y majestuoso Amazonas.
Seguí las líneas amarillas de la pista en dirección al pequeño hangar donde nos entregarían el equipaje. Al entrar, la chapa metálica que cubría el recinto creaba la sensación de estar en un horno y, no muy lejos, llegamos a una cinta transportadora por donde las maletas caían bruscamente, tiradas sin cariño por un hombre bajito y fornido. Mi mochila no fue excepción. Estaba en otro país e inevitablemente las cosas no funcionaban igual que en el mío; lo que creemos a veces tan evidente en nuestra tierra, no lo es en otra.
Cuando fui a cogerla, observé que estaba empapada de una sustancia que olía realmente mal, muy mal, cuya textura aceitosa era incapaz de identificar. La idea de que la ropa que llevaba también se había mojado, empezó a revolotear por mi cabeza y no me hizo ninguna gracia. Acabé concluyendo que quizá era mejor no saber dónde había caído y qué era aquello.
Para mi desgracia, ese desagradable olor me acompañaría desde entonces hasta el final de la experiencia.
No tardé en llegar a la salida del pequeño aeropuerto, allí me esperaba un hombre de unos sesenta años, mediana estatura, tez oscura y ojos penetrantes. Su larga coleta negro azabache resaltaba sobre la camisa blanca y los pantalones tejanos embutidos en unas botas de agua amarillas le conferían un aspecto, cuanto menos, llamativo. Pude sentir que me observó extrañado cuando me dirigí hacia él, pero, sin dilación, ofreciéndome un abrazo, se presentó como don Pedro, el chamán con el que trabajaría. Se le veía un hombre sincero y amable, de buen corazón, sonrisa agradable y ojos siempre profundos, que parecían esconder un gran saber.
Al encontrarnos, me dijo que cayó en la cuenta de que no me conocía y eso le sorprendió; según me contó, solo trabajaba con gente con la que había mantenido contacto largo tiempo. Cuando contacté con él desde Barcelona me confundió con otra persona, así que lo consideré una jugada del destino que me permitiría vivir algo especial en un grupo relativamente cerrado y hermético. Tuve la sensación de estar donde tenía que estar y una profunda alegría afloró por mi cuerpo.
Don Pedro curiosamente también era de origen español, aunque me confesó que ya hacía muchos años que residía allí para dedicarse plenamente a lo que consideraba el cometido de su vida.
Cogimos un tuc-tuc, el taxi triciclo típico de la zona, hacia un pequeño hotel del centro del pueblo mientras compartíamos recuerdos de España. No tardamos en parar frente a un establecimiento mayor que los que lo rodeaban. En la entrada, un grupo de nativas de tez morena