Anna Despotopoulou - Universidad de Atenas
Junio de 1875. El plácido viaje de Rebecca Dickinson, a bordo del tren con trayecto entre Portsmouth y Waterloo, se ve alterado cuando el coronel Baker, hermano del célebre explorador Samuel Baker, descubridor de una de las Fuentes del Nilo, se abalanza sobre ella. Rebecca, de 22 años, se queda durante unos segundos paralizada por el terror que la invade. Sintiéndose incapaz de gritar o de dar la alarma, decide lanzarse hacia la única puerta del compartimiento de primera y la empuja con fuerza mientras Baker, con gestos erráticos y una mirada desquiciada la sigue a escasa distancia. Parece fuera de control. Rebecca queda suspendida en el vacío, con un pie sujeto en el estribo de la puerta y las manos aferrándose al pequeño picaporte. Baker, lejos de cejar en su empeño, la agarra de la cintura intentando vanamente introducirla de nuevo en el vagón. La escena se prolonga durante cinco millas que a Rebecca le resultan interminables. El movimiento del tren se convierte en un mantra a medida que el tiempo transcurre. Finalmente, el tren se detiene en la siguiente estación. Baker de repente se calma y recupera la serenidad, aunque su mirada sigue siendo fría, glacial, como poseída. Minutos después, este oficial de 49 años es arrestado y acusado de agresión inmoral. Como resultado del incidente es destituido del ejército y deshonrado públicamente. El deshonor empañará irremisiblemente el apellido de la familia.
Rebecca Dickinson resultó felizmente ilesa, al menos físicamente, pero en otros sucesos similares acaecidos durante la era victoriana algunas pasajeras sufrieron lesiones graves o incluso hallaron la muerte. Las cosas llegaron a tal punto que hubo un clamor generalizado para dotar a los trenes de vagones para mujeres a fin de evitar sucesivos ataques.
El auge del ferrocarril resultó decisivo para la movilidad de las mujeres, especialmente en las damas de clase media y alta. Antes de su llegada, a la mayoría de ellas no se les permitía viajar solas. Si querían ir a algún lugar, las normas sociales exigían que fueran acompañadas de sus maridos o de un familiar varón a fin de protegerlas de los supuestos peligros. Sin embargo, debido a que el ferrocarril redujo progresivamente la duración de los viajes, se consideró que los posibles riesgos que pudieran afrontar las mujeres que viajaran solas se veían claramente disminuidos. The Quarterly Review declaró en 1844 que los ferrocarriles habían logrado «la justa emancipación de la mujer, y en particular de aquellas de clase media y alta, respecto a la prohibición de viajar».
Sin embargo, algunos todavía pensaban que las damas deberían ir aisladas al viajar en tren. Fue así como algunas empresas comenzaron a proporcionar compartimentos «solo para mujeres». La cosa cuajó de tal manera que, en la década de 1860, las compañías ferroviarias se vieron sometidas a una fuerte presión popular para dotar a los trenes de este tipo de vagones de forma generalizada.
Los defensores de tales iniciativas apuntaban algunos casos de manifiesta grosería, de lenguaje soez y agresiones masculinas, situaciones que en ocasiones fueron dirimidas en los tribunales o denunciadas en la prensa. A modo de ejemplo, The Penny Illustrated Paper publicó en 1868 la historia de dos mujeres que fueron seguidas de forma inquietante por un hombre, «vestido de caballero», de un compartimento a otro. Al parecer, actuó de manera insultante. Los gritos de ayuda, las damas aprisionadas contra las ventanillas o la puerta, zarandeadas o insultadas, impulsaron la decisión de dotar de este tipo de vagones separados. Así pues, no resultó sorprendente cuando el Ferrocarril Metropolitano en Inglaterra introdujo «compartimentos para mujeres» en todos sus trenes en octubre de 1874, fueron muchos los que se felicitaron por tal decisión. Si bien, la iniciativa no duró demasiado y después de un tiempo el Metropolitano abandonó su práctica.
Algunas voces se alzaron echando la culpa de tales situaciones a las damas que viajaban solas. «Culpa de la víctima» fue una frase tristemente repetida por no pocos «respetables» ingleses. Otros achacaban tales situaciones a un exceso de imaginación por parte de las viajeras. Un reportero del Newcastle Weekly Courant declaró en 1884: «hay mujeres que, creyendo que todo lo que leen en los periódicos es tan cierto como el Evangelio, se sienten aterrorizadas cuando se encuentran a solas con un hombre en el vagón».
Llegó un punto en que las compañías ferroviarias se vieron obligadas a intervenir, si bien discretamente. Consejos del estilo de: «vista apropiadamente», «lleve poco equipaje», «hable solo cuando le hablen», «elija su asiento con cuidado» o «vigile a su acompañante» —todos ellos dirigidos a la mujer—, serían visibles en letreros dispuestos en los vagones y estaciones durante el siglo XIX y principios del XX. Finalmente, se aprobó introducir vagones exclusivos para mujeres en el ferrocarril metropolitano de Londres, aunque la medida, dirigida a evitar el asalto, no logró abordar la causa del problema.
Los vagones Ladies Only contaron con defensores y, cómo no, detractores. La verdad es que tales compartimentos fueron ciertamente infrautilizados. Un informe en The York Herald declaró que en el Metropolitan el privilegio de los compartimentos exclusivos para mujeres no se aprovechaba hasta el punto de justificar que la compañía reservara tanto espacio en cada tren y no debía sorprender que fueran el blanco de la ira de los pasajeros masculinos, molestos por tener que viajar en espacios muchas veces abarrotados cuando los Ladies Only iban prácticamente vacíos.
Algunas líneas de ferrocarril acabaron dando cerrojazo a esta iniciativa después de un año debido a las crecientes quejas. Hubo viajeros, incluso, que exigieron la segregación total de género argumentando que, mientras los hombres viajaban principalmente en silencio, las mujeres hablaban sin cesar. «En nombre de la humanidad, que dispongan de vagones reservados para ellas, pero también que nosotros, los hombres, tengamos vagones sólo para nosotros».
A medida que el ferrocarril se hizo más popular en Inglaterra, los trenes permitieron a los viajeros moverse con una facilidad sin precedentes reduciendo drásticamente la duración de los viajes. Pero para la mentalidad victoriana estos adelantos tecnológicos afectaban a la salud mental. Los trenes «dañaban el cerebro», el movimiento y las vibraciones trastornaban la mente y el ruido de las locomotoras destrozaba los nervios y desencadenaba arrebatos violentos. Resultaba imposible predecir quién sería el próximo en verse atacado por un loco o en convertirse en uno.
Así pues, los ataques a mujeres no fueron un fenómeno exclusivo. Por alguna razón, los sucesos de comportamientos erráticos se producían con cierta frecuencia contra todo tipo de pasajeros. Hombres que de pronto sacaban una pistola y se paseaban por los vagones con miradas enloquecidas, gente trastornada que arremetía contra su vecino de asiento, golpes inesperados en las ventanillas, acometidas feroces con cuchillos, episodios de exhibicionismo… «Locura ferroviaria» se denominó este tipo de paranoias que afectaban a unos cuantos viajeros. «Parecía haber algo en los ferrocarriles que hacía que la gente, especialmente los hombres, sufriera angustia e inquietud mental», escribió el periodista de la BBC, Jon Kelly.
Con el tiempo se publicaron informes sobre tales comportamientos. La prensa también se hizo eco de situaciones insólitas, de pasajeros que se desprendían de su ropa para asomarse por las ventanas despotricando y delirando. Las revistas médicas sacaron a la luz datos y perfiles de dichos lunáticos. La mayoría de los sucesos tenían lugar en los vagones de primera y segunda clase, lugares estancos y cerrados con llave por razones de privacidad, pero sin posibilidad de escape para las víctimas.
Según otra teoría de la época, el ferrocarril proporcionaba una escapada fácil y rápida a los pacientes de algunas instituciones de salud mental que lograban fugarse. En 1845, la revista Punch publicó la caricatura de unas vías del tren que conducían a un asilo mental. Historias de maníacos y depravados en los vagones aterrorizaron a muchos viajeros. Y la posibilidad de estar en un compartimento con uno de ellos no era tan remota.
La solución final a estos problemas sería conectar los compartimentos