LA MELODÍA DEL ABISMO
DIEGO SOTO GÓMEZ
LA MELODÍA DEL ABISMO
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2022
LA MELODÍA DEL ABISMO
© Diego Soto Gómez
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2022.
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ISBN: 978-84-19092-28-1
DIEGO SOTO GÓMEZ
LA MELODÍA DEL ABISMO
Para Dobed.
Índice
Prólogo. El amanecer en sus ojos
2. Conversaciones con Ardah, Señor de la Mente
6. La maldición del amor corrupto
7. El uroboros que rodea la luna
8. Nghya Ki, primera y última encarnación de la justicia, in absentia
9. La sed de la serpiente de Buhlig
10. Ireón más allá de las montañas
11. La distorsión del espejo de Ohs
12. Salteadores, Calcinados y adoradores de Gnije
13. Sombras en la ascensión de Aniho
15. Estura en un arpa, ardiendo
19. Agua sobre el fuego de Zelgoro
20. Alissa a través del Espejo
Epílogo. El atardecer en sus labios
Prólogo
El amanecer en sus ojos
—Me la arrebataste. Me lo arrebataste todo —le recriminó lanzando aquellas palabras con timidez, cuando era la ira la que pretendía manar de su frágil cuerpo.
La mujer no respondió ante aquella provocación. Se limitó a deslizarse despacio, como un pétalo mecido por una calmada racha veraniega, y se sentó en el lecho, junto a ella, haciendo que la madera gruñese, antes de tomarla de las manos. Sus dedos vestían una piel suave, cálida, casi transparente, como una película de hielo sobre un lago invernal. Unos hilillos purpúreos recorrían el dorso de sus manos, canales, raíces que reptaban a través de unos brazos completamente lampiños hasta perderse por los pliegues de las mangas de su camisa de estopa. Su pecho no hacía movimiento alguno, permanecía estático, dolorosamente inmóvil. El aliento no emitía ningún eco al abandonar sus labios, quizás enmascarado por la suave brisa que besaba la piedra durante aquella fresca noche primaveral.
Cuando Alissa levantó la mirada, vio en el rostro de aquella hermosa joven una dulce sonrisa. Zarcillos negros enmarcaban un semblante que sangraba una belleza oscura, caótica, pura.
—Yo solo la miré, y ella me siguió —dijo con una voz tranquilizada, suave como la caricia de un amante satisfecho tras el éxtasis.
Los dientes de Alissa castañeteaban mientras una tristeza líquida y gruesa superaba la frontera de sus pestañas y se precipitaba. La melancolía constreñía su rostro, obstruía sus fosas nasales y no le permitía rozar la fragancia de aquel ser de aura balsámica, acogedora.
—¿Vienes a por mí? —osó preguntar.
Ella negó y la joven no supo si sentir decepción o alivio. Carecía de la valentía necesaria para ansiar la respuesta.
—¿Quieres