Max Weber creyó siempre que ciencia y política eran incompatibles. Tan cierto como que siempre mostró un gran interés por reflexionar sobre la acción política. Como advirtió Raymond Aron, en Max Weber, aunque académico brillante, como antes en Jeremy Bentham, en John Stuart Mill y en tantos otros, siempre encontraremos un punto de nostalgia de la política, como si la finalidad última de su pensamiento hubiera radicado en las ganas de salir del aula y pasar a la acción transformadora. No acabo de estar seguro, sin quererme comparar con ellos, que personalmente no ande cojo de la misma dolencia, añorado como sigo de la cosa pública y atormentado ante la posibilidad de que mis preocupaciones, miedos y esperanzas puedan no ser realmente transformadores, más allá de la semilla que ahora siembran en la conciencia cívica de mis alumnos o de mis lectores habituales de La Vanguardia.
En todo caso, estoy absolutamente seguro que serán las humanidades y no la ciencia ni la técnica las que nos sacarán de la barra del desengaño en que nos hemos apoyado, confusos y desorientados como el que se queda solo, entre desconocidos, en un bar de memoria infausta, una noche absurda. Será nuestra propia humanidad y no los avances científicos y tecnológicos, ni todavía menos la inteligencia artificial, la que nos brindará nuevas y mejores oportunidades. Porque las máquinas pensarán más y mejor que nosotros, pero solo los hombres y las mujeres sabremos apreciar el valor de la libertad que nos permite la vida plena y sentiremos la curiosidad infinita que desde Prometeo nos espolea a progresar, la belleza que nos reconforta y el amor que nos define, que nos hace tolerantes, compasivos y con sentido y necesidades de trascendencia. Personalmente, yo que ahora soy como aquellos oficiales de guante blanco que enseñan el arte de la guerra a los jóvenes cachorros de la academia, pero desde la autoridad que da haber estado en el frente y haber perdido en él una pierna, solo querría que el último día de curso para los alumnos o la última página de este libro para el lector, transformen el desengaño, la desconfianza y la apatía que corroe el corazón de muchos de nosotros en una variación alegre y renovada del inconformismo que en su día encarnó para mi generación Winona Ryder en Reality bites. Para el icono de la generación X, por mucho asco que le generara el mundo de sus padres, la pregunta correcta no era la que buscaba culpables sino la que se preguntaba “¿Cómo podemos enderezar el desastre que hemos heredado?”.
En su día, de la mano de los profesores de filosofía Josep Maria Esquirol y David Redon, las materias de humanidades impartidas en el Campus Universitario de La Salle se estructuraron en tres asignaturas anuales, bajo el título de Pensamiento y creatividad. En la primera, de corte estrictamente ético, el reto es preguntarnos ¿cómo podemos llevar una vida buena, es decir, feliz y amistosa? En segundo, los alumnos tienen que enfrentarse al tema desde una mirada antropológica. ¿Podemos aspirar a nuestra propia autorrealización personal si no hemos reflexionado antes sobre quiénes somos, sobre qué hacemos aquí? Finalmente, en tercero, la asignatura plantea el problema de cómo podemos construir un proyecto de vida propio, dedicarnos a aquello que nos interesa, a nuestra familia, a nuestros amigos, a divertirnos y ganar dinero o simplemente a contemplar las estrellas y los rosales, si permanecemos indiferentes o simplemente al margen de la comunidad en donde vivimos. ¿Es posible vivir entretenidos y echados en el sofá de casa, ir a esquiar a la Masella en invierno y a navegar por Es Vedrà los atardeceres de agosto si en el rellano de casa tropezamos con nuestro vecino que no tiene trabajo o si sabemos que aunque lo tiene no llega a fin de mes? Y al revés, ¿cómo podemos reforzar el sentido de comunidad sin lesionar nuestro propio yo, la libertad y la obligación moral de ser nosotros mismos, únicos e irrepetibles hombres y mujeres libres? Si concedemos a este animal que es el hombre el carácter de social, de político, ¿hasta dónde estaremos dispuestos a tolerar que el Estado se inmiscuya en su vida? Para quien escribe, el verso de Vicenç Villatoro recordando que la primera persona del plural es mentira siempre ha iluminado sus preocupaciones. Como la incitación de Wilde a crearte a ti mismo, a ser tu propio poema. Tan cierto como que pocas especies como la humana necesitamos, ya desde nuestra más primigenia brizna de vida, tanto y tanto de los otros, de sus acciones y de su reconocimiento, para poder llegar a ser, algún día, nosotros mismos, un hombre, una mujer, con pleno significado de todas y cada una de sus letras.
Ese es el perfume de las clases que imparto. Unos días con aromas sabrosos y florales, otros con regusto amargo, siempre, sin embargo, procurando que respiren humanidad, o sea, duda, contradicción, compasión, predisposición al cambio. Porque nos importan los hombres y las mujeres, no lo que hacen. Odia el delito, compadece al delincuente, escribió Concepción Arenal. Porque sea virtud o defecto, el caso es que cuando las circunstancias cambian, también lo hacen las opiniones. Es la sangre y es el espíritu. La acción y la reflexión. La fuerza indómita de la juventud, la mirada matizada de la madurez. La alegría franciscana de vivir reverenciando al hermano Sol y la hermana Luna, y la angustia de saber que hemos de morir, como lo hemos aprendido desde Kierkegaard y con Sartre, que en el fondo es la peor y más despiadada de las noticias que nos atormentan.
Acabo. Las páginas que vienen a continuación pretenden ser rigurosas e inspiracionales; balsámicas y provocadoras; académicas y útiles para el gran público. ¡Todo un manual de ética para la supervivencia en una vida que tiene que valer la pena ser vivida! No rehúyen las nubes negras que nos amenazan pero saben que siempre, después de una fuerte tramontana, regresa la calma. Y que aunque el vendaval haya sido demoledor, en las actuales circunstancias nuestra capacidad restauradora puede ser más potente y sólida que nunca. Lo escribió Josep Pallach, como yo nacido en Figueres y finalmente residente en Barcelona, también como yo político y académico. Para este socialista liberal, lo único realmente importante era que “no te desanimes nunca y que nada te desanime. La vida es un eterno recomenzar. Es el mito de Sísifo, si quieres. Pero es su dignidad”. Sísifo es el viaje a Ítaca de Kavafis, el camino que se hace caminando de Machado. Encontrándome como me encuentro ya en el ecuador de mi vida, es decir, llevando ya a mis espaldas tantas experiencias amargas como felices, cada uno de los capítulos que se presentan en este librito incorporan también alguna vivencia personal que creo ilustrativa de lo que pretendo explicar, confío que con un ánimo más aleccionador que impúdico o indiscreto. Lo escribo para mí, pero todavía más para tantos y tantos jóvenes amigos, alumnos y conciudadanos a los que quiero y a los que debo la alegría de vivir. ¡Ya veis, que mi propósito no es moco de pavo!
1. Jordi Llovet, “Universitat i política”, Marginàlia, 21 de noviembre del 2019.
2. Michael Sandel, La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, Debate, Madrid, 2020.
3. Michael Sandel, entrevista en La Contra, La Vanguardia, 8 de febrero del 2021.
4. Además de las aportaciones ya clásicas de autores como Robert Kurz, con su archicitado El colapso de la modernización, publicado por primera vez el 1991, en Brasil, o de los trabajos de divulgación de Naomi Klein, traducidos a todas las lenguas, destaquemos tan solo a modo de ejemplo de la reciente literatura catastrofista los libros de Santiago Niño Becerra, Capitalismo (1679-2065), Ariel, Barcelona, 2020; Samuel Alexander y Rupert Read, Esta civilización está acabada, Nola Editores, Madrid, 2021 o, por no aburrir, Daniel Closa, Antropocè: la fi d’un món, Angle Editorial, Barcelona, 2021.
5. Markus Gabriel, Ética para tiempos oscuros.