Sánchez se apeó de su furgón antidisturbios y siguió a pie. Es un procedimiento muy habitual de la URI. Mientras el motorista centra su atención en el vehículo policial grande y aparatoso, un agente caminando embiste al piloto en fuga de forma sorpresiva trabándolo o forzando su caída. Pero esta vez no resultó. Sánchez vio muy cerca la posibilidad de dar con el motorista y cruzó la calle. En ese momento, el furgón antidisturbios iba también tras el ciclomotor. Una décima de segundo. No hubo nada que hacer. El tremendo golpe provocó un fallo multiorgánico irreversible. El contrabandista huyó.
El accidente mortal que afectó al policía local de La Línea provocó uno de los primeros episodios masivos de reacción popular ante la inseguridad que acarrea el trapicheo en este caso en forma de tabaco de contrabando. Esa progresión delictiva no la transita todo el mundo, pero sí es muy habitual que en un determinado momento un contrabandista de tabaco dé el salto a la droga. Cuenta con medios y experiencia que puede aplicar a un negocio ilícito que le va a reportar más beneficios y más riesgos. En muchos casos, los procedimientos no son tan distintos, ni tampoco las rutas. Es sustituir una mercancía por otra. Se trata de un salto que casi nunca tiene vuelta atrás, y de ello no es siempre consciente su protagonista. Hace falta mucho autocontrol para salir del círculo del hachís; de la droga en general.
–Ha habido dos manifestaciones fuertes. Una, tras lo ocurrido en la playa de Getares. También hubo movilización tras la muerte del policía local durante un tema de contrabando. El asunto salió en la tele –explica Javier López Morales, policía nacional destinado en La Línea de la Concepción. Es representante del sindicato SUP.
Esos dos casos trágicos cambiaron la percepción que muchas personas tenían del tráfico de drogas y, en parte, del contrabando. Empezó a observarse que esas actividades ilícitas vienen acompañadas muchas veces de ruina, de muertes y de cárcel que en algunos casos se prolonga por muchos años. La gente empezó a ver la realidad del narcotráfico de otra manera. Ese giro de conciencias coincidió en un momento de mayor descaro de los grupos criminales o quizá fue la consecuencia de ello. El rescate de un miembro del clan de los Castañitas del hospital de La Línea es un ejemplo llamativo. Pero hubo más.
Ese cambio en la opinión pública se hacía necesario, según muchos. Se contemplaba el contrabando de hachís con un alto grado de tolerancia popular. Esa aceptación se antoja en algunos momentos como un mecanismo de defensa ante una realidad que no ofrece otras opciones de ingresos suficientes. Como una evolución inevitable de aquellos que con bajos recursos quieren progresar en la escala social.
No todo el mundo cree en esa especie de fatalismo:
–Existe una percepción muy extendida entre la población de que lo que se hace con el tráfico de drogas no es tan grave. Pero te digo que el que está arriba, en la parte alta de la estructura, sí lo sabe –comenta Paco Mena. El líder comunitario se refiere a los que mueven los hilos de las organizaciones, a los que ocupan la cúspide de la pirámide criminal rodeados de buenos equipos de abogados y de la seguridad de no tener que hacerse al mar o a la descarga en una playa.
Este veterano conocido por la lucha contra la droga está sentado en su despacho en la localidad de San Roque. Hay fotos suyas en la pared. Aparece en ellas con varios años menos. Aparece junto a políticos tanto del PSOE como del Partido Popular, incluidos algunos antiguos ministros. Pero sobresale la foto de Mena con Felipe González. Parte del cabello del activista contra la droga era negro todavía. Ahora luce una cabellera completamente cana. Avisa, cuando ve que la imagen despierta la curiosidad de su interlocutor, que González era ya expresidente cuando se tomó la instantánea.
–Debe restablecerse el principio de autoridad –Mena considera que ha sido quebrado–. Ha surgido una nueva generación de narcotraficantes. Son miembros más impulsivos y con menos sentido común.
–Ha habido una pérdida de valores y una falta de educación –relata el policía López Morales–. Los responsables son los hijos de los traficantes más veteranos, a los que las series de televisión les han calado hondo. Los narcos dicen que ellos no hacen nada malo, que “es para comer, es para mi familia”, repiten ellos y los que los apoyan, pero es verdad que desde la muerte del niño ha crecido la repulsa social.
Lisardo Capote es el jefe del Servicio Vigilancia Aduanera de Algeciras. Combate el contrabando, y por tanto, también el de hachís. Es un hombre de verbo ágil y certero. Ha dado muchas veces vueltas en su cabeza a lo que significa socialmente el narcotráfico.
–Decir que el contrabando es una manera de buscarse la via es una insensatez. El hachís –explica– podrá ser considerado una droga blanda, pero lo que hay detrás son muchísimas cosas. Genera una fuente de ingresos extraordinaria, y con esa fuente de ingresos todo lo que viene detrás suele ser bastante malo... Desde financiación del terrorismo hasta otras actividades. Y después de tener toda esa cantidad de dinero, lo que viene después es buscar poder y con el poder llega la corrupción, la compra de voluntades, y trae degeneración social.
Un excontrabandista de tabaco de la zona del Campo de Gibraltar que no quiere dar su nombre tiene también sus propias ideas a propósito de la percepción de que el tráfico de hachís no es o no debería ser delito. Para este hombre de marcado acento gaditano, las razones para ese tipo de consideraciones benignas acerca del contrabando de droga están muy claras:
–Eso lo ha dado la llamada narcocultura. Son cientos de familias las que viven del narco. Les ha dado todo, piensan, pero no es verdad. Han sido ellos mismos los que se han jugado tres años de cárcel o directamente la vida ahogados en el Estrecho. Aquí no hay Robin Hoods. Aquí nadie regala nada.
Piense lo que piense cada cual acerca de la necesidad de perseguir o no esta actividad del todo ilegal en el ordenamiento jurídico español, en lo que todo el mundo parece coincidir es que el tráfico de hachís está muy infiltrado en la sociedad de la región sur. Algunos de los detalles del trágico suceso del niño atropellado junto a su padre dan la medida de esta capilaridad de la actividad traficante. La narcolancha que atropelló al pequeño M. en la playa de Getares es de las que sirve de apoyo, llevando comestibles, agua o combustible, a las que se quedan fondeadas en alta mar cargadas hasta los topes de droga a la espera del momento adecuado para acercarse a la orilla y desembarcar el hachís. A veces aguardan en el mar durante días y por eso necesitan a otras embarcaciones que les lleven suministros. La que discurría peligrosamente entre las mejilloneras y que mató al niño era de las que ejercía esta función nodriza. Pues bien, la embarcación era de un miembro del clan de los Castaña, que tiempo después fue apuñalado de poca gravedad por el padre del menor fallecido. Alguien contó que el desconsolado progenitor andaba por Algeciras como alma en pena buscando consuelo en todo aquello que le hiciera olvidar y en una de estas se fue a por el dueño de la goma, pues no pudo ir a por el piloto porque estaba en la cárcel. Resulta que el padre de M. también está relacionado, según informaciones policiales, con otro grupo criminal vinculado al hachís: el clan de los Pantojos. El hachís está por todas partes.
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