Supongamos que diversas naciones presionan a dicho organismo para que no declare la pandemia, guiados por criterios meramente políticos y económicos, desconociendo las recomendaciones de las sociedades médicas más prestigiosas.
Supongamos que la población mundial se niega a cambiar su estilo de vida, que millones creen que solo se trata de una estrategia para controlar las grandes explosiones sociales de los últimos tiempos. Supongamos que hay protestas contra las medidas sanitarias y de autocuidado.
Supongamos que la mayoría de los países europeos se demoran en tomar medidas básicas de salud pública. Supongamos que se cree que la nueva enfermedad será controlada en unas pocas semanas o, a lo más, en meses.
Supongamos que se gastan miles de horas y millones de neuronas tratando de decidir si vale la pena o no implementar el uso de mascarillas. Supongamos que hay naciones latinoamericanas que declaran cuarentenas totales de más de nueve meses mientras que hay otras que nunca lo hacen.
Supongamos que hay jefes de Estado que «compiten» a través de masivas ruedas de prensa con otros primeros mandatarios para ver cuál de sus naciones tiene mayor o menor cantidad de fallecidos.
Supongamos que el Presidente que entonces lidera a la primera potencia del mundo decide abandonar la principal organización de salud internacional en plena pandemia y que, además, ridiculiza el gigantesco trabajo que hace el personal sanitario de su país y del planeta, exponiendo su salud a diario, por salvar a los millones que enferman, declarando que la pandemia es una exageración construida por la prensa. Supongamos que ese mismo sujeto cree y fomenta la creencia en teorías conspirativas.
Supongamos que se desata una monumental crisis económica, que millones de puestos de trabajo se pierden, y que la industria aeronáutica y del turismo se paraliza por al menos los siguientes dos años. Supongamos que los Estados, para paliar la crisis, generan la mayor deuda pública de la historia: en el caso de Latinoamérica dejando a sus principales economías con deudas en torno al 62 por ciento del PIB.
Supongamos que el verano del hemisferio norte del año 2020 transmite una falsa sensación de confianza y, por ello, la segunda ola es mucho peor que la primera en términos de tasa de contagios y letalidad. Supongamos que, además, durante el curso de la pandemia las muertes asociadas al Covid-19 son muchísimo más altas de lo que las cifras oficiales admiten.
Supongamos que creemos que por el hecho de contar con vacunas a fines de 2020 el problema está resuelto. Supongamos que el invierno de 2021 del norte del planeta y el verano del hemisferio sur resultan ser uno de los períodos más complejos, desde el punto de vista sanitario de los últimos cien años.
Supongamos que las fronteras se abren antes de tiempo, potenciando rebrotes y la aparición de nuevas cepas del virus por doquier. Supongamos que la producción y, en particular, la distribución de las vacunas, toma mucho más tiempo del imaginado. Supongamos, entonces, que muchos países viven una tercera, cuarta y hasta quinta ola de la enfermedad.
Supongamos que el orden mundial se transforma, que los históricos bloques del siglo XX, como placas tectónicas, comienzan a desplazarse, dividiéndose y transformándose, dando paso a una multipolaridad política y económica muy lejana a la que estábamos acostumbrados y entendíamos, más allá de nuestra adherencia, o discrepancia hacia estas.
Supongamos que debido a todo lo descrito, la tecnología se transforma en forma vertiginosa y nuestro modo de vida cambia como nunca antes. Supongamos que surgen diversos focos de conflicto de origen político, social y económico mientras se potencian los ya existentes, haciendo que los ejes del poder se alteren en forma dramática y que no estamos preparados para ello.
Supongamos que no existen teorías ni modelos políticos, económicos, sociológicos o psicológicos que puedan administrar y conducir la metamorfosis que se experimenta. Supongamos que nuevos códigos culturales dan inicio a una profunda transformación social. Supongamos que el siglo XXI ha llegado definitivamente y que nos espera una nueva era bajo todo punto de vista.
Supongamos que después de un largo período de confinamiento y medidas que han restringido dramáticamente nuestra vida cotidiana tenemos miedo, estamos desorientados, enojados y hastiados.
Supongamos que aprendemos y, sobre todo, que somos capaces de darle un sentido a este momento de la historia humana y logramos construir algo que haga que toda esta incertidumbre y dolor valgan la pena. ¿Será esto posible?
Creo que sí, pero no será tarea fácil, muy por el contrario. Necesitaremos creatividad, templanza, coraje, voluntad, sacrificio, esfuerzo, generosidad, reciprocidad, confianza y optimismo, muchísimo optimismo.
1 Síndrome respiratorio agudo grave. El SARS apareció en China en 2002, se propagó en todo el mundo en algunos meses, aunque fue rápidamente contenido. Es un virus que se transmite mediante las partículas de saliva que están presentes en el aire cuando una persona infectada tose, estornuda o habla.
Capítulo 2
Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI
¿Cuándo terminó el siglo XX y comenzó el nuevo milenio? Como sabemos, el tiempo es un concepto complejo que va desde la magnitud física que permite secuenciar hechos, hasta la noción gramatical que permite situar una acción en un momento determinado. Esto, a su vez, supone un saber cronológico del tiempo lineal que transcurre desde un punto inicial a otro siguiente, continuo o previo. Como se ve, el tiempo es algo más complejo que una fecha en el calendario.
A los seres humanos nos gustan los hitos, las conmemoraciones, los comienzos y los finales. Es posible que ello se deba a nuestra conciencia de muerte. El sabernos que, fisiológicamente, tenemos una «fecha de expiración» nos obliga a intentar atrapar, en una bocanada de tiempo cósmico, todo lo que nos sea posible. Sin duda, sin esa conciencia de límite, conceptos como la imaginación, creatividad, invención y evolución, como las entendemos, no tendrían ningún sentido.
Durante décadas, siglos y milenios la idea de tiempo cronológico se mantuvo estable en muchos sentidos. Años, meses, días y horas resultaban predecibles. Las estaciones climatológicas estaban claramente marcadas en dos o cuatro, dependiendo del lugar del planeta donde se habitaba. Las tareas y los hechos transcurrían en forma concatenada o al menos así parecía. La simultaneidad se entendía, al igual que la inmediatez, pero el concepto de «presentismo» no estaba en los registros psicológicos de prácticamente nadie. El aquí y el ahora, existían porque había un pasado y un futuro; lo que ocurría hoy era con consciencia de memoria histórica y el mañana estaba sujeto a la naturaleza y a la voluntad de los dioses.
Con la Revolución Industrial y la idea de modernidad, los fundamentos del tiempo cronológico y psíquico comenzaron a cambiar. Aunque la medida lineal de este se ha mantenido desde entonces, la forma en que se entiende y vive el presente se hace cada vez más amplia. De algún modo, el «ahora» comienza a engordar, se vuele obeso, apretujando el pasado contra sí mismo y, al mismo tiempo, se hace cada vez más voraz con relación al devenir. A partir de la segunda mitad del siglo XX la idea de que «el futuro es hoy» se instaló como un lema global. Así, la espera comienza a ser una experiencia cada vez más intolerable.
La aparición del internet instala el «presentismo» como motor, deseo y voluntad de existencia. La simultaneidad, el vértigo de creer contar con todas las posibilidades y la promesa de poder tenerlo todo, solo por el hecho de acceder al menú que los escaparates reales y virtuales nos ofrecen, hacen aumentar la gula hasta alturas inimaginables. La web nos permite suponer que se puede contar con todo el conocimiento disponible en el mismo instante de la pregunta, lo que hace estallar la idea de reflexión por los aires. La pausa, la contemplación, el ocio sagrado de la filosofía clásica y la espera, son posiciones psíquicas que, lejos de producir templanza y carácter, generan angustia y sensación de vacío.
Y, en medio de ese ritmo desenfrenado, se nos acabó un siglo lleno de horrores