Esta mezcla de universalidad y particularidad es la causa de que el estudio del hombre y del vivir resulte un poco complicado. Vivir, tiene mucho de aprendizaje, pero mucho también de descubrimiento, y el descubrimiento es esencialmente creativo, aunque, probablemente, todo verdadero aprendizaje sea también creativo.
En el descubrimiento de algo nuevo, la creación es esencial. [En la vida como] en la ciencia no existe una regla general que permita pasar del material empírico a nuevos conceptos y teorías capaces de ser formulados matemáticamente.7
La verdad práctica
En la vida como en el arte, la verdad es práctica.8 Esto tiene dos vertientes; por una parte, como acabamos de ver, la verdad que buscamos es una verdad para la vida, por otra parte esa verdad aparece en el hacer, “va surgiendo” en el proceso. Por eso en la vida como en la ciencia, la obsesión por el control y la absoluta certeza de lo que vamos a encontrar, no sólo no son recomendables, sino más bien todo lo contrario; el creer que ya conocemos el final representa un serio impedimento para encontrarlo, para avanzar realmente, para alcanzar nuestra meta. Para no movernos en círculo, hay que dejar que las cosas surjan, pues la imagen del hombre que buscamos no puede existir realmente antes de ser vivida, aunque ciertamente “buscar” sea siempre caminar en una determinada dirección, y esto exija una intuición previa.9 Sin embargo, no poseemos algo así como un “modelo interior” de acción o de persona, y no podemos sino tantear para encontrar lo más acertado para cada uno y para cada situación, aquí y ahora. El “aquí” y el “ahora” son elementos imprescindibles en todo proceso creativo, sólo lo individual nos lleva a la universalidad. Como dice Kingsley hablando de Parménides, “él escribe sobre algo que está más allá del tiempo y el lugar; pero para comprenderlo, hay que partir del tiempo y el lugar”.10
Finalmente, en el ilimitado proceso de aproximación que es el conocer, la actividad artística nos ayuda a comprender qué es lo verdadero. Ayudándonos a comprender la acción (el proceso), esclarece la relación entre el descubrir y el crear, entre la comprensión y el “hallazgo”. El resultado no es un objeto, una imagen definitiva, clara y distinta del mundo o una solución universal a un problema concreto, sino, más bien, las coordenadas que nos permiten la comprensión correcta; puntos de referencia para el juicio; aspectos esenciales de una situación; fundamentalmente nos ayuda a ordenar y recrear nuestra imagen del mundo. El aspecto más importante de esta creación consiste en la adquisición de un punto de vista a través del cual establecemos una determinada relación con lo que nos rodea y con nosotros mismos, incidiendo así, con nuestro actuar, de una determinada manera en lo real. Viviendo creamos mundos en sentido estricto. Desde el punto de vista del actuar, la acción acertada es, según esto, una forma de mirar, una perspectiva; constituye una manera de ver el mundo. Una forma de actuar es también una forma de pensar, por eso es así mismo una actitud y una decisión, una óptica, un punto de vista, como afirma Emmanuel Lévinas.11 Probablemente tiene razón José Antonio Marina cuando dice que la función principal de la inteligencia es dirigir la acción.12
Según esto, todo conocimiento conlleva una actitud moral, toda explicación del mundo una toma de postura, una auto-definición, el yo será, por tanto, otro de los puntos neurálgicos de este trabajo. Creo que renunciar a ese concepto supondría un considerable retroceso en nuestra comprensión de la vida del hombre. Aunque ciertamente hoy en día sea necesario redefinirlo y resituarlo, lo considero uno de los grandes hallazgos del pensamiento occidental. El yo, que es una forma de nombrar la identidad, unido a la idea de autenticidad, de desarrollo personal, es ya inseparable de nuestra tradición occidental y, en mi opinión, un hallazgo de incalculable valor.13
Para terminar, quiero llamar la atención sobre un aspecto importante que podría considerarse una omisión o un olvido en mi planteamiento. Y de hecho lo era, hasta que mis otros ojos, los de Tatiana Aguilar-Álvarez,14 me lo hicieron ver: la lectura de este trabajo puede dejar la impresión de que el desarrollo del hombre, que aquí buscamos, sólo se alcanza mediante el esfuerzo intelectual. Nada más lejos de la realidad. Ciertamente éste es un trabajo de filosofía, pero la filosofía es sólo una de las formas posibles de conocimiento. La moral consiste o desemboca en la definición de un orden (que de momento, y de manera un poco banal, podemos describir como el diferenciar, en cada situación, qué es importante y qué no). La filosofía es un camino para alcanzar este conocimiento mediante el esfuerzo intelectual, pero también hay otros. Desde mi punto de vista, la bondad es uno de ellos, pues no es otra cosa que la intuición de este orden, es otra forma de inteligencia, es la capacidad de establecer en cada momento las relaciones correctas y, por tanto, de tomar las decisiones adecuadas. Esto es posible porque, como ya hemos dicho, todo verdadero conocimiento es un conocimiento de lo individual y concreto. La bondad es algo difícil de definir y no es además la meta de este pequeño trabajo –que se propone algo muy humilde: corregir la mirada, averiguar cual es la dirección correcta del pensamiento que busca clarificar el actuar y dirigirlo–, sin embargo creo que hay una característica fundamental sin la cual no puede entenderse su esencia y que, por otra parte, la une al verdadero esfuerzo intelectual y explica cómo pueden llegar al mismo sitio: la bondad parte de una profunda honradez con uno mismo, tal vez sólo sea eso: una profunda honradez que hace posible mirar limpiamente y reconocer el orden correcto. A su vez, el esfuerzo intelectual sólo es veraz cuando es honrado.
La bondad se acerca a la verdadera filosofía también por su forma. A veces pensamos que el éxito de este esfuerzo depende de una portentosa inteligencia, lo que significa estar especialmente dotado para algo. Sin embargo la inteligencia tiene más que ver con el equilibrio de nuestras capacidades en la comprensión de lo que nos rodea, que con el extremo desarrollo de una de ellas.15 Tiene que ver con el establecimiento de las relaciones correctas también entre nuestras capacidades. Parece que el concepto de armonía de la filosofía griega era francamente certero.
En resumen: podemos decir que una “persona buena”, como una “persona inteligente”, es la que sabe vivir o sabe vivir bien, que es lo mismo. Desde Maquiavelo, se ha institucionalizado la absurda teoría de que la bondad no es otra cosa que estupidez o debilidad, pero eso no es sino una de las muchas perversiones de la Modernidad. La bondad es una forma de la inteligencia y probablemente la más segura, pues el camino de la bondad no está tan lleno de dudas como el de la ciencia, como lo describe maravillosamente Santiago Ramón y Cajal16:
Te consideras deprimido y humillado porque reconoces, con pena, que para producir poco necesitas esforzarte mucho. Pero, con ligeras diferencias, a todos les ocurrió lo mismo en sus conocimientos. No te desilusiones, sin embargo, y labora con ahínco. Alumbra primero, aunque sea dolorosamente, la vena de la primera nueva verdad, que ella labrará después, espontáneamente, el cauce por donde otros hechos fluyan rauda y abundantemente.
Notas
1) Teresa Aizpún, Kierkegaards Begriff der Ausnahme. Der Geist als Liebe.
2) Hablar de desarrollo espiritual, no tiene relación directa con la religión. La espiritualidad es, a mi entender, la capacidad de experimentarse y entenderse como ser individual integrado en una totalidad, la entendamos como la entendamos. La espiritualidad es la experiencia de esa totalidad en nosotros.
3) Marta González Orbegozo, fue conservadora-Jefe de Exposiciones Temporales del Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía, desde 1990 hasta febrero del 2006.
4) Para Ilya Prigogine (Premio Nobel de química en 1977) la creatividad se da incluso en la materia que acostumbramos a llamar inerte: “podemos desde ahora esperar la matematización de las condiciones de innovación, modelizar de algún modo los factores