Verbos de cal y arena. Mónica Balmelli. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mónica Balmelli
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788419198013
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una carrera loca y terminaran trepando un cuerpo de hombre.

      Paula disfrutaba cada momento con su padre, pero Daniela sabía cuándo estaba tranquilo, cuándo estaba triste y cuándo desesperado con sólo echarle un vistazo de lejos. Eso la desconcertaba y necesitaba hacerle preguntas a su madre.

      -¿Mami, ya no querés a papá?

      -Si, Daniela, lo sigo queriendo. Pero me mintió y ya no puedo confiar en él. Por eso ya no podemos estar juntos, ¿me entendés?

      Entendió que la mentira era algo que tenía el poder de destruir una familia, que podía hacer sufrir a más personas que las implicadas y que nunca sería una buena idea utilizarla.

      Golpear

      Era el 25 de agosto, el día que se celebraba la independencia, y, al anochecer, las luces de las casas de todo el barrio se apagaron. Pero no era un apagón de esos a los que estaban acostumbrados porque la vieja heladera seguía funcionando.

      Al rato comenzaron a escucharse ruidos lejanos a los que se les iban sumando gradualmente ruidos más cercanos, hasta que finalmente se escuchaban por todos lados. La abuela Celeste y Celina repartieron latas, cacerolas viejas y cosas con que pegarles y les dijeron a los niños que golpearon con fuerza. Hasta la pequeña de la familia, que sólo tenía unos meses, le daba golpecitos con un juguete a un plato de plástico.

      Los niños creyeron que era una fiesta y disfrutaron, rieron y se llenaron de esa impresionante energía que lo rodeaba todo.

      Luego supieron que el “caceroleo” había sido en todo Montevideo y no sólo allí, sino en el país entero, y que la gente había decidido manifestarse para pedir que volviera algo que se llamaba democracia.

      Leer

      Por esa época, Daniela ya leía todo lo que cayera en sus manos. Su madre le compraba libros viejos y luego los cambiaban por otros, más viejos aún, pero que acaparaban toda la atención de la niña. Revistas y cómics destartalados corrían la misma suerte que los libros.

      Paula y Raúl jugaban mucho en la calle con los otros niños del barrio pero Daniela prefería pasar las horas leyendo.

      Un día, llegó Celina con un libro nuevo, bellamente encuadernado, que olía maravillosamente y tenía unas ilustraciones muy realistas y coloridas. Para Daniela era hipnótico pasar sus hojas y atrapante leer sus relatos. Era un libro de historias bíblicas que despertaron la curiosidad y la fantasía de la niña.

      Conocer

      Celina comenzó a ir a una iglesia cercana y llevaba a las niñas con ella. Si bien ella creía en Dios, asistir a la iglesia era la única manera de conocer gente y organizar reuniones durante ese periodo de dictadura militar por el que estaba pasando el país.

      Los viernes por la noche se reunía un grupo de personas en la casa de alguien y los adultos hablaban, se contaban sus cosas y compartían lo que cada uno había llevado para comer. Mientras tanto, los niños jugaban juntos; afuera si hacía buen tiempo o en otra habitación si era invierno.

      En esas reuniones, Daniela y Paula conocieron a Marina y Silvia, que eran hermanas y con edades muy parecidas a las de ellas. Las cuatro niñas se hicieron amigas enseguida.

      Daniela y Marina pronto buscaron estar a solas, ya que habían encontrado una afición que compartían: inventar y contarse historias. Las dos eran grandes lectoras y habían desarrollado mucho su imaginación.

      Además, Marina estuvo un tiempo en cama por una enfermedad sin riesgo de contagio pero que debía guardar reposo y Daniela aprovechaba para hacerle compañía y contarle las historias que había ido pensando durante la semana.

      Cuando Marina por fin se encontró mejor, las dos amigas salían a dar vueltas por el barrio, paseando para estirar las piernas y hablando concentradas en sus asuntos.

      En varias de esas ocasiones, si miraban para atrás, podían ver dos cabecitas que asomaban por detrás de algún árbol, reconociendo a sus respectivas hermanas, que las seguían a escasa distancia.

      Mirar

      En una de esas reuniones, pero más como una celebración porque era en otra casa y con más gente, Daniela conoció a Bruno. Era un niño moreno, de pelo rizado y con unos ojos verdes que a ella le parecieron fascinantes. Los dos intercambiaron pocas o incluso ninguna palabra, pero no podían dejar de mirarse.

      Eran miradas intensas que encerraban muchas preguntas que ninguno se atrevía a formular. Quizá se miraran así porque se estaban reconociendo mutuamente. Dicen que las almas viven muchas vidas y se suelen reencontrar…

      Él era un año y pico mayor que ella, el segundo de cuatro hermanos varones y, en ese momento, ninguno de los dos sabía que su amistad duraría toda la vida.

      Cantar

      En la escuela formaron un coro con los niños de 3°a 6°. La profesora de canto, la señorita Noemí, oronda y severa, los separó en dos grupos. Las voces agudas eran el grupo A y las voces graves eran el grupo B. Y empezó a enseñarles canciones, a ensayar, a repetir y repetir estrofas hasta que quedaba satisfecha con el resultado.

      Les enseñó a respirar con el abdomen y a soltar el sonido apoyando con el diafragma. A mantener una nota larga y, por supuesto, ¡a no hacer portamentos! En eso insistía rigurosamente. Les enseñó unas nociones básicas de música pero los niños preferían cantar.

      A Daniela y a Paula les tocó cantar en las voces A mientras que a Raúl, en las voces B. Cuando volvían a casa, a veces se les podía oír cantando las canciones que estaban aprendiendo y le daban el concierto a todos aquellos que quisieran escucharlos y, si no querían, también.

      El coro de la escuela fue bastante activo y hacían intercambios y actuaciones en otras escuelas. Los niños lo pasaban en grande.

      Daniela siguió cantando toda su vida, siempre formando parte de algún coro y viviendo gratificantes experiencias en torno a la música.

      Votar

      La democracia llegó, al fin. Celina les contó a las niñas que ellas nacieron en un periodo en el que la gente no podía reunirse, ni expresarse, ni exigir sus derechos. Que fueron años duros; que los que, a pesar de las prohibiciones, seguían luchando, a menudo desaparecían o tenían que irse de Uruguay para que no los llevaran presos. Les dijo que a partir de ese momento las cosas podían mejorar porque la gente volvería a votar para elegir el gobierno.

      Las elecciones fueron en Noviembre y, desde hacía semanas, se veía toda la ciudad engalanada con los colores de los partidos políticos.

      Las niñas acompañaron a su madre a votar, participando con entusiasmo del ambiente festivo que se vivía.

      Daniela notó algo distinto en los rostros de sus vecinos, algo que no había visto antes y que le costaba interpretar. Buscó en su memoria lo que había leído en los libros hasta que dio con una palabra que lo definía perfectamente: esperanza.

      Buscar

      La catequesis fue una búsqueda. Daniela comenzó a asistir una vez a la semana para conocer de qué se trataba. Le contaron que tomaría la comunión, pero que para eso tendría que prepararse y algunos de sus amigos ya lo habían hecho, así que le pareció interesante.

      Nada más lejos de ello. Las clases eran extremadamente aburridas, no le aportaban nada nuevo y le molestaba que alguien a quien no conocía de nada intentara manipular sus pensamientos, actitudes o emociones.

      Se aventuró un día a hablar con el cura de la parroquia, que era un hombre bueno, siempre dispuesto a una palabra amable, y que ella apreciaba mucho.

      -Juan, no quiero seguir con la catequesis- le dijo con cara compungida.

      -¿Por qué?- le preguntó él .

      -Porque no me creo nada de lo que me están contando.

      Él la miró con ternura y sólo le dijo: - Ya encontrarás tu camino.

      Nunca tomó la comunión.

      Estudiar