Este proceso de oligarquización de las órdenes militares, y concretamente de la de Calatrava, no se vivió pacíficamente. La dialéctica entre un autoritarismo maestral, de que es acusado López de Padilla en más de una ocasión, incluida la decisiva de 1325, y el reiterado asalto de altos dignatarios de la Orden a la más alta responsabilidad –en esta circunstancia fue el clavero Juan Núñez de Prado– son otra clave con la que entender la difícil coyuntura de la que estamos hablando.
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De este modo, y en conclusión, puede decirse que una identidad cuestionada –la de unas órdenes militares sospechosas de ineficacia–, el ansia de las monarquías por hacerse con el control de sus recursos y una insatisfacción creciente de las oligarquías comendatarias frente a políticas maestrales que se consideraban abusivas, son los tres argumentos que recorren la vida de la Orden de Calatrava en el primer tercio del siglo XIV y que, siendo también telón de fondo para el análisis de las demás órdenes, nos ayudan, de un modo u otro, a entender el contexto en que nace la Orden de Montesa.
* El presente estudio forma parte del proyecto de investigación I+D Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico (ss. X-XV), financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (referencia: HAR2016-74968-P).
1. Concretamente las críticas contra el Temple, la única orden militar realmente existente entonces, comenzaron a raíz del mismo fracaso de la «segunda cruzada». Véase M. L. Bulst-Thiele: «The Influence of St. Bernard of Clairvaux on the Formation of the Order of the Kingths Templar», en M. Gervers (ed.): The Second Crusade and the Cistercians, Nueva York, 1992, p. 63. Por otra parte, es bien conocido el carácter marcadamente crítico con la cruzada del anónimo analista de Würzburg, responsable de los Annales Herbipolenses; pues bien, en la narración correspondiente al año 1148, el del desastre de la ofensiva, aparece una clara acusación contra los templarios: su avaricia, perfidia, envidia y actitud fraudulenta explicarían sin dificultad ese fracaso. Cit. H. Nicholson: Templars, Hospitallers and Teutonic Knights. Images of the Military Orders, 1128-1291, Leicester University Press, 1993, p. 38. No debemos olvidar, por otra parte, las conocidas críticas del abad Isaac de L’Étoile –fallecido en torno a 1159–, en su famoso sermón 48 acerca de un «monstruo nuevo» refiriéndose al Temple. G. Raciti: «Isaac de l’Etoile et son siècle. Texte et Commentaire historique du sermon XLVIII», Cîteaux: Commentarii Cistercienses, 12, 1961, pp. 281-306, y 13, 1962, pp. 18-34. El texto ha vuelto a ser editado en A. Hoste y G. Raciti (eds.): Isaac d l’Étoile, Sermons, III, París, 1987, pp. 150-167. La opinión mayoritaria se decanta por considerar el Temple como el objeto de los comentarios del abad Isaac, pero existen visiones distintas. Estas han sido bien recogidas por Ph. Josserand: L’Église et pouvoir dans la Péninsule Ibérique. Les ordres militaires dans le royaume de Castille (1252-1369), Madrid, 2004, p. 1, n. 2. Con todo, es evidente que esas críticas se hicieron más intensas después de la frustrante caída de Jerusalén en 1187. A. Demurger: Auge y caída de los templarios, 1118-1314, Barcelona, 1986, pp. 227 y ss.
2. A. Demurger: Los templarios deben morir, Barcelona, Ediciones Robinbook, 2009, pp. 175-183.
3. Todo lo relativo a este tema no resulta nada claro, porque las ideas de Ramón Llull sobre su proyecto de unificación fueron variando con los años. En una obra inicial, Liber de passagio, de 1292, Llull, con el fin de hacer efectiva la recuperación de Tierra Santa, solicitaba del papa la creación de una orden militar que, bajo el nombre de «Orden del Espíritu Santo», sería el resultado de la fusión de las del Hospital, Temple, Teutónica y las hispanas de Santiago y Calatrava, y su maestre habría de ser «un rey devoto y valeroso que no tuviera esposa o estuviera en disposición de abandonarla». Más adelante, en 1305, en su Liber de fine, la orden fusionada pasa a denominarse «Orden de la Milicia», y su caudillo sería un bellator rex, el noble hijo de algún monarca, que, después de reconquistar Jerusalén, se proclamaría rey en la Ciudad Santa. Pero es que más adelante, en 1309, en otra obra que lleva por título Liber de adquisitione Terrae Sanctae, Llull dice que el maestre de la orden unificada sería un caballero y religioso, feudatario y servidor del papa (véase R. da Costa: «Ramón Llull, la cruzada y las órdenes militares de caballería», conferencia pronunciada en el seminario «Cristianisme i l’Islam –el cas de Tortosa i Tartous a la Mediterrània» [en línea]). En estas condiciones, no es fácil identificar al máximo responsable de la orden proyectada y que Ramón LLull, al menos en un principio, tenía en mente. Demurger sugiere a Felipe IV o a alguno de sus hijos (A. Demurger: Caballeros de Cristo. Templarios, hospitalarios, teutónicos y demás órdenes militares en la Edad Media (siglos XI a XVI), Granada, Universidad de Granada-Universitat de València, 2005, p. 254), pero quizá sea más razonable pensar que el franciscano mallorquín en realidad apuntaba hacia el rey Jaime II de Aragón o, mejor aún, a su hermano Fadrique, rey de Sicilia desde 1296, y al que tenía en particular estima. S. García Palou: «El candidato de Ramón Llull para el cargo de Maestre General de la Orden del Espíritu Santo», Estudios Lulianos, 11, 1967, pp. 1-15.
4. B. Palacios Martín (ed.): Colección diplomática medieval de la orden de Alcántara (1157?-1494), I, De los orígenes a 1454, Madrid, Fundación San Benito de Alcántara-Editorial Complutense, 2000, I, docs. 504-505, pp. 361-363.
5. En efecto, a la solicitud real el papa respondía mediante la bula Inter cetera de 28 de abril de 1327 con una contundente negativa que reiteró más tarde en la Litteras regias de 1331, justo cuatro años después. Los argumentos eran demoledores: una nueva orden, para cuya constitución los plazos concedidos por Clemente V habían sido superados, tenía una más que discutible utilidad, probablemente no mayor que la que pudiera ofrecer la Orden del Hospital, a la que teóricamente ya se habían transferido los bienes del Temple. Philippe Josserand resume bien toda la problemática en torno a este frustrado intento y contribuye a aclarar la cronología de la cuestión; en Ph. Josserand: Église et pouvoir..., pp. 81 y 625-626.
6. S. de Moxó: «Relaciones entre la Corona y las Órdenes Militares en el reinado de Alfonso XI», en VII Centenario del Infante Don Fernando de la Cerda, Instituto de Estudios Manchegos, 1976, p. 129; véase asimismo Carlos de Ayala Martínez: «Un cuestionario sobre una conspiración. La crisis del maestrazgo de Calatrava en 1311-1313», Aragón en la Edad Media, XIV-XV, 1999, pp. 73-89. El tema de las fortalezas fronterizas había sido ya objeto de queja por parte del propio maestre ante la corte real desde el comienzo de su gobierno: a finales de 1298 Fernando IV se había visto obligado, a instancias de García López de Padilla, a ordenar a las autoridades locales que impidieran a mercaderes no autorizados por el maestre negociar con el azogue de los pozos de Almadén, porque eran precisamente sus rentas las que la Orden destinaba a la retenencia de sus castillos fronterizos (A. Benavides: Memorias de don Fernando IV de Castilla, Madrid, 1860, II, doc. cxxviii, pp. 178-179). Por otro lado, había ya antecedentes de relajación de la Orden en este punto. En diciembre de 1303, y en nombre del papa, un cardenal de la curia solicitaba del maestre que acogiese nuevamente en la milicia, tras la correspondiente penitencia, a un freire acusado de haber dejado perder un castillo a manos de los musulmanes; el freire, ausente, había dejado la fortaleza a un pariente suyo, y este la había entregado a los musulmanes