Pero hubo otros, posiblemente al margen del ámbito de influencia directa de San Juan, que también vieron a María como la nueva Eva. Tertuliano —en el norte de África a principios del siglo III— habló de esta realidad con precisión:
«En efecto, así como la palabra [del demonio] productora de muerte había entrado en Eva, que aún era virgen; de un modo semejante el Verbo de Dios, autor de la vida, debía entrar en la Virgen, a fin de que lo que había perecido fuese reconducido a la salvación a través de idéntico sexo. Eva había dado fe a la serpiente, María dio fe a Gabriel: el pecado que cometió Eva prestando ese asentimiento, fue eliminado por María, prestando también Ella su asentimiento»[11].
Esta precisión es aún más notable si tenemos en cuenta que su mariología, en otras áreas, es bastante confusa, errónea, y discrepa de las demás fuentes.
La nueva Eva, por tanto, no es precisamente una lectura del Evangelio con innovaciones medievales o modernas. Más bien es una antigua y venerable tradición, transmitida —probablemente desde el mismo apóstol Juan— a través de los tiempos, que sería enseñada por San Justino, San Ireneo, Tertuliano, San Agustín, San Juan Damasceno, Santo Tomás de Aquino y muchos otros miles.
Todos esos maestros percibieron claramente el mensaje de la nueva Eva. Es éste: obedeced a Dios, que es su Hijo, su Esposo, su Padre. «Haced lo que Él os diga». Los poetas medievales lo resumieron netamente señalando que el Ave del ángel Gabriel (el saludo latino) era el nombre de Eva al revés. Así también, se dio la vuelta a la inclinación a la rebeldía que Eva nos legó a sus hijos —a ti y a mí— y fue reemplazada con la disposición a la obediencia, que María quiere enseñarnos.
[1] Sobre el tiempo de la narración en el Evangelio de Juan, cf. R. A. Culpepper, Anatomy of the Fourth Gospel: A Study in Literary Design, Fortress Press, Philadelphia 1983, pp. 53-75.
[2] Para otros ejemplos, cf. 1 Re 19, 20; Gn 23, 15; Lc 8, 26-39; Mt 8, 28-34; Mc 1, 23-28; Lc 4, 31-37; Mc 5. Cf. también M. Miguens, Mary, «The Servant of the Lord»: An Ecumenical Proposal, Daughters of St. Paul, Boston 1978, pp. 109-129; Thor Strandenaes, «John 2:4 in a Chinese Cultural Context: Unnecessary Stumbling Block for Filial Piety?», en T. Fornberg y D. Hellholm, eds., Texts and Contexts: Biblical Texts in Their Textual and Situational Contexts, Scandinavian University Press, Oslo 1995, pp. 956-978.
[3] Justino, Diálogo con Trifón, n. 100. Cf. exposición en Johannes Quasten, Patrología, vol. I, Edica, Madrid 1961, pp. 195-197; Luigi Gambero, Mary and the Fathers of the Church, Ignatius Press, San Francisco 1999, pp. 44-48 [traducción en G. Pons, Textos marianos de los primeros siglos. Antología patrística, Ciudad Nueva, Madrid 1994, p. 24].
[4] Cf. Cardenal John H. Newman, The Mystical Rose, Scepter, Princeton, N. J., 1996, p. 20.
[5] Citado en Quasten, Patrología, vol. 1, cit., p. 285.
[6] Ireneo, Contra los herejes, 3, 22, 4 [traducción en G. Pons, Textos marianos de los primeros siglos, cit., p. 28].
[7] Ibid., 5, 19, 1 [traducción en G. Pons, Textos marianos de los primeros siglos, cit., p. 30].
[8] Demostración de la enseñanza apostólica, 33.
[9] Contra los herejes, 4, 33, 11, citado en Quasten, Patrología, vol. 1, p. 287.
[10] Newman, Mystical Rose, cit., p. 20. Cf. también Lucien Deiss, C.S.Sp., María, Hija de Sión, Cristiandad, Madrid 1967, p. 302.
[11] Tertuliano, De la carne de Cristo, 17, 5 [traducción en G. Pons, Textos marianos de los primeros siglos, cit., p. 33].
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