Efectivamente el domingo 3 de marzo un motín encabezado por jóvenes interrumpiría la promulgación de tales edictos ante la incapacidad de las autoridades civiles y religiosas para contener el tumulto. Desde el Estudi General los manifestantes, con caja, pífanos y vítores a Francisco Jerónimo, marcharon por la urbe dándose a mil demasías, prolongadas durante la jornada siguiente. Poco antes del mediodía un centenar de estudiantes irrumpía en las dependencias universitarias y se llevaba consigo al dominico fray Jacinto Roig, hijo del vicecanciller del Consejo de Aragón y lector de Artes a la sazón, por negarse a secundar sus desmanes. Según un dietario coetáneo:
«[…] echaron mano del letor de Artes que en la Universidad leía, fray Hyacinto Roig, hijo del vicecanciller, y de su compañero, fray Henrique Ruiz, y los llevaron a hombros por todas las calles, haziéndoles vozear a ellos mismos ¡Vítor mosén Simón! y haziéndoles bessar, de quando en quando, una estampa del sobredicho. Y dando con ellos en San Andrés les hizieron arrodillar delante su altar y en boz alta rezar el Pater Noster»59
Extremos confirmados por mosén Porcar, con algunos detalles más sobre el incidente:
«Dilluns de matí, a 4, vingué a llegir a l´Estudi fra Roig, fill de vicecanceller. Lo arrebataren y li clavaren un paper del pare Simó en los pits; y·l portaren a Sant Andreu y l´assentaren en una cadira del chor i accabà de oyr lo sermó. I aprés, lo portaren a la capella de mosén Simó y lo feren agenollar y dir Víctor lo pare Simó y li feren donar caritat per a la capella. Y·l portaren per tots los carrers dels Peixcadors i per tota València fent-li dir Víctor lo pare Simó i li fien bessar un paper del venerable Simó. Y açò fonch en retorn perquè, poch dies enans, en la aula, li digueren que digués Víctor lo pare Simó y tant importunan-lo dix que·l diumenge o veurien en la seu, que fonch causa de que no·l deixaren llegir y feren lo que feren […]»60
Entretanto otra escuadra de estudiantes –muchos con sambenitos, corozas de papel y aspas de penitentes– se daba cita en el portal de los Judíos para marchar sobre el Santo Oficio «con determinación de matar y degollar» a quienes secundaran el veto inquisitorial. El rector Juan Bautista Pellicer personalmente hubo de terciar para calmarlos, autorizando la colocación en el patio de la Universidad de una imagen del venerable sacerdote ante la cual rendirían homenaje los jóvenes durante el resto del día.61 Algunos, desde el exterior, prosiguieron hasta la madrugada con toda suerte de chanzas en desacato de inquisidores, obispos e incluso el papa. El popular Albert, en lo alto de un improvisado tablado, clamaría a los cuatro vientos entre las risas de sus compañeros:
«Yo soy papa, y assí, a los que ayer lo hicieron mejor en el motín los quiero premiar. A fulano –nombrándole– le concedo cien años de perdón. Y a fulano, que lo hizo aventajadamente, le hago cardenal. Y a fulano, etcétera»62
De todo ello supo fray Isidoro Aliaga desde su retiro en las afueras de la capital, que se negó a abandonar pese a los ruegos de autoridades civiles y eclesiásticas para que regresara. Entre las razones esgrimidas por el arzobispo se hallaría el desacato del Estudi General, en relación a la causa de Francisco Jerónimo desde luego, pero también con respecto al juramento inmaculista pretendido por la institución y del que el prelado –como buen fraile dominico– nada quería saber.63
En un gesto conciliador y bajo la atenta mirada de la Inquisición, los jurados de Valencia se comprometieron a pacificar la Universidad –bajo su patronato, no se olvide– mediante una redada saldada con el arresto de doce estudiantes implicados al parecer en las algaradas de marzo y asiduos de la cátedra del doctor Jerónimo Agustín Morlá, clausurada sine die por obstrucción de su titular a la investigación.64 Lo cuentan los hermanos Vich:
«[…] dos frayles dominicos, en el general del doctor Morlá, cathedrático de Artes, al darle unas conclusiones para que asistiesse a ellas en Santo Domingo, dos o tres de sus discípulos comenzaron a dar vaya a dichos religiosos diciendo ¡Arrápalo [Simó]!, lo qual reprendió dicho doctor Morlá con prudencia, pero no valió para que cessasse el rauido. Quejáronse los religiosos a su superior y éste dio razón de esto a los jurados, al vicario general y al rector, los quales mandaron al doctor Morlá dixesse quiénes eran los dichos estudiantes, y no queriéndolo hacer, le han privado la lección desde el sábado a 2 de noviembre»65
A poco debieron de saber al padre Aliaga tales procedimientos. Hasta el extremo de plantearse la excomunión de los responsables universitarios. Si bien ésta nunca se produjo, las tensiones acumuladas entre mitra y rectorado –bajo la apariencia de un conflicto de preeminencias– desencadenarían una crisis sin precedentes en el seno de la institución, con la renuncia del arzobispo a la cancillería de la misma y la consiguiente suspensión en la expedición de cualquier título o grado. El caos por ello generado en el Estudi General justificó que la Ciudad tratara de complacer a fray Isidoro con el reconocimiento de mayores prerrogativas episcopales en la gestión del centro a cambio de restablecer la normalidad académica.66
Semejante componenda no dejó más salida al rector Juan Bautista Pellicer que dimitir y volver a su canonicato en la catedral, como hizo en julio de 1620 siendo sustituido por el pavorde José Rocafull.67 La mudanza coincidiría con el apercibimiento regio a los jurados de Valencia para que en lo venidero la Universidad se mostrara respetuosa con el arzobispo. El toque de atención disgustó a parte del claustro, convencido de que «los estudiantes estavan muy quietos y olvidados de las cosas passadas y que sería posible que con advertirles de la orden dicha bolviessen de nuevo a tales disparates».68
No los hubo desde luego, por cuanto la reciente intervención inquisitorial, así como la represión del núcleo duro del simonismo en las aulas universitarias, había dejado fuera de juego a sus militantes. En realidad, podría decirse que el intento de beatificación del venerable sacerdote era ya un imposible y que el Estudi General valentino tendría que buscarse a otro santo…
* El presente trabajo forma parte del Proyecto de Investigación La Catedral Barroca. Iglesia, sociedad y cultura en la Valencia del siglo XVII, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (HAR 2016-7490-R).
1. Además de los citados en posteriores páginas, remitimos a nuestros trabajos sobre el tema. En concreto, «Aproximación a los simonistas. Una contribución al estudio de los defensores de la beatificación de Francisco Jerónimo Simó», Estudis, 23 (1997), pp. 185-210; «Simonismo y luchas de poder en la corte de Felipe III y Felipe IV. Los hermanos Aliaga y la beatificación de Francisco Jerónimo Simó», Escritos del Vedat, XXIX (1999), pp. 251-270; Devoción popular y convulsión social en la Valencia del Seiscientos. El intento de beatificación de Francisco Jerónimo Simó, Valencia, 2000; «Los dominicos valencianos y su oposición a la santidad del pare Simó», Archivo Dominicano, XXIII (2002), pp. 307-317; «Plumas blancas, plumas negras. Hagiografías y vilipendios de un santo frustrado, el valenciano pare Simó (siglo XVII)», Memoria Ecclesiae, 26 (2005), pp. 615-630; y «El pare Simó. Breve historia de una santidad frustrada», en E. Callado Estela, Valencianos en la Historia de la Iglesia I, Valencia, 2005, pp. 161-210.
2. A. Domínguez Ortiz, Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen. Madrid, 1973, p. 209. También A. Morgado García, Ser clérigo en la España del Antiguo Régimen, Cádiz, 2000.
3. El último de ellos, el de la Presentación, fundado por santo Tomás de Villanueva. V. Cárcel Ortí, «Notas sobre la formación sacerdotal en Valencia desde el siglo XIII al XIX», Hispania Sacra, XVII (1974),