El Partido Comunista interpretó la represión de Gabriel González como parte del alineamiento de Chile con Estados Unidos en el naciente conflicto con la Unión Soviética y la solidificación del dominio norteamericano sobre América Latina. En ese sentido no se trataba de una persecución aislada, sino parte de una nueva configuración del escenario regional-mundial. Uno de los panfletos editados clandestinamente por el PC y dirigido a saludar a la Revolución Bolchevique en su 32 aniversario, se congratulaba del crecimiento del mundo comunista tras el triunfo de la revolución en China en 1949 y la configuración de la Europa del Este (1947-1949), en comparación a lo que calificaba como la agresión imperialista estadounidense en el subcontinente americano: «El Imperialismo Yanky ha elaborado los planes de dominación llamados “Marshall”, “Clayton”, “Truman” y otros, y ha confeccionado pactos obligándolos a aceptarlos a los países débiles, tales como “El Pacto de Rio de Janeiro”, donde se acordó formar un ejército continental al servicio del Estado Mayor yanky con 3.000.000 de soldados a su servicio en caso de guerra puestos por Chile, que serán reclutados entre lo mejor de nuestra Juventud; obreros, empleados, estudiantes, etc., que serán carne de cañón en algún frente de guerra fuera del país, defendiendo los intereses yankys […] Este pacto vergonzoso lo suscribió González Videla como sirviente del imperialismo y la oligarquía, por eso declara la guerra a los obreros de su patria»157. En ese aspecto, la nueva dependencia regional de Chile implicaba no solamente la exclusión de los partidos comunistas de su sistema político y la persecución a sus dirigentes y a su base social, sino también la reorganización del sistema interamericano al servicio de Estados Unidos, como parte de su disputa por la hegemonía mundial158.
Un rechazo abierto a esta forma de dependencia lo constituían los cambios que ello producía en la política internacional de Chile, la que históricamente se había situado a favor de la paz. No obstante, como parte de la conformación de los bloques de la Guerra Fría, los países fueron empujados a adherir públicamente a uno de ellos; en el caso de América Latina y Chile, al liderado por Estados Unidos. A comienzos de la década del cincuenta, los comunistas discrepaban de ese cambio en las relaciones internacionales llevado a cabo por el régimen de Gabriel González. En el volante «Chile no debe ir a la guerra», el PC rechazaba la decisión del Ejecutivo de tomar una posición belicista en la naciente Guerra Fría: «El Presidente de la República ha anunciado el envío inmediato de tropas chilenas a la Guerra de Corea o a cualquier lugar de Europa, Asia, África o donde sea necesario a defender los conceptos de democracia y libertad […] la orden del Presidente […] no basta por sí sola para movilizar soldados chilenos fuera del territorio nacional, en ausencia de razones que justifiquen la adopción de tal medida»159. A juicio comunista, Chile debía mantener su historial de favorecer la solución democrática y pacífica de las disputas, política sostenida por la Cancillería chilena. El folleto «Juventud» llamaba a resistir el alineamiento occidental del país y su apoyo a lo que entendía como agresión a los movimientos descolonizadores: «El imperialismo yanqui está en guerra con los pueblos que luchan por su libertad […] Su intromisión en Corea obedece a convertir ese país en punta de lanza de su ubicación estratégica en Asia para agredir a las naciones libres y democráticas, y desatar la 3ª. GM, e impedir, reprimir los movimientos de liberación nacional que han estallado en ese continente, después de China y Corea, como son Indochina, Birmania, Indonesia, etc.»160. La completa subordinación de Chile a las directrices estadounidenses aparecía como explicación de la política internacional del gobierno, rompiendo con su historial diplomático, como lo ejemplificaban las tratativas confidenciales llevadas adelante por el Presidente para entregar un corredor a Bolivia: «La entrega de Arica […] no es algo que se ventila entre países libres y democráticos, sino […]entre tres tiranuelos, serviles instrumentos del tirano mayor: TRUMAN, las grandes empresas imperialistas yanquis, es el gobierno de traficantes de Norteamérica, quienes exigen y se beneficiarán con esta desmembración de Chile, para construir una nueva base militar, refinerías de petróleo, un cómodo puerto de embarque»161.
Desde ese punto de vista, la resistencia comunista situó el accionar del Presidente y su gobierno en un bando político.
Por su parte, los recluidos en el Campo de Pisagua decidieron resistir de diversas maneras, siendo la primera su reafirmación patriótica: «Los presos de las zonas del carbón, del salitre, del cobre y de Santiago, llevados al norte en el Araucano, barco de la Armada, bajaron y penetraron al Campo de concentración de Pisagua cantando el Himno Nacional»162.
La decisión era enfrentar la nueva detención sin dejarse batir: «Haremos de esta prisión una escuela […] tenemos que volvernos más fuertes […] Seremos el batallón que lucha en el desierto de manera silenciosa [hay que] hacer de Pisagua una escuela, una forma de lucha y no una caleta de amargura»163. Esta disposición fue idéntica a la mantenida por los confinados en Más Afuera durante la dictadura de Ibáñez, quienes fueron calificados de «irreformables» por la policía a cargo de su vigilancia, debido a la reafirmación de su ideología, habiendo transformado su prisión en un espacio para la lectura política, incluso intentando instruir a los delincuentes comunes que se encontraban en la isla. En esta segunda experiencia de 1947-1949, reiteraron esa actitud. Por eso, junto con los víveres y frazadas que llevaban los distintos comités de ayuda y solidaridad, siempre se enviaban «revistas y libros de lectura que necesitan impostergablemente los relegados, detenidos»164.
Quienes visitaron el campo en sus inicios –el diputado Díaz, el director de El Despertar y un dirigente del comité– fueron informados que los maestros organizaron doce cursos de enseñanza, «que comprenden un grupo de alfabetización y otro de cultura general y en cuyo desarrollo participó la casi totalidad de los trasladados. Estos cursos se realizan no obstante la carencia de medios necesarios, tales como textos de enseñanza, cuadernos, lápices, etc.»165. Esta tarea educadora fue resaltada por el periodista de El Siglo que visitó el Campo de Pisagua: «Es emocionante […]aprovechar su estada para aprender nuevos conocimientos que sirvan mañana al pueblo y los trabajadores; funcionan numerosos cursos de alfabetización, estudios superiores; tienen conjuntos artísticos y se preocupan del deporte»166. A su juicio, requerían de parlantes para poder escuchar música, tema que abordaría con el Jefe de Zona de Emergencia, General Guillermo Aldana.
Como parte de su rechazo al mote de satélite soviético, la resistencia comunista destacó, contrariamente, el carácter profundamente chileno del partido, enraizado en la historia nacional: «Lo fundaron obreros chilenos y siempre han militado en él los mejores hijos de la clase obrera. Recogimos la bandera de la patria y de la justicia, levantada por O’Higgins en 1810»167. Parte de esa lucha se expresó entre los recluidos en el Campo en la conmemoración de la Toma de Pisagua, durante la Guerra del Pacífico, una tierra conquistada con el conocimiento territorial de los miles de peones chilenos que fueron incorporados al Ejército y que trabajaban en las salitreras desde antes de la guerra: «Los pobladores de este pueblo y los dirigentes comunistas y sindicales que se encuentran relegados en este puerto, conmemoraron […] esta fecha […] los relegados organizaron un acto en que el Capitán de Ejército Luis Alberto Boero hizo una breve reseña histórica de la fecha conmemorada. Luego se desarrolló un programa artístico […] iniciándose con la Canción Nacional […] la delegación de relegados de Valparaíso cantó su himno intitulado “La despedida del 25 de octubre” en la barcaza “Bolados” y se agradeció la facilidad del Capitán, Comandante del destacamento del grupo “Salvo” en Pisagua»168.
En ese sentido, la reclusión en el Campo de Pisagua no provocó la deserción política de sus militantes, como había ocurrido en 1927, sino se mantuvieron dentro de su colectividad y unidos en la lucha contra los estados de excepción constitucionales de Gabriel González. Por eso, una de sus batallas fue la demanda por el cierre de Pisagua, calificado como campo de concentración, como lo explicitó el manifiesto lanzado por el Comité de Relegados de Pisagua: «Pedimos solidaridad a todos los hombres y mujeres demócratas del