España y su mundo en los Siglos de Oro. Agustín Rivero Franyutti. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Agustín Rivero Franyutti
Издательство: Bookwire
Серия: Pública Histórica
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078560820
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fue la época en que el comercio experimentó su más grave contradicción: mientras que a nivel internacional se expandía hasta abarcar el mundo entero, en el nivel local a veces faltaban las mercancías básicas entre las regiones de un mismo país. Quizá esto pueda explicarse en parte por la cantidad de impuestos que las mercancías pagaban al ser transportadas por tierra y que no existían en el transporte marítimo, pero también hay que tomar en cuenta que la mayor parte de la población europea de esta época consumía bienes producidos por ella misma.

      El crédito y la especulación

      La prosperidad comercial y el desarrollo económico que se vivieron durante la primera mitad del siglo XVI comenzaron a decaer a partir de 1560 a causa de la especulación desaforada en los grandes mercados de capitales y de los muchísimos negocios fáciles que, con fraudes, desanimaban a los prestamistas. También contribuyeron al desplome del capitalismo las guerras de religión en Francia y los Países Bajos, las guerras entre España, Inglaterra y Francia, el incremento en los impuestos y las migraciones de población. El comercio se vio afectado porque cada Estado se empeñaba en reglamentar toda la actividad económica dentro de sus límites y eso creaba obstáculos entre los países.

      Si al reglamentar excesivamente la economía los Estados dificultaron el comercio, en cambio, al requerir dinero para el cumplimiento de sus proyectos bélicos contra otros países, hicieron florecer el crédito. Las incesantes guerras eran caras y los soberanos pedían sumas enormes que los incipientes banqueros anticipaban a ciegas. Generalmente, los países no podían pagar las sumas a tiempo y los banqueros, si no tenían la prudencia de invertir en inmuebles, veían cómo sus negocios se arruinaban en poco tiempo. Era frecuente que los Estados se declararan en bancarrota para suspender el pago de sus deudas, como le ocurrió a España en varias ocasiones durante el siglo XVI.

      La especulación empezó siendo una especie de apuesta o juego en las capitales del comercio, donde se movían muchísimas mercancías y circulaba mucho dinero. Consistía en que el comprador de cierta mercancía pactaba con su vendedor un precio que era pagado después de cierto plazo, cuando se entregaba la mercancía. En el transcurso de dicho plazo, el precio podía subir o bajar, lo cual producía ganancias o pérdidas, y el documento en que se asentaba el compromiso para la entrega de la mercancía en una fecha determinada podía ser cedido por el comprador a otro comprador y así sucesivamente hasta formar una cadena de compradores que se pasaban el documento hasta la fecha de su vencimiento. Así, el papel se convirtió en el artículo más cotizado, pero su valor, variable, estaba sujeto a los vaivenes de la política, que determinaba su precio. La especulación se desarrolló también, durante esta época, en otras direcciones: se fundaron las primeras loterías y se empezaron a vender los primeros seguros sobre la vida de personas que, sin esperarlo, eran víctimas de los que cobraban el seguro.

      Capitalismo e industria

      Para superar los obstáculos que había creado la tradición de los gremios artesanales, que no producían, por los reglamentos propios de su gremio, la cantidad de objetos demandados y al precio bajo que los hacía accesibles a más gente, los mercaderes entraron en contacto directo con los artesanos de cada región, les proporcionaron las materias primas y las herramientas necesarias, para después comprarles la producción y distribuirla con más eficiencia. De esta manera, los trabajadores quedaron bajo el dominio de los empresarios capitalistas y los antiguos gremios sólo proveían ya pequeñas cantidades de productos a su inmediato entorno.

      La producción industrial, importantísima para el desarrollo económico de Europa, experimentó durante la primera mitad del siglo XVI algunos de los cambios cualitativos esenciales que en los siglos siguientes llegarían a ser propios de la civilización industrial de Occidente. El primero de ellos fue la sustitución, en países como Inglaterra, del carbón de madera –que estaba acabando con los bosques– por el carbón mineral, más adecuado para acelerar el proceso de producción por la mayor intensidad de su calor. Otro cambio importante fue la intervención del Estado para ofrecer privilegios económicos a los productores o para ser él mismo parte de las actividades productivas y así proteger a las industrias locales en contra de la competencia extranjera.

      Estado y política de poder

      Poder medieval y Estado moderno

      El ocaso de la república ideal del Medioevo, en la que el papa y el emperador gobernarían en perfecta concordia y velarían por los intereses terrenos y ultraterrenos de sus súbditos, sucedió durante el siglo XVI, en que la autoridad del papa comenzó a ser cuestionada, incluso dentro los Estados católicos y en lo tocante a los dogmas, y la autoridad del emperador fue débil dentro del Sacro Imperio Romano y nula fuera de él. A causa del individualismo propio del Renacimiento, creció en Europa la tendencia política a formar Estados que se equilibraran mutuamente por la igualdad jurídica y la autonomía individual de sus miembros con respecto a la rigidez jerárquica del Medioevo.

      En lugar de esa república soñada por los hombres del Medioevo, surgió durante el siglo XVI el imperio colonial de Carlos V, que aglutinaba bajo su inmenso poder central diferentes territorios, razas, culturas e idiomas y que constituyó el modelo para los imperios modernos que vendrían después. La idea original –anacrónica– de Carlos V era revivir el antiguo ideal del Sacro Imperio Romano-Germánico, por eso fue el último de los grandes soberanos medievales. Pero a su proyecto de fusión católica se opusieron los sentimientos nacionalistas de las regiones y el deseo general de una reforma religiosa.

      Este tipo de imperios modificaron de manera radical la vida de las personas durante el siglo XVI por los efectos políticos derivados de su acción: matanzas de pueblos, emigraciones, difusión de productos y técnicas antes accesibles a unos cuantos, y, quizá lo más importante, la unificación del planeta. Al tratar de poner en armonía a todas las fuerzas que bullían en su interior, los imperios provocaron el fortalecimiento de los distintos grupos sociales y la formación de una sociedad organizada que empezó a exigir mayor justicia. Este proceso fue dando lugar a los rasgos del Estado moderno.

      Para administrar estos grandes imperios comenzó a requerirse la formación de personas especializadas, los burócratas, representados, en primer lugar, por los secretarios. Desde el punto de vista social, la emergencia de estos funcionarios causó una revolución, porque, aunque fueran de clases sociales modestas, una vez entrados en el servicio del Estado se convertían en personas poderosas. Como no recibían, en general, el salario que correspondía a la importancia de su trabajo, era frecuente que se corrompieran para ganar más. Los Estados contribuyeron a la corrupción de los puestos, vendiéndolos a personas que quizá no tenían la preparación ni la responsabilidad para desempeñarlos.

      Monarquías absolutas

      Si el imperio fue el poder que regía a grupos de personas con diferencias regionales y culturales, la monarquía fue el poder nacional –por excelencia– de los Estados renacentistas que, a causa de su patriotismo, hallaron en la figura de un rey el ideal de toda la nación. El patriotismo y la necesidad de unirse para enfrentar a los enemigos externos determinó casi siempre la lealtad de los súbditos hacia su rey.

      En el desarrollo de la monarquía absoluta durante el siglo XVI fue muy importante el renacimiento del Derecho Romano, que difundía la idea de que un príncipe reuniera en su persona todos los poderes y que velara por el respeto de la ley. También influyó la necesidad de contar con un árbitro –el rey– para mediar en las querellas que surgían entre los diferentes grupos sociales, sobre todo nobles y burgueses.

      Aunque en el siglo XVI el absolutismo no fue tan definitivo como lo sería en el siglo XVII, el rey tenía en sus manos la soberanía para legislar, para administrar la justicia, para cobrar tributos, para nombrar funcionarios y para mantener un ejército privado. Su poder, sin embargo, estaba limitado por la ley del reino, por la religión, por la cantidad de funcionarios que administraban las diferentes jurisdicciones regionales y por la dificultad de las comunicaciones entre los territorios de la corona.

      Los mejores ejemplos de la monarquía absoluta en el siglo XVI fueron Francia y España. Quizá más que en ningún otro país, los reyes franceses tuvieron un poder absoluto que estaba reconocido en el derecho y fundado en la creencia de que Dios les delegaba directamente el poder. Sólo tenían que responder