Religión y reforma
Si la profesión y el nacimiento diferenciaban a los hombres del siglo XVI, la religión los identificaba. Todos eran tan creyentes como los medievales y la religión estaba presente en cada uno de sus actos. En todas partes se respetaban las fiestas religiosas, que, además de los domingos, llegaron a sumar, en algunas regiones, hasta sesenta días del año. En los días previos a dichas fiestas, la jornada de trabajo se reducía para que los fieles se prepararan. Las universidades celebraban sus exámenes en las iglesias, con misas, acciones de gracias y música de órganos. Los libros de ciencia llevaban en sus portadas invocaciones a la Divinidad. Durante este siglo se incrementó la sensibilidad religiosa, porque las personas buscaban una religión que se aproximara más a su condición corpórea y a su necesidad de acercarse a Dios. Esta sensibilidad exacerbada fue también la causa de un temor constante por la muerte repentina en estado de pecado mortal que hacía presa de los hombres en esta época, deseosos de aunar el amor por la vida, con todas sus delicias, y la tranquilidad ante la muerte en estado de pureza espiritual.
En esta época de intensidad religiosa, muchos fieles de diversas regiones sentían que el mundo andaba mal y que la Iglesia había contribuido a ese deterioro de las costumbres con la relajación moral de sus miembros. Las regiones que más pronto adoptaron las ideas de Martín Lutero (Alemania, Francia y Holanda) habían ido sustituyendo la tendencia eclesiástica al monopolio de la verdad y la piedad por una religión más interior y personal, que buscaba la salvación a través del ejemplo directo de Cristo. Humanistas como Erasmo de Rotterdam reforzaron estas actitudes con la difusión de un pensamiento que buscaba hacer más inmediata al hombre común la experiencia del sentimiento religioso. Este humanismo cristiano puso la base para la crítica que separaba la devoción de los creyentes de la jerarquía eclesiástica. Gracias a las ediciones y a los comentarios que los humanistas hicieron de La Biblia, los fieles tuvieron a mano una autoridad directa en la que pudieron confiar sin reservas. Se abría paso así la libre iniciativa personal en la vida religiosa. En este ambiente, la rebeldía religiosa de Martín Lutero en contra de la Iglesia corrompida y su insistencia en que sólo mediante la fe se salvaba el alma de las personas fue el desenlace lógico y el principio de la Reforma Protestante.
A la acción luterana correspondió una reacción de la Iglesia Católica que también pretendía satisfacer la necesidad popular de una religión más inmediata y apegada a lo sensible. Se aspiraba a la renovación espiritual de los fieles mediante la oración. A principios del siglo XVI se escribieron muchos tratados de oración debidos a monjes franciscanos, pero ninguno de ellos alcanzó la difusión de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, escritos en 1526. Constituyen un sobrio manual para adiestrar al alma y para que la voluntad responda en el sentido deseado mediante intensas impresiones sensibles imaginadas sobre el bien divino, que mueven al amor de lo bueno, y sobre el horror del mal, que mueven al odio de lo malo.
La fundación de la Compañía de Jesús (1534) como un ejército de soldados cristianos coincidió con la necesidad de la Iglesia de contar con una orden que favoreciera los intereses del catolicismo tal cual los definía y transmitía el papa. Los jesuitas hacían un voto específico de obediencia al papa y actuaban en absoluta conformidad con la doctrina emanada de la Iglesia Romana, por lo que tuvieron un apoyo papal inmediato. Con los jesuitas como instrumento principal, la Iglesia volvió a consolidarse en el Concilio de Trento (1545-1563) como clara autoridad en materia de doctrina y los fieles descarriados volvieron a saber lo que debían creer.
Situación de la economía
El aumento de la población
Se ha calculado que hacia 1500 la población europea fluctuaba entre los 80 y los 85 millones de personas y que para 1600 esa cantidad creció hasta los 100 o 110 millones. El incremento fue más o menos proporcional en todos los países. La mayor parte de los habitantes vivían en el campo, pero en este punto sí había diferencias entre los países: mientras que en Italia o en los Países Bajos había un 30 % de población urbana, en Alemania, Polonia o Rusia apenas llegaba al 5 %. Había unas doce ciudades europeas con más de 100 mil habitantes, cuya población creció hasta mediados del siglo. Para fines del siglo, la región más densamente poblada de Europa, con unos 30 o 40 habitantes por kilómetro cuadrado, era la del norte de Francia, los Países Bajos, el sur de Inglaterra y el norte de Italia. La emigración de campesinos provocó que las ciudades crecieran más.
Desde finales del siglo XV, la población europea había empezado a crecer a causa de un mejor nivel general de vida sustentado en el desarrollo de condiciones higiénicas, en el progreso que experimentaron los métodos para abastecer agua a las ciudades y en el perfeccionamiento de las técnicas para construir viviendas, que desde entonces pasaron de la madera a la piedra y el ladrillo como materiales básicos.
La mayor cantidad de niños que llegaban a la juventud originó una mayor oferta de mano de obra y eso impulsó la economía, sobre todo en las ciudades, donde multitudes de campesinos iban a trabajar. Y a morir. Sin duda la ciudad ofrecía un trabajo digno a la gente, pero en proporción mucho menor al número de solicitantes, lo cual permitía a los patrones bajar los salarios y tener siempre trabajadores disponibles. Este exceso de trabajadores y el consecuente número de consumidores trajo consigo un auge del capitalismo y un sentimiento de prosperidad durante la primera mitad del siglo. Pero también, al rebasar el límite de los recursos disponibles, ocasionó hambrunas que diezmaban poblaciones. De pronto, las calles se llenan de muertos que no pueden ser enterrados y las carretas los llevan en tétrico desfile; cunden los miserables, los ladrones y los emigrantes pobres. Las ciudades, molestas por esta situación, hacen todo lo posible por librarse de estas personas, pero sólo lo logran por algún tiempo.
Metales preciosos y alza de precios
Desde la segunda mitad del siglo XV habían comenzado a escasear los metales preciosos en Europa, lo cual entorpecía el proceso de producción. Por eso, el deseo de encontrar oro y plata impulsó en gran medida la exploración de nuevos territorios. Cuando los españoles se establecieron en América y comenzaron a descubrir ricos yacimientos de plata en Zacatecas, Guanajuato y Potosí (actual Bolivia), el flujo de metales preciosos hacia Europa inició una tendencia de aumento en los precios que, sólo en el caso de España, llegó a un 50 % entre 1501 y 1525. En el resto de Europa, los precios alcanzarían hasta un 250 % de aumento para 1600.
Aunque el flujo de metales preciosos de América a Europa no fue el único factor que influyó en el incremento de los precios, sí fue un estímulo decisivo en esta tendencia. Pero si el alza de los precios fue un fenómeno más o menos general en toda Europa, no lo fue igualmente el aumento de los salarios, que no en todos los países crecían en porcentaje paralelo al de los precios. Esta diferencia entre precios y salarios, sobre todo en países como Inglaterra y Francia, beneficiaba a los productores y daba lugar a la acumulación de capitales que puso las condiciones para la economía capitalista de Occidente.
El desarrollo del comercio
Otra condición indispensable para el desarrollo del capitalismo fue la posibilidad, abierta por los descubrimientos geográficos, de comerciar con regiones distantes. Dado que el crecimiento de la población incrementaba la demanda de productos básicos y de lujo, su suministro fue una actividad muy lucrativa para los comerciantes. Los europeos requerían las especias asiáticas para conservar y condimentar sus alimentos así como para curarse, los tintes para las telas y las telas mismas (en especial, la seda), los perfumes, el vidrio, la porcelana, las perlas y los diamantes... Hasta fines del siglo XV estos productos llegaban a Europa, a través del Mediterráneo, por mediación de los turcos, que los vendían a los venecianos, genoveses y provenzales. De esos lugares comenzaban su viaje hasta las manos del consumidor. Pero todo esto cambió cuando los portugueses pudieron ir directamente a negociar con los productores en Asia y cuando se abrió el comercio entre Europa y América desde España.
Ésta es la época de esplendor del