Por otra parte, es interesante mostrar cómo se han incrementado los fenómenos de alternancia en la conformación del Senado, incluso con la fórmula de integración actual; es decir, de qué manera el partido que es dominante en una entidad puede dejar de serlo seis años después. Es lo que muestra el cuadro 12, donde se considera como alternancia en una entidad aquella elección en la que el partido que obtiene el primer lugar es distinto al que ganó la votación previa. Si bien el índice se ha acercado al 50%, que sería la misma probabilidad de alternancia que de continuidad, en 2018 el vuelco electoral fue de tal magnitud que sólo en cuatro de las 32 entidades volvió a ocupar el primer lugar el partido que había obtenido más votos en la elección al Senado en 2012.
Es oportuno insistir en que el abrumador triunfo de López Obrador no se acompañó por el mismo respaldo a su coalición en la votación de candidatos al Congreso de la Unión. El cuadro 13 muestra, una vez más, que el triunfador de la elección presidencial obtuvo 5.5 millones más votos que los candidatos que postularon los partidos de su coalición a la Cámara de Diputados, y 5.3 millones más que los candidatos al Senado. Es decir, si bien el abanderado presidencial logró transferir parte de su respaldo a los demás candidatos de su coalición, más de cinco millones de mexicanos que votaron por López Obrador no les dieron su apoyo a los candidatos de su coalición al Congreso, sino a partidos distintos, lo que significa que decidieron en libertad generarle contrapesos.
En el mismo cuadro 13 se puede observar que los candidatos presidenciales de las otras dos coaliciones electorales, las encabezadas por el PAN y por el PRI, recibieron menos votos que los candidatos de esas coaliciones al Congreso. Ricardo Anaya obtuvo 2.9 millones menos que los candidatos a la Cámara de Diputados de los partidos que lo postularon y tres millones menos que los abanderados al Senado. En el caso de José Antonio Meade la distancia fue aún mayor: tuvo 4.1 millones de votos menos que los candidatos de su coalición a la Cámara de Diputados y 3.6 millones menos que quienes se postularon al Senado por los partidos de la coalición Todos por México.
Otra dimensión relevante de las transformaciones políticas virtuosas que ha vivido México en las décadas recientes se refiere a la expansión de la representación política de las mujeres. Cada vez más legisladoras conforman el Congreso de la Unión –y los de las entidades– gracias a las reformas que, primero, dieron paso a cuotas para la postulación de candidatas, y más tarde se tradujeron en la obligación para los partidos de presentar con posibilidades de triunfo similares a la misma cantidad de mujeres que de varones.36
El cuadro 14 evidencia cómo las mujeres pasaron de ocupar menos de una quinta parte de la Cámara al inicio del siglo, para luego superar un tercio al inicio de la segunda década y llegar, en 2018, prácticamente a una situación de paridad.
En lo que se refiere al Senado, el cuadro 15 muestra una dinámica similar: en las primeras cuatro legislaturas del siglo (2000-2012), las mujeres no llegaron a representar ni una quinta parte de la Cámara alta; en las dos siguientes legislaturas (2012-2018)37 constituyeron casi un tercio y, gracias a la reforma que hizo obligatoria la postulación igualitaria, en 2018 el Senado se integró con solamente dos varones más que mujeres.
Lo anterior no se debe al resultado electoral de 2018, pues con independencia de qué partido o coalición hubiese obtenido más votos, en todos los casos se había registrado al mismo número de hombres que de mujeres, por lo que el equilibrio también se da al interior de las distintas bancadas legislativas en ambas cámaras del Congreso. La lucha por los derechos políticos de la mujer para votar y ser votada viene de lejos. Las conquistas en esta materia llegaron para quedarse y se trata de logros colectivos, sobre todo de mujeres, pertenecientes a toda la diversidad política del país.
México vivió un periodo de gobiernos divididos a nivel federal entre 1997 y 2018; es decir, el Congreso se conformó de manera tal que el presidente no tuvo mayoría parlamentaria a través de su partido o de los partidos que lo impulsaron en coalición a la Presidencia. De forma paradójica, fueron años de intenso reformismo legislativo, donde la pluralidad política y los contrapesos no impidieron hacer diversas e importantes modificaciones a la Constitución y a las leyes. Pluralismo y parálisis legislativa están lejos de ir de la mano en el Congreso de la Unión.38 La virtud en el procesamiento de estos cambios es que siempre requirieron la construcción de consensos con fuerzas políticas opositoras y debieron tomar en cuenta no sólo las razones del presidente o los intereses de su partido.
Los resultados de 2018 cambiaron ese panorama, al dar al presidente López Obrador, su partido y sus aliados electorales la mayoría simple en las dos Cámaras del Congreso de la Unión, lo que les posibilita aprobar leyes sin tener que convencer a las bancadas de la oposición, como sí tuvieron que hacer Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Pero lo que los electores no dieron a la coalición electoral de López Obrador en 2018 fue la posibilidad de cambiar la Constitución.
He ahí uno de los contrapesos últimos e importantes desde la representación popular y la expresión del pacto federal a un presidente que obtuvo la mayoría de los sufragios, pero cuyo triunfo no desterró la pluralidad política de la sociedad mexicana. En la Cámara de Diputados una reforma constitucional requiere al menos dos terceras partes de los votos (334 de 500) y lo mismo ocurre en el Senado (86 legisladores de 128). Dependerá de la cohesión de las bancadas de los partidos de oposición el que, en efecto, los cambios a la ley fundamental sean producto de grandes acuerdos políticos, como debe ser en democracia, y no sólo de la voluntad del gobernante en turno y sus seguidores.
La democracia no es nada más el gobierno de las mayorías, es también, necesariamente, el respeto a las minorías y el control del poder.
ALTERNANCIA EN LOS GOBIERNOS LOCALES: DECIDE EL VOTO, NO EL PRESIDENTE
Veamos el cambio político en la esfera de las gubernaturas. Si se toma en cuenta un ciclo largo de elecciones, del inicio de la competitividad electoral de fines de los años ochenta al término de la segunda década del siglo XXI, se verá que estos tres decenios han estado marcados por el incremento de los fenómenos de alternancia, sobre todo en el breve cuatrienio 2015-2018 (gráfica 1). En los últimos años hubo el doble de probabilidades de triunfo de un partido de oposición en elecciones para una gubernatura que de la ratificación en el cargo del partido en el gobierno.
Gráfica 1. Alternancia en gubernaturas, 1987-2018
Fuente: Elaboración propia con base en cómputos realizados por autoridades electorales locales.
La anterior es la enésima confirmación de que la alternancia en la Presidencia en 2018 no marcó el inicio de una era en el ejercicio del voto de castigo ni trajo buenas nuevas desconocidas en el panorama político-electoral de México. La alternancia ya estaba ahí, era creciente y se expandía a enorme velocidad. La insatisfacción con la democracia que venían mostrando diversos estudios39 se traducía aún, venturosamente, no en una ciudadanía que daba la espalda a la política formal y a su cita con las urnas, sino en el reemplazo pacífico, a través del voto, de gobiernos de partidos que no ofrecían resultados satisfactorios a la población.
Más aún, si se concentra la mirada en las gubernaturas renovadas en 2018, se aprecia que, de nueve elecciones, en siete triunfó la oposición (cuadro 16).
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