En relación con la autoría de dicha muerte, si en la zona nacional se consideró producto de una confusión la indumentaria que llevaban los atacantes, en la zona republicana se dio por hecho que los autores de la muerte de Onésimo habían sido los propios falangistas, a quienes
su desesperación impotente les lleva a cometer toda suerte de desmanes y tropelías. A veces se producen ellos mismos bajas, que son sensibles para sus organizaciones, pues asesinan a ciegas e incluso a sus oficiales. Así les ha ocurrido en Labajos (Segovia), donde dieron muerte a Onésimo Redondo, que, en las filas de Falange Española, gozaba de idéntica categoría que José Antonio Primo de Rivera.19
Más allá de los intereses propagandísticos de la prensa, propios de un contexto de guerra, entre las personas que estaban convencidas de la autoría falangista estaba la propia Mercedes Sanz-Bachiller, y este convencimiento la acompañó siempre y desde el primer momento.20 Para Mínguez Goyanes, sin embargo, las fricciones y los enfrentamientos de Onésimo con algunos miembros de la Falange vallisoletana no pudieron ser motivo para un asesinato, y menos el del jefe de la Falange castellana. Para este autor quedaba totalmente descartada la autoría falangista y, además, consideraba que la coincidencia con los milicianos fue totalmente fortuita.21 Para Ignacio Martín Jiménez la explicación más verosímil es la que atribuye la autoría de la muerte al grupo del teniente coronel Mangada, añadiendo que la autoría falangista «debe ser totalmente descartada».22
Matteo Tomasoni recuperó la versión que sobre la muerte de Onésimo Redondo se publicó en la obra de Joaquín Arrarás Historia de la Cruzada Española, que coincidía con lo relatado por los testigos entrevistados por Mínguez Goyanes. Además, sacó a la luz la investigación que se llevó a cabo entre 1941 y 1946 y que sirvió, según Tomasoni, para demostrar la culpabilidad de la columna de Mangada, aunque los hechos no quedaron aclarados del todo. Tomasoni concluye que «Hoy no existe, por lo menos oficialmente, un relato que se considere como la versión definitiva sobre la muerte de Redondo».23
Lo cierto es que Onésimo Redondo era uno de los pocos jefes falangistas que estaban en la zona sublevada en esos momentos. Esta circunstancia, unida a su liderazgo indiscutible en Valladolid, lo convertía en el jefe falangista más destacado en la España sublevada. Así pues, cuando el 24 de julio murió, Castilla la Vieja y el falangismo en general se quedaron sin jefe con poder efectivo. Para lo primero se encontró de forma rápida una solución: Andrés Redondo Ortega, hermano de Onésimo, «heredó» la jefatura territorial de Castilla la Vieja casi inmediatamente. Para lo segundo, sin embargo, se tuvo que esperar a que Andalucía oriental y Castilla la Vieja estuvieran conectadas territorialmente a través de Extremadura para celebrar, en la Universidad de Valladolid, un congreso falangista. La citada reunión se llevó a cabo el día 2 de septiembre de 1936,24 y de ella salieron elegidos los miembros de la Junta de Mando Provisional. Manuel Hedilla, antiguo jonsista, y uno de los hombres de confianza de José Antonio en los meses previos a la sublevación militar, fue elegido jefe de la Junta de Mando Provisional. El resto de miembros de la Junta eran Agustín Aznar, José Sáinz, Jesús Muro, José Moreno, Andrés Redondo y Francisco Bravo, que actuó como secretario. Todos los miembros eran consejeros nacionales, a excepción de Redondo.
En el resto de las provincias castellanas25 la sublevación abarcó no más de una semana a contar desde el 18 de julio, tiempo durante el cual los golpistas consiguieron hacerse con la totalidad de la región. En la VII División, que tenía su cabecera en la ciudad de Valladolid, se desarrolló rápidamente, tal y como sucedió en la VI División, cuya cabecera estaba en Burgos. En esta ciudad la sublevación estuvo dirigida por el general Fidel Dávila, quedando destituido y detenido el general Domingo Batet. Así pues, después de ser tomadas las cabeceras de la VI y la VII divisiones orgánicas, Palencia, Zamora, Salamanca, Segovia y Ávila también cayeron. Al día siguiente lo hicieron León y Soria, que pertenecían, respectivamente, a la VIII y a la V divisiones orgánicas. Hay que decir, además, que, desde las primeras semanas de guerra, tres de estas ciudades castellanas, Valladolid, Burgos y Salamanca, se erigieron como las tres capitales de la zona sublevada y fue en ellas donde empezó a concentrarse todo el aparato administrativo, político y militar de los sublevados y de todos los territorios que las tropas franquistas iban ocupando. De hecho, el día 24 de julio, al tiempo que Onésimo moría en Labajos, se constituyó la Junta de Defensa Nacional en Burgos, presidida por el general Miguel Cabanellas.26 Esta junta declaró el estado de guerra con el bando del 28 de julio y, el 29 de septiembre, nombró a Franco jefe del Gobierno del Estado y generalísimo de los tres ejércitos.27 El día 1 de octubre tuvo lugar su investidura como jefe de gobierno del Estado y la creación de la Junta Técnica del Estado,28 con sede en Burgos y presidida por el general Fidel Dávila. En Salamanca se instaló el cuartel general del Generalísimo hasta que, en octubre de 1937, Franco se trasladó a la capital burgalesa. En Valladolid, y en todas las ciudades de la zona sublevada, se iban concentrando los efectivos de FE-JONS.
LA GUERRA CIVIL, LA REPRESIÓN Y LA VIDA COTIDIANA EN VALLADOLID
Valladolid, ha quedado dicho, se posicionó rápidamente al lado de los sublevados, y se convirtió en suministradora de fuerza humana y material para el frente, así como en una de las capitales de la España sublevada. Ahora bien, esto no significa que la ciudad del Pisuerga y su provincia, así como las provincias limítrofes, no padecieran las consecuencias de la guerra y la represión sobre los vencidos que, en el caso de Valladolid, tomó tintes de verdadera brutalidad e inhumanidad, tanto por las cifras de represaliados como por las formas en que se desarrolló, convirtiéndose en macabro espectáculo público. Pues bien, fue en esta ciudad en la que Mercedes Sanz-Bachiller puso en marcha, junto a Javier Martínez de Bedoya, Auxilio de Invierno.
Desde las primeras horas después de la sublevación, y a lo largo de las semanas posteriores a esta, en Valladolid se produjeron detenciones masivas, como las 448 personas de la Casa del Pueblo a las que me he referido con anterioridad. De hecho, cuando nació Auxilio de Invierno, a finales de octubre de 1936, ya habían sido detenidas 2.051 personas,29 entre las que estaban las autoridades republicanas, como el gobernador civil, Luis Lavín Gautier, y otras más que tenían ideas políticas afines a la izquierda o que, sin haberse significado políticamente durante la República, se manifestaron contrarias a la sublevación. Fue tal la avalancha de detenciones, que la prisión provincial, conocida como «prisión nueva»,30 inaugurada en 1935 y situada en la calle Madre de Dios de Valladolid, se quedó pequeña y se tuvo que reabrir la «prisión vieja», sita en el antiguo Palacio Real de la Chancillería de la capital. Pero, además, se habilitaron como prisiones las cocheras del tranvía, situadas en el paseo de Filipinos, o el antiguo matadero municipal. También se utilizaron como centros de reclusión los cuarteles con rango de prisiones militares, en concreto los que había en la Academia de Caballería. Sin embargo, frecuentemente se trasladaba a reclusos a otras prisiones de la provincia, como la de Medina del Campo, o incluso fuera del territorio provincial. Todas ellas contaban con la vigilancia de los funcionarios de prisiones, la Guardia Civil y las milicias de FE-JONS, Acción Popular, Renovación Española y Partido Nacionalista Español. La provincia de Valladolid contaba, además, con tres campos de concentración: el Monasterio de la Santa Espina, en Castromonte; el campo del Canal