Fig. 13. Denis van Alsloot, Mascarada patinando, Museo del Prado (inv. n° P001346)
Ese protagonismo se destaca mucho más en el tondo de colección privada atribuido a Willem van Deynum16, y fechado hacia 1610-1615. [fig. 14] Los archiduques son presentados como protagonistas en el centro de la Grote Markt de Bruselas, tomando parte activa en la fiesta. Es el archiduque Alberto quien conduce un trineo donde va la archiduquesa. El corcel negro que realiza una ballotade delante del espectador y el trineo están engalanados con los colores de los archiduques, y se les han identificado con los reyes del invierno, incidiendo en la misma idea de ratificación de su nombramiento como monarcas de Flandes.
Fig. 14. Willem van Deynum (atribuido), Los archiduques como reyes del invierno en la Grote Markt de Bruselas, ca. 1610-1615, colección privada.
Además de estas fiestas públicas, los archiduques están presentes en celebraciones más personales, como son las bodas campestres en las que los presenta Jan Brueghel «el viejo», en los lienzos del museo del Prado (P001442 y P001439), y enviadas a la corte de Felipe IV con una clara intención; o los dibujos que han pervivido de Jan Brueghel, como el del Cortauld Institut, donde van a presenciar un evento de caza al modo hispano.
Además de estas actividades en las que los archiduques participaban dentro de sus quehaceres cotidianos, y disfrutaban, también realizaban visitas de cortesía de las que han dejado constancia. En Amberes, van a visitar la colección de Cornelis van der Geest, de cuya presencia ha dejado testimonio la pintura de Willem van Haecht en la Rubenshuis de Amberes (inv. n° RH.S. 171), muestra que los archiduques fueron agasajados por los artistas más importantes del momento en la ciudad, donde no sólo estaban Rubens y Van Dyck sino también Frans Snyders; o la escena de Jan Brueghel «el viejo» colaborando con Frans Francken II, de la Walters Art Gallery (n° 353), en la que los archiduques también aparecen disfrutando de la colección de un burgués sin identificar (Ertz, 1979: 450, 514, 617).
CONCLUSIONES
A través de este ensayo se ha querido mostrar cómo los archiduques al llegar a Flandes pusieron al servicio de su política todos los recursos a su alcance, logrando con las imágenes fijadas por sus artistas de corte un testimonio fiel de la realidad circundante que vivían. Éste también era un modo de legitimar su presencia en estas tierras como herederos directos de los duques de Borgoña y, por tanto, su elección como monarcas venía también avalado por derecho de nacimiento. No eran unos extranjeros, sino los dueños naturales, por eso los intereses de sus súbditos eran los suyos propios y su implicación en su gobierno era total.
Por otro lado, tenían que mostrar en las cortes filipinas que, a pesar de esa «independencia» de la corona española su fidelidad a ella permanecía, por lo que estas instantáneas eran un recuerdo diario en el Alcázar de que Flandes estaba siendo bien guardado y regido, defendiendo las posturas españolas y conciliándolas con las tradiciones flamencas.
Lograr que los naturales de Flandes los vieran como unos de los suyos fue primordial en su política. Su presencia en todos los actos públicos y fiestas, así los muestran. No son unos monarcas alejados del pueblo, sino sintiendo y viviendo con ellos. La inclusión de la nobleza flamenca y los burgueses locales fue primordial dentro de la corte, haciéndoles un sitio e implicándoles en su gobierno. Los archiduques fueron, por esta y muchas otras razones, unos gobernantes que se estaban adelantando a su tiempo, pues gobernaban para el pueblo al que rápidamente asumieron como propio. Isabel Clara-Eugenia se refiere a los flamencos en muchas ocasiones en sus cartas al duque de Lerma con elogiosas palabras y cariño:
«[...] y que si no se remedia, mi hermano perderá estos Estados: que no sé qué tanto servicio suyo seria perdellos ni bien para España, pues sería acrecentar enemigos, y lo otro perder toda la gente que aquí tiene, que aunque harto bellacos algunos, en fin es la mejor gente que hay en el mundo, como quien tantos años ha usado el oficio y tanto aquí trabajan [...]» (Bruselas, 5 de junio de 1601. Rodríguez Villa, 1905: 301).
Estas pinturas, testimonio fiel de la realidad, por otro lado, permiten acercarse al aspecto de los palacios, sus jardines y sus usos durante el gobierno de los archiduques en Flandes. Las vistas de Mariemont a vista de pájaro muestran un espacio muy articulado, con parterres, fuentes, lagos, isletas y laberintos de flores, pero también las actividades cotidianas que los archiduques realizaban en ellos. La práctica de la caza, las labores del campo, o los paseos diarios disfrutando de la naturaleza eran primordiales para ellos. Unas actividades que se hacían extensibles al palacio de Coudenberg y su warande, refugio habitual de los monarcas a lo largo de sus jornadas, disfrutando del espacio como de si una Arcadia se tratara.
Los pintores de corte de los archiduques se han convertido en unos reporteros y testigos de excepción, donde su arte trasciende lo meramente anecdótico para ser un documento que completa las fuentes escritas del momento.
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