«CUANDO CALLAN LOS HOMBRES HABLAN LAS PIEDRAS»: LA CRISIS DE 1957
Así, a la altura de 1955, con el nombramiento de Tomás Trénor Azcárraga como alcalde, con Posada Cacho de gobernador, y después de más de veinte años del conflicto armado, la ciudad estaba a las puertas de su «refundación». La dictadura del General Franco estaba comenzando a abandonar la etapa de autarquía para iniciar un desarrollismo económico que marcó el futuro inmediato de la región y de todo el Estado. Mientras tanto, ya con medio millón de habitantes, la urbe experimentaba la afluencia de población inmigrante instalada en sus barrios periféricos. La ciudad, en definitiva, extraordinariamente marcada por las circunstancias de instauración del régimen, se acercaba al inicio de un cambio de etapa.20
En este contexto se produjo un suceso trascendental en la historia de la ciudad. El desbordamiento del río Turia, en octubre de 1957, condicionó las políticas municipales posteriores, convirtiéndose en una especie de «renacimiento urbanístico».21 Las consecuencias económicas y materiales del desastre, unido a las víctimas mortales y los destrozos causados, dejó a la ciudad en una crisis sin precedentes. Si a esto añadimos los retrasos en las labores de reconstrucción y la falta de refuerzos a la misma, llegamos a una situación de estancamiento que sería de nuevo aprovechada por los críticos del sistema en 1958.22
La diatriba más destacable tras estos sucesos vino del propio alcalde de la ciudad: Tomas Trénor y Azcárraga, II marqués del Turia, del círculo monárquico de D. Juan de Borbón, y de peso político en la ciudad, que vertió importantes críticas públicas por el retraso en la llegada de las ayudas presupuestadas y una posible desviación de fondos destinados a las víctimas:
Se dotó en el papel con unos trescientos millones; posteriormente, en una reunión del Consejo de Ministros, se asignaron para el presente año cien millones. Pero no ha llegado, todavía ni un céntimo. [...] Valencia, pues, como digo, tiene derecho a vivir tranquila. Valencia, que es preocupación en los medios económicos oficiales por su aportación económica al acervo común español, tiene también derecho, en su desgracia, a ser atendida debidamente.23
Esta alocución, pronunciada en público en un pleno municipal, tuvo un gran impacto en la ciudad. El gobernador civil prohibió su difusión inmediatamente, orden que fue desatendida por el Ateneo Mercantil y su presidente, Joaquín Maldonado, que rápidamente difundió 16.000 copias del discurso transcrito entre sus socios y público en general.
Yo respaldé al alcalde –afirmó Maldonado– en todas sus actuaciones. El dinero no venía a pesar de que sí lo había. En eso el marqués del Turia fue muy ducho. Pero los meses iban pasando y Valencia seguía sin ser debidamente atendida. Entonces, en 1958, llegó una segunda riada que colmó la paciencia de todos. Cuando el alcalde pronunció su discurso, yo –como muchos otros– estuve presente en el ayuntamiento. La situación era lamentable e inaceptable. Valencia tenía que protestar y eso fue lo que pasó.24
Además, el director del diario Las Provincias, Martín Domínguez, que pertenecía a este círculo crítico, publicó una recensión del discurso al día siguiente y lo glosó en estos términos:
Breve, ceñido a la sustancia del asunto y del momento, con un aplomo viril, prócer, rebosante de esa dificilísima sencillez que confiere el simple y a veces heroico cumplimiento del deber, el alcalde de Valencia pronunció ayer tarde unas palabras al abrir la sesión pública del pleno, que dictadas por la dolorosa y alarmante situación de Valencia y su comarca, reactualizado por la tromba el miércoles, vinieron a ser voz entera y verdadera de Valencia y los valencianos.25
¿Qué había de crítica política detrás de estas manifestaciones? Es indudable que, detrás de las posiciones del alcalde seguidas del diario Las Provincias y la actitud de difusión y respuesta del Ateneo Mercantil, radicaba un intento de defensa de los intereses de la ciudad agraviados tras el desastre de la riada. Pero también subyacía la presentación formal del proyecto político de esta élite crítica que había comenzado a organizarse en la década de los años cuarenta: un gesto político a favor de D. Juan de Borbón o en todo caso de protesta antifranquista. El alcalde no negó nunca la vinculación de sus críticas con las divisiones internas de la dictadura y con las opiniones del sector monárquico del régimen.
Yo he tenido amistad con Don Juan. Claro... Yo tengo un recuerdo de la monarquía fenomenal. Para mí es una cosa imborrable, desde luego. Soy dinástico cien por cien. Debo serlo. Si yo respondo a mis propios sentimientos he de ser dinástico. Pero eso ya responde a un recuerdo muy remoto, muy personal mío; un recuerdo positivísimo, en la persona de don Alfonso XIII.26
Incluso, el propio Maldonado, presidente del Ateneo Mercantil, lo explicaba de la siguiente forma:
Bueno, así es como lo interpretó la gente por las posiciones propias de los tres que intervenimos, una característica que teníamos y que nunca ocultamos. Las posiciones del marqués del Turia son indiscutibles en este caso. Yo, por otro parte, he estado muy vinculado con Luis Lucia primero y después con la derecha que representaba don José María Gil Robles. Y hemos considerado la figura de Don Juan como una reserva, en un momento de tránsito, en el proceso de restauración de la concordia entre los españoles. Un proceso que pasara la página de la Guerra Civil y tratara de reconstruir una concordia en torno a una Constitución que viniera a amparar estas posiciones. De manera que estuvimos en esa línea que, reitero, fue apreciada siempre por la gente porque nunca la ocultamos [...] Desde luego se comprobó que la posición personal de Franco reforzaba un régimen de autoridad única. Y eso no era lo que se trataba de instaurar, por otra parte, no era lo deseado.27
Las críticas de este círculo causaron una respuesta airada en el seno del Gobierno. Pronto manifestaron su malestar los ministros Gual Villalví y Alonso Vega que, aprovechando la aprobación de la Solución Sur para evitar una nueva riada, apremiaron al alcalde para que dejase el cargo, cosa que ocurrió el 24 de julio de 1958. Junto con ello, Martín Domínguez fue expulsado del diario que dirigía y se intentó cambiar a la junta directiva del Ateneo Mercantil, sin éxito.
Por tanto, estas decisiones que llevaban la intención de desactivar este círculo crítico no tuvieron el resultado deseado pues muchos disidentes aprovecharon las circunstancias para aumentar sus contactos con otros grupos fuera de los cauces oficiales ocupando algunos de los escasos espacios de libertad que ofrecía la dictadura. De hecho, muchos de estos críticos acabaron convirtiéndose en auténticos defensores de la causa democrática, años después.28
En este contexto de cambio, el gobernador civil Posada Cacho buscó un gestor de reconocida experiencia en la provincia, fiel y leal a los principios del Movimiento, un «camisa vieja» capaz de evitar los problemas que habían llevado a la destitución del anterior alcalde. El elegido era Adolfo Rincón de Arellano.
Con esta maniobra política, a favor de un falangista de primera hora, se resolvía