Los textos que forman parte de la corriente denominada una nueva novela de la Guerra Civil2 (Mainer, 2006: 157-158) aspiran a guardar una relación con el pasado infame más indagadora, más personal y más ética, sin precedentes. Como advierte Sebastiaan Faber, estas obras «comparten, en grandes líneas, una actitud nueva ante el pasado: consideran sus dimensiones éticas desde un punto de vista individual, como un problema que afecta a las relaciones personales entre generaciones presentes y pasadas, y como un desafío que exige un esfuerzo de voluntad por parte de aquéllas» (2011: 102). Podemos añadir que también se diferencian de la postura anterior por el hecho de que se alejan de la neutralidad valorativa, de la objetividad tan predilectamente forzada por la Transición en favor de exigir justicia, en el afán de recuperar la memoria perdida.
En otras palabras, la nueva narrativa recuperatoria responde a la necesidad de otro tipo de historia, no tan objetiva, sino que reclame una historia personalizada, vivida por personas concretas, testigos, víctimas con quienes nos podemos identificar. Y lo podemos experimentar con los protagonistas de las novelas seleccionadas a propósito de este análisis: el miliciano republicano Antonio Miralles y sus muertos compañeros de guerra o los «amigos del bosque» del relato real Soldados de Salamina (2001), de Javier Cercas; también con los protagonistas de la novela El lápiz del carpintero (1998), de Manuel Rivas, el doctor Da Barca y el Pintor asesinado, trasuntos del doctor Paco Comesaña y el pintor Camilo Díaz Baliño respectivamente, o con las mujeres republicanas encarceladas en la madrileña prisión de Ventas de la novela La voz dormida (2002), de Dulce Chacón. En las novelas de Cercas y Rivas no solo se privilegia la figura del testigo, sino que se hace cómplices de los hechos evocados a los lectores por medio de la incorporación de la figura de un joven entrevistador que, al llevar un diálogo intergeneracional, descubre una verdad histórica que no le deja indiferente. Así es el caso del periodista-narrador-personaje Javier Cercas de Soldados de Salamina y el periodista Carlos Sousa de El lápiz del carpintero. Ese interés identitario por la gente del pasado se muestra más evidente en la obra de Cercas al arrancar la acción poco después de la muerte del padre biológico del narrador, hecho que despierta su interés por la historia con un intento de afiliación fracasado con el escritor y falangista Rafael Sánchez Mazas y con otro recuperado con el miliciano republicano Miralles o la «gente del bosque», testigos todavía vivos.
La novela o el relato real Soldados de Salamina (2001) es uno de los libros más vendidos en lengua castellana de los últimos años, también galardonado con varios premios literarios y traducido a más de veinte lenguas.3 La novela sorprende al lector en muchos aspectos; en primer lugar, se nota su naturaleza híbrida en cuanto a su estructura genérica, aquí coinciden varias tendencias y géneros literarios de la narrativa española actual, por ejemplo, el thriller, la novela histórica, la metaficción y el documental. En la primera parte del libro, titulada Los amigos del bosque, Cercas personaje se refiere en un modo metanarrativo a la génesis del libro, desde la entrevista con el hijo de Sánchez Mazas, el escritor Rafael Sánchez Ferlosio, hasta la posterior reconstrucción de hechos en los testimonios dados por los «amigos del bosque». Al avanzar la lectura crece nuestro conocimiento de lo sucedido aquel invierno, el 30 de enero de 1939, pero este no crece en una forma lineal; el lector, tras el narrador Cercas, también se convierte en un detective, asumiendo o descartando algunos detalles de su investigación, colocando esas piezas de historia en su sitio, al mismo tiempo experimentando la sensación de que la novela se hace ante sus ojos en el proceso de gestación de la propia obra por parte del personaje-narrador Cercas. Otro elemento que deja estupefacto al lector es el giro que se da en la acción. A lo largo de dos tercios de la novela se le involucra al lector en una especie de investigación, llena de incógnitas, sobre el ideólogo falangista Sánchez Mazas, para después desviar y sustituir su protagonismo por el del soldado republicano que no le delató. Así se ofrece al lector la perspectiva indagadora en conocer los motivos del miliciano, de otorgarle un estatus del verdadero héroe no solo por la dimensión humana que mostró al perdonar la vida a su enemigo, sino por el valor simbólico de su condición: la de ser veterano de todas las guerras. En las últimas páginas del libro se hace la revelación del sentido de la obra y de la historia humana: el verdadero heroísmo no tiene el nombre de Mazas o Miralles (aunque podemos cuestionarlo, pero la definición de héroe proporcionada por Miralles no comprende a los héroes vivos) u otros, sino que es anónimo, y aunque ese soldado anónimo salva la civilización, enseguida es olvidado por ella. Es incuestionable que en la obra de Javier Cercas el protagonismo central lo tienen los soldados anónimos, olvidados, como los de Salamina, a quienes rinde homenaje y hace «que no estén del todo muertos» (Cercas, 2008: 201).
La novela La voz dormida (2002) de Dulce Chacón, difiere de la novela de Cercas en cuanto a que no introduce el proceso de investigación y recuperación del pasado dentro del marco de la trama. Al leer esta novela no encontramos a un narrador protagonista que descubra ningún escándalo histórico (por ejemplo, la inventada historia del fusilamiento de Mazas en el Collell) desde la perspectiva actual, es decir, la de la España del fin de segundo milenio, sino que las historias de las presas republicanas en la posguerra nos las cuenta un narrador omnisciente, el rasgo que comparte esta obra con la novela de Rivas. Pero también La voz dormida se inscribe en la misma tendencia afiliativa que representan las novelas de Cercas y Rivas. Con esta última se nota un símil en el paratexto donde se hallan varios agradecimientos a los que ayudaron a reconstruir las historias y memorias de los protagonistas-víctimas de represalias franquistas en un acto de homenaje a los olvidados. En el caso de Dulce Chacón ese acto afiliativo cobra una significación también simbólica: la escritora-descendiente de una familia conservadora rinde homenaje a los del otro bando. Dulce Chacón también escribe la novela Cielos de barro (2000), con la que inicia su denuncia de la situación de los republicanos en la España franquista, donde aborda el tema de la memoria y de la mujer, pero es en La voz dormida donde se marca de una manera excepcional su compromiso con las mujeres republicanas represaliadas y la memoria histórica. Los motivos para su postura recuperatoria hacia las heroínas y sus memorias, y no hacia las de los varones héroes, resultan del hecho de que el protagonismo femenino verdaderamente no se ha conocido y también se ha sometido al olvido, como sus protagonistas. Inma Chacón, la hermana de Dulce, explica así los motivos que despertaron el interés de su hermana por recuperar el heroísmo femenino en la guerra y la posguerra:
Siempre se habla del silencio, del olvido. Y una de las grandes olvidadas es la mujer. La mujer perdió doblemente la guerra: perdió la guerra y la posguerra. Perdió los derechos conquistados durante la República, que fueron muchos, y fue sometida a una doble construcción del olvido. La mujer debía renunciar a lo que fue y a lo que pudo haber sido. [...] Es necesario que la historia contemple su presencia [...] en la batalla contra el fascismo. La memoria colectiva debe construirse también con el dolor de las mujeres. [...] Yo quiero rendir homenaje a estas mujeres que perdieron la guerra y posguerra. Recoger sus voces, que han sido condenadas al silencio, y hablar de las protagonistas que lucharon por un mundo mejor. Por eso escribí una novela, La voz dormida, construida a partir de testimonios orales. [...] Es justo. Y es preciso que no caigamos en creer que existe el olvido: existe el silencio; pero el olvido no: el olvido nunca (Chacón, 2009: 320-321).
Así, Dulce Chacón reclama la memoria olvidada con el despertar de las voces dormidas, esas voces que permanecieron calladas durante más de sesenta años. Muchos historiadores consideran La voz dormida como un fenómeno social que levantó interés para recuperar la memoria y llegó a los corazones de muchos.