En los trabajos sobre la vida cotidiana de Colombia en el siglo XIX las diversiones han ocupado un lugar compartido con aspectos como la vivienda, la familia y el matrimonio, las formas de higiene, el abastecimiento de víveres en los mercados, los gustos de la población, las festividades, el vestido y la comida. De esta forma, las diversiones estarían inscritas en aquello que podría llamarse quehacer diario o vida diaria de la gente, aquello “que se resiste al cambio, expresado en las formas de mayor arraigo, en las costumbres, en los hábitos, que son parte de la forma de ser de una sociedad, de su forma de pensar, de actuar, de su imaginario” (Castro 1996a, 10).
Dentro de estos trabajos se puede mencionar el de Catalina Reyes y Lina González (1996) sobre la vida doméstica en las ciudades republicanas, en el que diversiones como los juegos de azar, las corridas de toros, las riñas de gallos, los paseos en los alrededores de la ciudad o en sus parques, las tertulias, los bailes y las visitas son descritas como formas de interrupción del monótono y tranquilo ritmo de la vida diaria en las ciudades republicanas, ritmo conformado por los hábitos diarios del baño, las comidas, la siesta, los oficios religiosos y las labores domésticas (Reyes y González 1996, 227-230).
También es importante el texto de Beatriz Castro (1996b) donde se afirma que las reuniones populares en chicherías, las nuevas formas de socialización de la élite en bares y clubes sociales, los escasos espectáculos en la ciudad —fundamentalmente el teatro— y la celebración de festividades religiosas, que traían tras de sí distintas formas de diversión, constituían aspectos públicos centrales de la vida cotidiana en Colombia a finales del siglo XIX. Para esta autora, “las nuevas formas de socialización, principalmente de élite, fueron las que se establecieron y transformaron las formas de diversión [mientras] los entretenimientos populares tendieron a mantenerse con mayor arraigo y cambiaron poco” (Castro 1996b, 269).
Otro texto de esta tendencia —aunque referido al siglo XX— es el de Patricia Londoño y Santiago Londoño (1989), que se incluye acá con el fin de complementar el cuadro de los trabajos sobra la vida cotidiana. En este texto los autores afirman que el despliegue de distintas formas de diversión se produjo como consecuencia del proceso de industrialización y de la reglamentación de la jornada de trabajo, que permitió “institucionalizar el uso del tiempo libre” en 1934 (Londoño y Londoño 1989, 349). De esta forma, llegaron al país el cine, los deportes y formas nuevas de música y baile, como el tango, el jazz y la polka. La vida apacible de finales del siglo XIX, según los autores, cambió en todos sus aspectos, incluidas las diversiones, con el proceso de modernización y especialmente con el de industrialización, afirmación en la cual coinciden los tres textos comentados hasta el momento.
Una primera aproximación a las diversiones de finales del siglo XIX por medio de los estudios de la vida cotidiana permite obtener un panorama amplio del acervo disponible de entretenimientos, compuesto por la celebración de festividades, pasatiempos privados, espectáculos públicos y formas de sociabilidad tanto populares como de élite. Por otro lado, proporciona una visión de mediano plazo que articula todo el siglo XIX y no solamente sus últimas décadas, a partir de lo cual se evidencian continuidades y rupturas, como la permanencia de las riñas de gallos y el surgimiento de clubes sociales y cafés, por ejemplo. Sin embargo, el que las prácticas de diversión se encuentren entrelazadas con otros aspectos de la vida diaria —y en ocasiones subsumidas en ellos— hace perder a las diversiones especificidad y el análisis se torna poco profundo respecto de ellas. De esta forma, parece más apropiado abordar dichas prácticas a partir de tres aspectos que se derivan de los estudios de la vida cotidiana: el ocio, la fiesta y los espacios de diversión.
En los trabajos que tratan la historia de las diversiones en Colombia desde la noción de ocio, o incluso desde la de tiempo libre, se pueden observar dos tendencias. La primera se centra en cómo las élites del país buscaron ocupar el tiempo que sobraba después de la jornada laboral. La estrategia fundamental mediante la cual ese grupo social buscó resolver este asunto fue el control del tiempo libre de los obreros y el intento por fomentar e inculcar en la población la adopción de prácticas específicas realizables durante el tiempo externo al trabajo.
Así, Alberto Mayor (1994) describe cómo se desarrolló dicha estrategia durante la década de 1930 en el contexto de la industrialización, de la reducción de la jornada de trabajo y de la influencia del fordismo. La tesis del autor consiste en que el control del tiempo libre estuvo relacionado tanto con la lucha contra el comunismo por parte de la Iglesia católica como con los procesos de racionalización del trabajo, es decir, que de la forma como se ocupara el tiempo disponible de los obreros dependía la garantía del orden social y el rendimiento del trabajador en su puesto de trabajo (Mayor 1994, 377).
Mauricio Archila (1990), por su parte, observa principalmente en el control del tiempo libre el temor de las élites hacia “la existencia de espacios en que los obreros, especialmente los varones, socializaran su inconformidad con el orden social” (Archila 1990, 153), por lo cual se debía evitar la proliferación y reproducción de dichos espacios mediante el fomento de otro tipo de actividades. Además, la existencia de un tiempo libre, dice el autor, se convirtió en un asunto problemático para distintos sectores sociales:
Para los empresarios era un tiempo dilapidado en diversiones que perjudicaban la disciplina laboral. Para la Iglesia católica la inmoralidad era la que presidía en los ratos de ocio. Para el Estado, en el tiempo libre era donde se fraguaban las rebeliones. Y para los revolucionarios era cuando se alienaba a las masas. (Archila 1990, 146)
De otro lado, para Santiago Castro-Gómez (2009) el problema con el tiempo de ocio consistía en que las actividades desarrolladas en dicho tiempo no representaban el ideal moderno de velocidad que yacía en la subjetividad de las élites colombianas. De lo que se trataba entonces era de alejar a la población de prácticas parsimoniosas realizadas en el tiempo libre y de incorporar unas nuevas actividades —tales como los deportes, el cine y los bailes— que funcionaran como dispositivos de producción de una subjetividad acorde con dicho ideal.
Independientemente del fin que haya tenido, el control del tiempo libre se implementó mediante el fomento de actividades que reemplazaran las que se desarrollaban en dicho tiempo y que habían sido heredadas de épocas anteriores. De esta forma, por medio de las organizaciones católicas y de los “secretariados sociales” de las empresas se ofrecían cursos de capacitación a los obreros y se organizaban bailes, reinados y eventos deportivos, al mismo tiempo que se destacaban las ventajas de otro tipo de diversiones, como el cine, el teatro y los paseos familiares (Archila 1990; Castro-Gómez 2009; Mayor 1994).
La segunda tendencia consiste en la descripción de las actividades de ocio y su relación con las clases sociales. En los textos de María del Pilar Zuluaga (2007, 2012a, 2012b) se describen las diversiones de las élites sociales bogotanas como actividades de consumo ostensible y se analizan dentro de una perspectiva que, basada en la noción de distinción social, da cuenta de la distancia entre ellas y los sectores populares, resultante de los marcadores simbólicos que dicho consumo generaba. Pero el análisis también pretende adentrarse en la reflexión sobre los procesos de formación de identidad en la élite de la ciudad, pues para esta autora “analizar lo que hace durante su tiempo libre la clase dominante en un periodo determinado nos permite conocer sus gustos, sus intereses, su conducta, la creación de identidad, el nivel de satisfacción y de integración social” (Zuluaga 2012b, 8).
Otras investigaciones pertenecientes a esta tendencia se han concentrado en la adopción por parte de los sectores populares de las actividades de ocio practicadas por las élites, especialmente los deportes. En este sentido, Diana Alfonso (2012) y Daniel Polanía (2012) han concebido la popularización del ocio como un proceso de flexibilización del consumo de las élites, el cual transita desde los clubes sociales, los colegios de élite, las instituciones públicas y los discursos de la prensa hasta la formación de clubes deportivos. De acuerdo con estas investigaciones, el bajo costo que tenían los deportes, su facilidad de práctica y la asignación de propiedades intrínsecas —como, por ejemplo, su potencial eugenésico y civilizatorio— constituyeron factores de gran importancia para fomentar, más que cualquier