En el Simposio han participado un grupo de historiadores e historiadoras de diversas nacionalidades: ingleses, italianos, españoles, norteamericanos y franceses; que representan el universo académico y la tradición historiográfica y temática con la que Jimnorirlandés de nacimiento, británico de adopción-siempre ha estado en contacto.* Transferido de Belfast a Cambridge ha sido influenciado por el historiador británico John Elliott –figura fundamental a quien corresponde el mérito indudable de haber introducido la historia española al público y a los ambientes académicos ingleses y americanos–; Jim representa un modelo que recuerda el diálogo entre diversas tradiciones historiográficas y que ha sobrepasado los límites de la historia nacional, si se piensa, por ejemplo, en los estudios sobre historia de la familia en Europa.
Es éste un aspecto que ha perseguido, deliberadamente, con sistematicidad y con una excepcional curiosidad intelectual que, entre otras cosas, ha contribuido a otorgarle reconocimiento en Europa y Gran Bretaña incluyendo dos doctorados honoris causa: Valencia y Granada. Pero el mérito y el significado del trabajo de Jim en el campo internacional le viene dado por el papel que ha jugado en la historiografía española a partir de la segunda mitad de los años ochenta. Es uno de los historiadores que ha participado en el proceso de innovación de dicha historiografía en la etapa del posfranquismo, contribuyendo, poderosamente, a influir en el desarrollo de las grandes cuestiones estructurales y socioeconómicas de la historia social y muy especialmente en los campos teórico y metodológico.
Dos grandes logros se pueden apuntar: a) la recuperación de textos contemporáneos y tratadistas de época que ofrecen sugerentes aportaciones y visiones novedosas respecto al análisis que las fuentes escritas tradicionales: notariales, concejiles, parroquiales, judiciales, muestran al historiador. Se trata de enfrentar a las fuentes con la realidad de la época ofrecida por sus propios protagonistas; aunque esta versión precisa de contraste al no estar exenta de la subjetividad o intereses de diverso tipo. Otra manera más sutil es cruzar fuentes que matizan resultados estadísticos como, por ejemplo, el catastro de Ensenada o los censos de población (1591, 1787). Las tipologías y formas familiares que estas excepcionales fuentes ofrecen de la realidad social, se verá matizada por relaciones sociales y de parentesco que saltan las estrictas divisiones de fuentes estadísticas, pero estáticas, para explicar las actuaciones y prácticas económicas y sociales, a la vez que adquieren movilidad temporal. Podríamos afirmar que frente a uniformidad y unidad familiar, bien sea nuclear o extensa, nos encontramos con complejidad y diversidad familiar.
La segunda aportación de Jim tiene que ver con su interés por la recuperación y el estudio de la comunidad. Sin embargo, sus presupuestos teóricos se orientan más hacia la historia local que hacia la microhistoria; la vida de los personajes sencillos en su recorrido horizontal y vertical se entrelaza con las relaciones sociales de vecindad, amistad, trabajo y producción que articulan un sistema social basado, sobre todo, en los lazos personales y en los vínculos sociales que reflejan la dependencia y la jerarquía como factores de ordenación y organización social.
En un programa de doctorado impartido por Jim Casey en la Universidad de Murcia entre el 24 y el 26 de mayo de 2006, trasladó a sus alumnos dos líneas que enmarcaban el contexto general de la historia de la familia en Europa: a) señalar la deuda de los historiadores para con la temática de la antropología social: la reconstrucción de las formas de solidaridad y de jerarquía social en las sociedades llamadas «a pequeña escala», típicas de la Europa preindustrial; b) explorar la importancia de las relaciones en tales sociedades de «persona a persona», donde se confunden vida pública y vida privada, «casa y calle», «casa, familia y taller gremial», siendo el nexo entre ambos el concepto del «honor» de la familia.
A partir de estas consideraciones, la trascendencia, importancia e influencia de la familia se puede rastrear en tres campos: a) la adscripción del individuo a la categoría social heredada; b) el acceso a la propiedad a través de instrumentos familiares (herencia de tierras, oficios de los padres, casamientos con herederas), tanto o más que por el funcionamiento del mercado de trabajo; c) la protección que podía brindar el lazo de sangre o de parentesco artificial (compadrazgo) en sociedades caracterizadas por la descentralización del poder. Todas estas consideraciones tienen como protagonistas a la comunidad en la que se desenvuelven los individuos que protagonizan estas prácticas y estas realidades.
La influencia historiográfica de Jim se percibe, por ejemplo, en los cuatro libros publicados entre 1989 y 2008,3 o en significativos artículos como: «Familia y Sociedad»;4 «La familia española y europea (siglos XVI-XVII)»;5 «Familia y tendencias historiográficas en el siglo XX. Introducción general sobre Europa»;6 «La invención de la comunidad y la historia social».7
La historia social en España se ha movido entre la reivindicación marxista de los años 60-80 y la enorme influencia de las corrientes francesas y anglosajonas, especialmente británicas, más que americanas; pero es a partir de los años 90 con la creación de la Asociación Española de Historia Social,8 junto al libro de Julián Casanova, La historia social y los historiadores9 como punto de referencia comparativa y alargamos el tiempo hasta el número monográfico de la revista Ayer (2006, 62.2), «Más allá de la Historia Social»10 e Historia Social (2008, 60), «Formas de hacer Historia Social y Qué entendemos hoy por Historia Social»,11 cuando comprenderemos el peso y la influencia respecto a las relaciones de dependencia y solidaridad que los lazos personales y las redes clientelares explican en el contexto y en el conjunto de la sociedad española.
Una evidente conclusión a estas propuestas de análisis es el acercamiento de la antropología y la sociología al análisis histórico.
«La Europa moderna era un mosaico de unidades políticas solapadas, de ciudades-estado, señoríos e imperios transnacionales. La geografía humana imponía solidaridades que podían ser mayores o menores que las fronteras políticas, mientras que los lazos de la religión, la casta o el clientelismo, constituían focos de lealtad alternativos a los del Estado emergente». Permítannos que con estas lúcidas palabras del propio Jim Casey, recogidas por J. Elliott en su contribución a este libro,12 subrayemos las temáticas y las problemáticas que son objeto de su preocupación e interés. Y lo hacemos así porque siguiendo a Arlette Fargue, el historiador argumenta y reelabora los sistemas de relación del pasado a través de las representaciones de la comunidad social que estudia, al mismo tiempo que a través del propio sistema de valores y de normas. El objeto de la historia es, sin ningún género