En Haití se había producido una revolución social mediante la cual los esclavos negros y los mulatos libres asumieron el poder y proclamaron la independencia; incluso se hizo una reforma agraria que permitió la pequeña propiedad, un caso único entre las independencias americanas. Los mulatos comandados por Boyer acabaron dominando el poder y marginaron a los negros. Precisamente, un hecho es la importancia del color de la piel y la raza en el movimiento nacional independentista haitiano. A pesar de la independencia, los problemas raciales no estaban resueltos y se agravaron con la incorporación de Santo Domingo, donde quedaban los grandes hacendados blancos y mestizos. En la coyuntura independentista de las colonias iberoamericanas de 1808-1825, la isla de Haití fue, para los blancos nacidos en América, un ejemplo de dónde podía llegar una independencia promovida por una guerra racial. En 1833, la mayoría de la población blanca había emigrado. También es muy significativo que Estados Unidos no reconociera la independencia de Haití hasta 1862, cuando se separaron los estados esclavistas del sur.
1.4 Brasil: la independencia desde arriba
Las razones últimas que condujeron a la independencia de Brasil fueron muy diferentes a las de Estados Unidos y a las de Haití. Así como las independencias de las colonias españolas las hemos conectado a la guerra contra los franceses en la península Ibérica, también la independencia de Brasil fue precipitada por los acontecimientos producidos en Portugal entre 1820 y 1821 (Bethell, 1991a). La metrópoli portuguesa también había hecho reformas administrativas durante el siglo xviii para controlar más y mejor a las colonias (Sarabia, 1991); es necesario mencionar las del ministro Pombal (las reformas pombalinas) y las de la reina María I, pero la sociedad colonial no respondió tan articuladamente como la norteamericana contra el reformismo metropolitano. Hubo algunos jóvenes estudiantes, como Tiradentes, que intentaron imitar a Estados Unidos y pidieron ayuda a la gran república del norte, pero fracasaron (Oliveira, 1907). También hubo movimientos republicanos de mulatos y mestizos fácilmente sofocados, como fue la conjuración de los alfaiates de 1798, que pretendían una república en Bahía (Boxer, 1992).
Para explicar los orígenes de la independencia de Brasil es necesario tener presente la coyuntura europea de las guerras napoleónicas y las medidas tomadas por la monarquía portuguesa. En 1807, en Fontainebleau, los franceses y los españoles firmaron un tratado con el fin de invadir militarmente Portugal y encarcelar a la familia real de los Braganza. Esta familia negoció con los británicos la protección necesaria para trasladarse a Brasil a cambio de la ocupación temporal de Madeira por parte de las tropas británicas. El 29 de noviembre de 1807, el príncipe regente João –hijo de la reina María I–, con más de diez mil cortesanos, salió hacia Brasil con la mayoría de sus bienes bajo la protección de los barcos británicos.
La principal consecuencia de la llegada del príncipe regente João a Brasil fue que la colonia –sobre todo Río de Janeiro, donde se instaló la corte– triplicó su población, se convirtió en el centro del Imperio portugués y sus funciones se asemejaban a las de una metrópoli. Fue suprimido el sistema del monopolio colonial, y los puertos de Brasil se abrieron al comercio internacional para todos los estados amigos. Los principales beneficiados fueron los británicos, quienes se vieron favorecidos por el tratado de 1810, el cual estableció una buena reducción de las tasas de aduanas para los productos ingleses. Así, los comerciantes británicos introdujeron sus manufacturas a precios más bajos que el resto, incluidas las de los portugueses y las fabricadas en el propio Brasil, que eran más caras. Para mejorar la articulación de la colonia se desarrollaron las infraestructuras –construcción de caminos, puertos, barcos...–, el cobro de impuestos, la administración de Justicia, e incluso se creó el Banco Nacional de Brasil. También se creó una Academia de Marina, la Real Academia Militar, los colegios de Cirugía y Medicina, la Escuela de Comercio, y una Biblioteca Pública con el mobiliario y los sesenta mil volúmenes de la Biblioteca Real que João había traído de Portugal (Armitage, 1981).
La presencia de la Corona en Brasil y el apoyo de la flota británica también permitieron un ensanchamiento del territorio brasileño. Por el nordeste, ocuparon la fortaleza francesa de Caiena, donde establecieron una administración portuguesa, pero tras el Congreso de Viena tuvieron que devolverla a los franceses. Por el sureste, atacaron las posesiones españolas. El príncipe regente João estaba casado con la hija del rey español Carlos IV, la princesa Carlota. Como su familia había sido capturada por Napoleón en 1808, la princesa entendía que le incumbía administrar los territorios de su familia en América, porque era el único miembro de la familia de los Borbones que residía en el continente. Se planteó la unión del virreinato del Río de la Plata con Brasil, pero los británicos se negaron y se tuvo que abandonar la idea. Después, los brasileños invadieron la parte oriental del río Uruguay, porque los rioplatenses les pidieron ayuda en 1814 para defenderse de Fernando VII, quien había recuperado la Corona española. El caudillo uruguayo Artigas fue el único en oponerse, y se resistió a la invasión brasileña, iniciada en septiembre de 1816 por Lecor. Aun así, no pudo evitar la ocupación de Montevideo en enero de 1817, porque el cabildo de la ciudad aceptó la presencia brasileña. Lecor fue nombrado capitán general y gobernador de la nueva provincia Cisplatina, creada en 1817 e incorporada a Portugal en 1821. La guerra contra Artigas continuó hasta que Lecor consiguió atraerse a los caudillos y prohombres conservadores locales. Artigas se exilió a Paraguay, que se había proclamado independiente en 1811 (Mello, 1963). Paralelamente, la corte portuguesa de Brasil tuvo que sofocar alguna rebelión interior, la más importante de las cuales fue la republicana de Pernambuco.
Los notables brasileños no aceptaron volver al sistema colonial y vieron en el príncipe Pedro la solución para impedirlo. El príncipe llegó cuando tenía nueve años, en 1807, y en 1821, cuando era príncipe regente, se consideraba más brasileño que portugués. Los diputados en el Parlamento liberal de Lisboa emigraron a Inglaterra, y ocho mil notables de las provincias brasileñas solicitaron por escrito al príncipe Pedro que se quedara en Brasil. El príncipe decidió quedarse el 9 de enero de 1822 –esta fecha en la historiografía brasileña se conoce como el Dia de Fico (Southey, 1981)– y cambiar su equipo de gobierno por otro pro brasileño. Por iniciativa de las logias masónicas brasileñas –las había que ya en el siglo xviii habían conspirado contra el reformismo metropolitano– le concedieron a Pedro, en mayo de 1822, el título de defensor perpetuo de Brasil.
La respuesta del Parlamento metropolitano fue contundente. El 7 de septiembre de 1822 Pedro recibió, cuando estaba en el río Ipiranga, una orden de Lisboa que le requería la disolución de su gobierno, que aceptara el nombrado por la metrópoli y que volviera inmediatamente a Lisboa. El príncipe proclamó allí mismo la independencia de Brasil –la historiografía brasileña denomina este hecho como el grito de Ipiranga (Southey, 1981): en este río sacó la espada y dijo «libertad o muerte». El 1 de diciembre fue coronado en Río de Janeiro emperador constitucional de Brasil, con el nombre de Pedro I.
A diferencia de las independencias de las Trece Colonias norteamericanas, de la de Haití y de las hispanoamericanas continentales,