Providencialmente el viaje se retrasó, porque el parto resultó complicado. Pero el 23 de mayo de 1951 escribe, como exultante padre neófito, a su hermano:
El sábado día 19 [de mayo], y después de tres días de dolores hubo de ser trasladada rápidamente a un dispensario o clínica para intervenirla, ya que la criatura se negaba a salir y los dolores de Carmen cada vez eran menores y más espaciados con peligro para la descendencia. [...] No sé si te imaginas cómo he sufrido con estas andanzas y de qué manera te hacen vibrar y sentir ciertos momentos. El corazón se arruga y todo lo que ella ha pasado hubiera querido pasarlo yo. Esto es lo que tiene de bueno y de malo el querer; te puede hacer sentir cosas de manera más intensa, y al fin y al cabo, la vida sólo tiene justificación en la medida en que se sea capaz de sentir cosas nuevas. Y para mí esta lo ha sido de verdad.133
Y así nació José Pedro (José por el abuelo paterno y Pedro por el materno), con 3 kilos y 800 gramos, y mediante fórceps. Su madre recibió cinco puntos de sutura. Sería bautizado el 3 de junio de 1951.
El viaje fue, finalmente, un hecho. Pese a los problemas burocráticos sufridos por Jesús Martínez para lograr emprenderlo, el Gobierno español no mostró en aquellos años reticencias para la emigración exterior; al contrario, más bien la fomentó veladamente cuando comprendió que, lejos de representar un peligro de posibles «infiltraciones ideológicas», podía aliviar una supuesta presión demográfica en un país con una economía precaria. Desde 1948 se firmaron, de hecho, diversos convenios bilaterales con países latinoamericanos y europeos.134 Aunque el grueso de los emigrantes españoles a Hispanoamérica –unas 57.000 personas en ese año de 1951– se dirigió a Argentina (supuso el 56,8% entre 1946 y 1950), Jesús y Carmen prefirieron un destino que les asegurara buenos contactos previos. Es lógico que por ello pensaran primero en Venezuela, que absorbió el 31,6% de la emigración ultramarina a partir de 1950. Pero, como ya he comentado, fueron decisivos para establecerse en Colombia su acuerdo con la familia Montoro y el auge de los planes de desarrollo del país adonde marcharon, en la década de 1951-60, 4.952 españoles. De la Comunidad Valenciana, entre 1946 y 1950, fueron 3.244 quienes emigraron a toda Latinoamérica.135 Jesús, Carmen y José Pedro se incorporaban al millón de españoles censados allí en 1950.
La aventura de América: de Barranquilla a las Islas Vírgenes
Habían sido casi dos años de accidentados preparativos. Pero, al fin, Jesús Martínez pudo fijar la fecha, tantas veces pospuesta, de la partida. El 4 de julio de 1951 toman un tren hacia Barcelona, donde el día 10 debían embarcarse en el buque Monte Altube rumbo a Barranquilla. Pero ni la materialización de un proyecto tan anhelado ni las esperanzas de futuro que este les abría evitaron la dureza de la despedida. Tiempo después aún recordaría la emotiva separación de los suyos rememorando el adiós de su padre:
Si en el último instante yo me hubiera podido volver atrás lo hubiera hecho sin vacilar, y todavía llevo bien clavada la última imagen de mi padre, que [...] adelantándose al grupo de amigos y familiares seguía casi corriendo el tren que nos llevaba a Barcelona, hasta terminar el andén. Allí quedó haciéndose más pequeño, o pareciéndomelo a mí pues la distancia no es larga. Un mal momento pero que hoy no es más que un buen recuerdo y un acicate para ver de reunirnos pronto.136
En efecto, el empeño de Jesús Martínez por pilotar su destino le llevaba a la seguridad de un mañana que siempre desearía compartir con la familia por cuya unión había luchado tanto. No era un éxodo forzado, sino el jubiloso inicio de grandes esperanzas. Jesús, Carmen y José Pedro se alojarán en una pensión y dedicarán los días previos al embarque a visitar lugares que no habían conocido en su viaje de bodas. Admiran la Sagrada Familia, deplorando que la obra de Gaudí estuviera inconclusa; ven la catedral y pasean por el barrio Gótico; visitan el palacio de Pedralbes y los jardines de Montjuic e, incluso, van al cine con el niño. No deja de anotar el alto nivel de vida de la capital catalana.137 Y, por fin, a las 19.30 del día 10 de julio el barco suelta amarras.
El Monte Altube integraba la flota de la compañía Aznar de Bilbao, la única española que realizaba el trayecto Barcelona-Barranquilla. Era un barco viejo de 6.330 toneladas, de lenta navegación –unas 10 millas o 18,5 km por hora–, de carga, aunque adaptado para un pasaje de 54 personas que habían de acomodarse en camarotes separados por sexos (el camarote para matrimonios, de lujo, estaba fuera de sus posibilidades).138 Pero para Jesús Martínez –que se desenvuelve con franca comodidad entre una tripulación vasca con la que gusta de confraternizar valiéndose del abolengo de su segundo apellido– el viaje iba a constituir casi un crucero de placer. Pondera la abundancia y calidad de la comida, especialmente de la que constituía un lujo inasequible en una Valencia sometida todavía a las restricciones del racionamiento (pan con mantequilla, azúcar a discreción, entremeses, café o un plato de melocotón en almíbar «que no lo saltaba un gitano»).
Jesús Martínez, su esposa Carmen y el pequeño José Pedro, junto a otros pasajeros delante de barco en que emigraron a Colombia, julio de 1951.
Jesús ocupó el camarote 14, que comparte con Rafael Montoro (hijo del socio que le espera en Colombia) y dos pasajeros más. Carmen y José Pedro, junto con la mujer de Montoro y otra señora con su hija, viajan en el camarote 15, que, igual que los demás, ofrece la suficiente limpieza y comodidad como para sentirse encantados: «La vida aquí es un edén, y sólo nos faltaba esto después de la temporada de vacaciones que nos tiramos ahí».139 Jesús era consciente de que tanto ellos como el resto de los pasajeros pudieron permitirse el privilegio de afrontar aquella aventura, salvando las dificultades económicas que suponía, con los ahorros conseguidos por un duro trabajo previo: solo los pasajes en el Monte Altube les costaron 12.000 pesetas.140 No fueron, ya se ha dicho, emigrantes a la fuerza, sino –como él mismo afirmaría más tarde– «viajeros o emigrantes de excepción» empujados únicamente por la libertad de instalarse en un nuevo mundo donde realizar sus sueños.141
Así pues, Jesús Martínez se muestra exultante de optimismo en las cartas y anotaciones que escribe durante la larga travesía, tomando fotos, admirándose de los productos (tabaco y bebida) que podían adquirirse a bajo coste, gozando de la experiencia de la contemplación del mar, los delfines y los puntos de la costa y aprovechando –por supuesto– las escalas: Tarragona, Cádiz (donde arriban el 15 de julio, compran algunas cosas con miras a venderlas en Colombia y visitan el monumento a las Cortes de 1812, acercándose también a San Fernando) y, ya el 30 de julio, La Guaira (puerto oficial de Caracas, en Venezuela) tras haber divisado las islas caribeñas de Santa Lucía, Martinica, Margarita y Tortuga. El matrimonio, resarciéndose de las vicisitudes de la última etapa en Valencia, se entrega a las diversiones habituales de un crucero: fiestas y bailes amenizados con un «pick-up» y por la mismísima Carmen, que, además de demostrar habilidades danzarinas junto a su marido, se convierte en protagonista de improvisadas veladas marcando pasos de flamenco, rumba o mambo. Jesús Martínez no se resiste a glosar cómo el capitán llegó a filmarla para proyectar su actuación en sucesivos viajes, y cómo José Pedro, el pasajero más joven, al cumplir el 20 de julio sus dos primeros meses, pudo escuchar la felicitación del primer oficial por los altavoces.142 Por supuesto, Jesús no pierde ocasión de satisfacer su afición a la lectura. En medio del Caribe escribe a sus padres comentándoles que ha leído un libro en inglés que llevó consigo y dos novelas de David H. Lawrence que, en francés, le presta un compañero de camarote.143
El 3 de agosto, todavía amaneciendo, avistan, embocando el río Magdalena, el puerto de Barranquilla. La visión de la ciudad emociona a Jesús Martínez, que describe el momento con épico entusiasmo:
Apenas comenzamos a remontar el curso del río Magdalena ya se veía la gran ciudad que es. [...] La ciudad está toda asentada al margen izquierdo del río. En la derecha se extienden zonas de verdor tropical. [...] De vez en cuando un grupo de toros y alguna choza