Los planes de Dios para su vida. J. I. Packer. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: J. I. Packer
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9781646911141
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ha sido revelado—y su reticencia a ir un paso más allá de lo que digan las Escrituras. Agustín y Calvino se combinaron para asegurarnos que debemos estar contentos de ignorar lo que las Escrituras no nos dicen. Cuando alcanzamos los límites distantes de lo que dicen las Escrituras, sabemos que es el momento de dejar de discutir y comenzar a adorar. Esto es lo que nos enseñan los rostros cubiertos de los ángeles.

      Dos alas cubrían también los pies de los ángeles. Eso expresa el espíritu de modestia en la presencia de Dios, otro aspecto propio de la verdadera adoración. Los adoradores genuinos quieren borrarse de la escena, sin atraer ninguna atención para sí, de modo que todo pueda concentrase en Dios únicamente, sin ninguna distracción. El orador cristiano tiene que aprender que no se puede presentar a sí mismo como un gran predicador y maestro si desea al mismo tiempo presentar a Dios como un gran Dios y a Cristo como un gran Salvador. Aquí hay un efecto de doble balanza. Sólo cuando nuestra afirmación propia desciende, será Dios exaltado y se convertirá en algo grandioso para nosotros. La modesta humildad ante Dios es la única manera de elevarlo, y esa es la enseñanza de los pies cubiertos de los ángeles.

      Otro aspecto de la postura de los ángeles era que cada uno volaba con dos alas, como se mantienen volando los colibríes, preparados para salir como una flecha volando—para ir con Dios, hacer sus mandados tan pronto como se dé la orden de hacerlo. Tal disposición pertenece también al espíritu de la verdadera adoración, la adoración que reconoce el señorío y la grandeza de Dios.

      Nuestra adoración, como la adoración de los ángeles, debe incluir los elementos de compostura reverente, modestia, y presteza para servir, de lo contrario estaremos verdaderamente empequeñeciendo a Dios, perdiendo de vista su grandeza y reduciéndolo a nuestro nivel. Debemos examinarnos: la irreverencia, afirmación propia, y parálisis espiritual desfiguran a menudo nuestra así llamada adoración. Debemos recuperar el sentido de la grandeza de Dios que expresaban los ángeles. Necesitamos aprender de nuevo que la grandeza se encuentra en el segundo lugar en el espectro de cualidades que conforman la santidad de Dios.

      El tercer elemento de la santidad de Dios es la cercanía, o para decirlo con una palabra más extensa, la omnipresencia en manifestación. “Toda la tierra está llena de su gloria” (versículo 3). Gloria significa la presencia de Dios puesta de manifiesto de modo que su naturaleza y su poder sean evidentes. No existe lugar alguno donde ocultarse de la presencia de Dios, y nosotros, como Isaías, debemos tener en cuenta este hecho. Para aquellos que aman estar en la presencia de Dios, éstas son buenas noticias. Sin embargo, son malas noticias para aquellos que desearían que Dios no pudiera ver lo que hacen.

      El Salmo 139 celebra la cercanía de Dios y su total conocimiento de quién y qué es cada creyente. Termina con una plegaria que Dios, el que examina los corazones, le muestre al salmista cualquier pecado que esté presente en él, de manera que pueda eliminarlo. “Examíname, o Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno” (versículos 23-24). Nada le pasa desapercibido a Dios; todos nuestros “malos caminos” le son evidentes, aunque tratemos por todos los medios de esconderlos, ignorarlos, u olvidarnos de ellos. Este tercer aspecto de la santidad de Dios será una verdad muy incómoda para todos aquellos que no deseen orar la oración del salmista.

      La cuarta cualidad que contribuye a la santidad de Dios es la pureza. “Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento” le dice Habacuc a Dios (1.13). La mayoría de las personas, cuando escuchan hablar de la santidad de Dios, piensan primero en la pureza. Lo que se dijo anteriormente sobre la pureza como el centro del círculo, demuestra que tienen razón en hacerlo. Isaías percibió esa pureza sin que se dijera una sola palabra. Lo abrumó la sensación de impureza e ineptitud que sentía ante la posibilidad de comunión con Dios. “¡Ay de mí!” gritó Isaías. “¡Estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al SEÑOR Todopoderoso” (Isaías 6.5). Tal como el pecado es la rebelión contra la autoridad de Dios y trae culpa en relación con Dios como legislador y juez, así el pecado es también inmundicia en relación con la pureza de Dios. Cuando reconoció su pecado, Isaías se sintió sucio delante de Dios, tal como le ocurre a toda persona centrada en Dios. La sensación de corrupción ante Dios no es algo morboso, neurótico o malsano. Es algo natural, realista, saludable, y la verdadera percepción de nuestra condición. Somos realmente pecadores. El admitirlo es sabiduría.

      “Soy un hombre de labios impuros”, dijo Isaías. Él está pensando particularmente en los pecados del habla. La Biblia tiene mucho para decir sobre tales pecados, ya que ellos reflejan lo que se encuentra en el corazón de la persona. “De lo que abunda en el corazón habla la boca” (Lucas 6.45). Podemos utilizar el don del habla de Dios para expresar maldades y lastimar a otros. Algunas personas chismorrean (una práctica que ha sido definida como el arte de confesar los pecados ajenos). Otros engañan, explotan, o traicionan a la gente con zalamerías y mentiras. Denigramos la vida por medio de palabras vergonzosas, obscenas, degradantes; arruinamos relaciones por medio de chácharas desconsideradas e irresponsables. Cuando Isaías habla de los labios impuros, dice algo que nos atañe a todos.

      (Quizás haya aquí también, en estas palabras, una alusión al ministerio profético de Isaías. Al expresar los mensajes de Dios, puede haber estado más preocupado de su reputación como predicador que de la gloria de Dios. Por desgracia, esta actitud, y la corrupción que ella engendra, aún existe. Los oradores cristianos con motivos algo turbios tienen labios impuros.)

      “Y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos”, continúa Isaías. Es posible que esté reconociendo que él estaba unido a las multitudes, que seguía su ejemplo, que hablaba como ellas, que era malhablado con los malhablados, y que por lo tanto había sido arrastrado por los malos ejemplos. Sin embargo, él no ofrece esto como una excusa. Hacer lo que hacen los demás cuando, en lo profundo, sabemos que está mal es cobardía moral, lo cual no reduce la culpa sino que la aumenta aún más. Quizás, como profeta y predicador, él se había considerado hasta este momento como perteneciente a una categoría diferente a la de sus compatriotas, como si el acto mismo de denunciar sus pecados lo hubiera excluido de la culpa, aun cuando él también se había comportado de la misma manera. Ahora él sabía. Por primera vez, quizás, se vio a sí mismo como el conformista hipócrita que realmente era, y expresó su vergüenza al respecto. La pureza de Dios lo había convertido en un realista moral.

      El quinto elemento en la santidad de Dios es la misericordia: la misericordia purificante y purgante que experimentó Isaías cuando confesó su pecado. Voló hacia él un serafín, enviado por Dios para tocar sus labios con una brasa ardiendo del altar y para traerle el mensaje de Dios: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado” (versículo 7). El altar era el lugar de sacrificio. La brasa ilustra la aplicación del sacrificio—en función del nuevo pacto, la aplicación a la conciencia culpable de la sangre derramada de Jesucristo. La aplicación inicial es en el lugar de la culpa consciente. Isaías sintió más profundamente su pecado del habla; por lo tanto, le tocaron los labios. Sin embargo, así como la verdadera convicción de pecado es la convicción de nuestra pecaminosidad tanto en todo, como en cada transgresión en particular, así las palabras del ángel significaban que todos los pecados de Isaías, conocidos y desconocidos, eran perdonados (literalmente hablando, quitados de delante de la vista de Dios). La iniciativa aquí fue de Dios, como lo es cada vez que las personas descubren su gracia. P. T. Forsyth solía insistir que la noción más simple, más verdadera, más profunda de la naturaleza de Dios es amor santo, la misericordia que nos salva de nuestro pecado, no ignorándolo, sino juzgándolo en la persona de Jesucristo y justificándolo así de manera justa. Sin duda alguna, Isaías hubiera estado de acuerdo.

      Hoy día, la iglesia y la sociedad juegan juegos. No reconocemos la verdadera naturaleza de Dios. No lo encontramos y lo tratamos como Él es. Incluso es posible que los obreros cristianos no entiendan, o pierdan de vista, la santidad de Dios, así como aparentemente le sucedió a Isaías hace mucho tiempo atrás. Cuando esto ocurre, nosotros también debemos someternos al ajuste traumático que la experiencia de Isaías en el templo le aportó a él. Cuando leemos la historia desde el punto de