Tengo el honor de haber contado con Antonio Cazorla como maestro. Antonio ejerció, pues, una labor que ni le correspondía ni le reportó beneficio alguno, todo lo contrario. Aunque él fue el primero en estudiar el franquismo en Almería, nunca se sintió ofendido, o cuestionado, por mis intereses investigadores, sino que me animó e impulsó sin reservas. En un mundillo tan poblado de desconfianza y egos nunca saciados, siempre mostró una fe inquebrantable en mí y en mi proyecto. Un comportamiento lleno de generosidad, profesionalidad y espíritu democrático.
A Sofía Rodríguez la conozco desde los tiempos de la licenciatura y ya entonces era el espejo en el que todos nos mirábamos. Compartir beca y director durante nuestras tesis doctorales pudo haberse convertido en algo desagradable, mas nunca fue así. Los cuatro años durante los que trabajamos en el área de Historia Contemporánea fueron un placer, y nuestra relación, ahora que las obligaciones profesionales ya no nos mantienen unidos, es de las cosas buenas que ocurren en mi vida. Al hacer balance de nuestros años de amistad solo puedo decir que es una intelectual de primera línea,una amiga fiel y una persona íntegra. Es un orgullo estar en su mundo. Gracias.
Este libro trata, entre otras cosas, de la construcción del poder local durante la posguerra, analizándola desde la perspectiva de la nueva historia política y las teorías de redes sociales. La utilización de este punto de vista no es fruto del azar, ya que tanto Antonio Cazorla como los miembros del grupo de investigación Sur-Clío y sus directores, los catedráticos Fernando Martínez y Francisco Andújar, lo llevan aplicando en sus trabajos y enseñando en las aulas desde tiempo ha. A Fernando debo agradecerle su confianza en momentos difíciles y el que me devolviera a un lugar de trabajo agradable. Solo en un espacio así podía recuperar el gusto por la historia, mi verdadera pasión. Este último agradecimiento lo extiendo al resto del grupo, y en especial, a Maribel Ruiz García.
Ismael Saz no solo ha estado dispuesto a debatir y enseñarme sobre el franquismo, sino que, precisamente cuando más alejado estuve de la universidad, me animó, y apoyó, para que continuara adelante. También quiero acordarme de otros colegas, casi todos de la última generación de investigadores del franquismo, que, bien leyeron críticamente mis textos, bien me facilitaron e ilustraron con los suyos, o bien estuvieron dispuestos al debate: Ana Cabana, Zira Box, Jorge Marco, Miguel Ángel del Arco, José Antonio Parejo, Laura Zenobi... No puedo, ni debo, olvidar que Carmen Rosa García y Valeriano Sánchez me ayudaron con mis búsquedas de archivo sobre la familia Vivar en Vélez-Málaga y sobre los linajes políticos de Berja, respectivamente. Tampoco puedo pasar sin mencionar a Nicolás Suárez de Urbina, que me ayudó con los idiomas y con la informática. Fuera del ámbito académico, durante la complicada fase de redacción del libro, obtuve cobijo, café y simpatía en El Bellas, en Ponferrada, que no sería lo que es sin Manu, Gelín y Noel. También recuerdo el cariño y la fe que me regalaron Aitana, Ivano, Fran, Lucky, Carlos y... René.
Debo agradecer el trato que me dispensaron los responsables y trabajadores de los diferentes archivos y bibliotecas que visité para realizar este libro. En este sentido, es de justicia reconocer el revulsivo que supuso la llegada de Marisa Andrés Uroz a la dirección del Archivo Histórico Provincial de Almería. Allí, Ramón Martínez Siles (qepd) siempre me atendió con cordialidad y alegría, no poniendo pegas para fiarme el pago de algunas fotocopias o, incluso, para hacer llamadas perdidas a mi móvil cuando, por mis habituales despistes, lo olvidaba en alguna de las estancias del edificio. Vicent Olmos y el resto del equipo de Publicacions de la Universitat de València jugaron otro papel fundamental. Durante la fase de edición de este, Vicent mostró una paciencia y profesionalidad infinitas. Tampoco me cansaré de dar las gracias a todas las personas que me ofrecieron sus testimonios. Entiendo que muchas de las cosas que se explican aquí no se corresponden con su recuerdo y experiencia. Esta discrepancia no es solo lógica, sino incluso saludable. En cualquier caso, quiero aclarar que si en algún momento he errado en la interpretación que doy a sus palabras, nunca fue con mala fe.
Finalmente, quiero mencionar a los míos. Olga, mi madre, es todo cuanto tengo y la responsable de todo lo bueno que pueda hacer. Sin ella no seguiría adelante. Sin ella este libro no se habría concluido. Gracias, Olgui; gracias, mamá. Mi hermano Carlos, su mujer, Sonia, y mis sobrinos Carlos, Adrián e Idaira son una permanente razón para la alegría. También recibí un apoyo incondicional de mis tíos Mariló y José Manuel, y de mis primos Víctor, Olga y Beatriz. Este libro es, también, consecuencia de la memoria que se me transmitió de la tragedia de mi bisabuelo Máximo Blanco (qepd). Mis abuelos Generoso (qepd) y Concha (qepd) le pusieron voz y sentimiento a esta y otras historias. Gene y Manolo son, además, mi referencia ética en el trabajo. No menos importantes han sido las enseñanzas de mi otra memoria, la que me regalan mis abuelos Bonifacio y Pascuala.
Gracias a todos.
A primeros del 2009, entre Almería y Ponferrada
QUIS CUSTODIET IPSOS CUSTODIES?
Zygmunt Bauman escribió que la diferencia entre el futuro y el pasado es que el primero deja espacios para la elección. Con esta frase Bauman no pretendía tanto definir o describir el tiempo pretérito, como resaltar el carácter imprevisible del venidero evidenciando una concepción sólida del pasado. Esta percepción, probablemente, fuera compartida por George Orwell, quien, sin embargo, ocupó su pensamiento y su obra con enervantes disquisiciones sobre el sentido y la verosimilitud de la historia. En un artículo sobre la Guerra Civil española publicado en 1942, afirmaba que una de las características de su tiempo era la «renuncia a la idea de que la historia podría escribirse con veracidad». Siete años más tarde, en su obra cumbre, 1984, las referencias al tema fueron aún más inquietantes. La máxima quien controla el pasado controla el futuro; y quien controla el presente controla el pasado o las tesis del Ingsoc sobre la mutabilidad de la historia son, aunque clásicas, de rabiosa actualidad.1
A pesar de las diferentes formas de entender el pasado y las relaciones entre este y el presente, en la actualidad es comúnmente aceptado que nuestra forma de entendernos hoy condiciona nuestras lecturas del ayer y, más aún, que los retos actuales influyen en las preguntas y respuestas que hacemos y obtenemos del registro histórico. La escritura de la historia es, pues, perpetuamente contemporánea. Esta noción es particularmente útil a la hora de valorar la escasa estima social de la historia como conocimiento crítico frente al surgimiento y consumo desmesurado de Memoria y memorias. Según Tony Judt conmemoramos hasta la saciedad los desastres del pasado siglo, pero no los asumimos, los tomamos a la ligera. La lógica cultural del capitalismo tardío, descrita por Jameson, habría afectado también a laindustria de la historia convirtiéndonos en ávidos consumidores de relatos en cadena sobre el pasado. El éxito presente de la sociedad occidental –una sociedad poscatastrófica–, la inmediatez y aceleración de la vida actual y la propia fragmentación de las relaciones entre generaciones, con el consiguiente declive de la experiencia transmitida, han traído aparejadas cierta ansiedad por la adquisición de referentes identitarios –normalmente victimizados– y una, no menos peligrosa, noción de quiebra histórica y vital con respecto a su catastrófico pasado reciente.
El siglo XX está así en camino de convertirse en un palacio de la memoria moral: una Cámara de los Horrores históricos de utilidad pedagógica [...] El problema de esta representación lapidaria [...] no es la descripción –el siglo XX fue en muchos sentidos un periodo verdaderamente terrible, una era de brutalidad y sufrimiento masivo [...] El problema es el mensaje: que hemos dejado atrás todo eso, que su significado está claro y que ahora podemos avanzar –sin las trabas de los errores pasados– hacia una era nueva y mejor.2
Este análisis es aún más pertinente para el caso español. Aquí, la transición política a la democracia y su principal artífice, el Rey Taumaturgo, habrían conseguido redimirnos de nuestro pasado cainita introduciéndonos en Europa –vacuna eficaz contra nuestra innata tendencia a la violencia y al desgobierno–. El horizonte de paz, democracia y europeísmo que se abrió con los ochenta nada tenía que ver con nuestra tradición guerracivilista, por lo que la disciplina histórica nada tenía que aportar a nuestros actuales retos. Existían persistencias del pasado, y todavía