La protohistoria en la península Ibérica. Группа авторов. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

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Издательство: Bookwire
Серия: Fundamentos
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788446049562
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y económico del templo de Melkart-Hércules de Gadir, y a un autor ya tardío, Moderato de Gades (siglo I d.C.), que lideraba una escuela filosófica.

      Sobre metodología: las fuentes de información

      Todos estos datos confirman la existencia de una cultura gráfica y de una tradición literaria centenaria en las comunidades fenicias de oriente y de la diáspora, pero también la pérdida irrecuperable de todo este acervo cultural. Este hecho condiciona lógicamente la metodología que empleemos en la construcción de la historia de estas poblaciones, al no disponer apenas de fuentes escritas vernáculas, sino tan sólo de una colección exigua de textos griegos y latinos –en su mayor parte inconexos y tardíos– y de un amplísimo caudal de datos arqueológicos, en algunos aspectos aún por sistematizar.

      Hay que ser conscientes, por tanto, de la capacidad informativa de una y otra fuente, y de los límites de ambas. Los testimonios de autores griegos y latinos constituyen una visión etic (exógena, exoétnica) de las comunidades de origen fenicio, y por tanto deben ser analizadas teniendo en cuenta los conocimientos reales sobre otros pueblos de unos y otros, la evolución de la producción literaria clásica y de sus géneros a lo largo de más de un milenio, los intereses de los autores, sus prejuicios étnicos y, sobre todo, la condiciones de creación, transmisión y fosilización de noticias gestadas a lo largo de este extenso periodo, que podríamos acotar grosso modo entre el 500 a.C. y el 500 d.C. Los textos informan, centrándonos en Iberia, de hechos políticos y bélicos puntuales, como la Segunda Guerra Púnica, de aspectos geográficos y étnicos, de la onomástica, de fenómenos asombrosos, o de la evemerización de mitos clásicos en las tierras extremo-occidentales, que son, en definitiva, los conocimientos –reales o no– que los griegos acumularon desde el siglo VII hasta el III a.C., y, tras la conquista romana, recopilaron, o elaboraron como testigos directos, autores griegos y latinos de época tardohelenística e imperial romana. Salvo hallazgos muy ocasionales, como el del papiro de Artemidoro, se trata de un cuerpo de información cerrado, aunque admite continuas revisiones y exégesis.

      El registro arqueológico es, al contrario, un corpus de datos emic, vernáculo, conformado por aquellos restos materiales producidos por estas comunidades y preservados una vez amortizados, que, de manera casual o sistemática, y a lo largo de los últimos cien años, se han ido integrando en el mismo. Al contrario que los textos, es un corpus (casi) ilimitado, dinámico, pues incorpora constantemente nuevos datos, aunque estos no están exentos de problemas de interpretación, entre ellos la propia consideración de los restos arqueológicos como púnicos, una categorización étnica y cultural que nosotros adjudicamos y de la que probablemente no eran conscientes las poblaciones analizadas.

      La categoría «registro arqueológico» reúne datos de diversa naturaleza que tienen en común su documentación a través de la metodología arqueológica (excavación, prospección), su estudio mediante análisis privativos de la disciplina arqueológica (arqueometría, tipología, geoarqueología, estudio del territorio y del paisaje, etc.), y su interpretación a través de las tendencias epistemológicas existentes. La investigación arqueológica perfila otro tipo de historia, más atenta a los procesos históricos de larga duración que a los personajes y a los hechos históricos, por lo que es capaz de generar una imagen diferente de cualquier sociedad sin memoria escrita o sin memoria conservada, sobre todo de aquellos aspectos sin voz en la historia textual: costumbres funerarias y religiosas, tipos de asentamiento, distribución de la población y explotación económica del territorio, comercio, artesanía, datos demográficos, etcétera.

      Entre los testimonios arqueológicos hay dos grupos que, por sus características y la especialización de sus estudios, merecen un tratamiento aparte: las monedas y los epígrafes. Las primeras se pueden analizar casi siempre como documentos epigráficos ya que suelen incorporar leyendas, normalmente topónimos y en ocasiones fórmulas sobre la autoridad de emisión, pero no son sólo soportes epigráficos sino también fuentes de información sobre la economía de estas comunidades, sus relaciones con otros estados (Cartago, Roma), sus símbolos identitarios, la metrología o los estudios de circulación monetaria. El único problema es que su adopción por las ciudades púnicas de Iberia es relativamente tardía, las más precoces (Gadir, Ebusus) a principios de siglo III a.C., aunque la mayoría acuñaron después de la Segunda Guerra Púnica y, por ende, bajo la administración romana.

      En cuanto al segundo grupo, asumido que la mayoría de los soportes escriptorios utilizados por los fenicios, como el papiro, sólo se conservan en condiciones determinadas, queda la duda del volumen de documentación perdida, que debió ser notable como cultura con tradición gráfica que fue. De este conjunto, sólo han sobrevivido los epígrafes en soportes duros (piedra, cerámica, moneda) que, aunque numerosos desde el punto de vista cuantitativo, contienen informaciones limitadas habitualmente a iniciales, numerales, topónimos, teóforos o cortas fórmulas reiterativas.

      Sobre terminología

      ¿Fenicios o púnicos?

      La confusión terminológica a la hora de otorgar un etnónimo genérico a estas poblaciones es considerable porque, como veremos, fueron muchos los nombres con los que los escritores griegos y latinos designaron a estas poblaciones. La raíz del problema está en que las comunidades que nosotros denominamos fenicias y/o púnicas no se consideraban a sí mismas como tales, porque no eran étnicos autoasignados, sino los utilizados por los griegos (Phoïnix, phoenices), de los que derivarían posteriormente las palabras latinas Poenus (poeni en plural) y su adjetivación poenicus (o punicus). No sabemos en realidad cómo se denominaban a sí mismos, si es que llegaron a asignarse un étnico aglutinante, quizá cananeos (chanaani), porque así era como se denominaban a sí mismos los habitantes del Sahel tunecino para distinguirse de los cristianos en tiempos de Agustín de Hipona (Ep. ad Rom. 13), aunque la identificación entre cananeos y fenicios sea tardía y no haya una asimilación completa entre ambas nociones.

      El problema se complica por el uso, a veces indiscriminado, que hacen helenos y romanos de estos etnónimos y de un tercero, cartagineses (karchedonioi), y de la utilización que hacemos de ellos los historiadores contemporáneos, confundiendo aspectos étnicos, políticos y cronológicos, y generando vocablos que no fueron utilizados ni por unos ni por otros, como «fenicios occidentales». Los grecoparlantes emplearon el término «fenicio» con un valor étnico, el de pueblo, y el de «cartagineses» con un valor político, como habitantes de la ciudad norteafricana, de manera que estos últimos se incluían entre los primeros, como, por ejemplo, los naturales de Tiro, de Sidón o de Ebuso (Diod., V, 16, 3).

      Por su parte, los latinohablantes emplearon tres étnicos: Phoenix, Poenus y Karchedonioi. Poenus –y su derivación poenicus o punicus– es la forma más antigua, derivada del griego, y es sinónimo de fenicio. Sin embargo, cuando Roma entró en contacto con Cartago, recurrió a la palabra Phoenix para distinguir a los habitantes de Fenicia de los poeni, sus interlocutores norteafricanos. Esto, no obstante, no fue una norma estricta si nos atenemos a los testimonios de Varrón (De lengua latina VIII, 23 y 36), quien utiliza poenicum como equivalente de fenicios; o Cicerón, para el que poeni es también sinónimo de Phoenicum (Pro Scauro XIX). Griegos y latinos no dudaron de la identidad común entre unos y otros, como Estrabón (III, 2, 14), al establecer una continuidad étnica entre los colonos fenicios de Iberia y el imperio cartaginés; o Plinio (Nat. III, 8), quien transmite la idea de M. Agrippa de que la costa de Iberia fue en su origen de los púnicos.

      Nosotros emplearemos indistintamente los étnicos «fenicio» y «púnico» como sinónimos, aunque dado el matiz cronológico y geográfico del segundo, asumido convencionalmente por muchos como equivalente a las comunidades fenicias de época poscolonial del Mediterráneo central y occidental, prefiramos utilizarlo de manera sistemática, siendo conscientes de que no es asimilable a cartaginés, gentilicio con el que nos referiremos exclusivamente a los habitantes de la ciudad norteafricana.

      Los fenicios «invisibles»: mastienos, tartesios, cinetes, bástulos

      El problema terminológico-étnico se complica aún más cuando constatamos que el etnónimo «fenicio» adscrito a Iberia fue empleado en muy contadas ocasiones (Heródoto, Pseudo-Escílax) antes de la conquista romana, siendo un fenómeno característico del tardohelenismo. Esta «invisibilidad»