La crítica internacional al presidente Rafael Leónidas Trujillo tras la matanza de miles de haitianos en 1937 le obligó a ofrecer una imagen humanitaria, y en la conferencia de Evian, en 1938, se comprometió a acoger a un elevado número de refugiados europeos, judíos y españoles. A la prioritaria razón política se añadía, de manera retórica, el impulso económico que se lograría mediante el establecimiento de colonias agrícolas en la frontera con Haití. En apenas siete meses, entre noviembre de 1939 y mayo de 1940, llegaron a Santo Domingo en torno a 3.000 refugiados españoles. La precaria economía dominicana fue incapaz de incorporar a un número tan elevado de inmigrantes, entre los que era notorio el predominio de las clases medias urbanas y profesionales. La República Dominicana fue de inmediato una estación de tránsito hacia Cuba, Venezuela o México.
«Así llegamos –afirmó Custodio en 1981– a ese lugar absurdo y disparatado que era la antigua isla de La Española. Yo, en cuanto pude, salí corriendo de ese lugar y me trasladé a Cuba». La imagen se reitera. A la somnolencia económica y cultural dominicana, se unía el discreto acoso a los republicanos españoles, siempre sospechosos de una peligrosa orientación política. El deseo de huir era contagioso, escribió Teresa Pàmies, joven comunista, recordando la vigilancia de los domicilios y los interrogatorios de que eran objeto al tramitar el permiso de residencia.
«Todo el mundo esperaba –recordaba Deltoro– no se sabe qué, no la llegada del maná, pero si la llegada de algún cheque que le permitiera salir de la isla». Entretuvieron la espera de manera diversa. Ana trabajó por un tiempo en la Biblioteca Municipal de Santo Domingo, donde introdujo el sistema de clasificación decimal, mejoró el equipamiento y promovió la lectura con exposiciones ambulantes de libros. También realizaron el programa de radio «Hora del Mundo», un boletín diario de noticias internacionales sobre la Segunda Guerra Mundial, cuyas críticas hacia el Eje les costó una advertencia de las autoridades dominicanas. Un logro que merece crédito fue la publicación de Ozama, revista literaria de información y crítica cuyo primer número apareció en febrero de 1941. Pretendió servir –decía el editorial, escrito por Deltoro– como órgano de expresión de «solidaridad moral y cultural de la emigración española». El interés por establecer contactos con los intelectuales de la isla no debió de ser por completo ajeno a la percepción de los comunistas de que su situación política era precaria y aconsejaba un mayor anclaje en la sociedad dominicana.
Ozama, la cuidada revista de interesante modulación cultural y literaria, que ideó y capitaneó Deltoro. No obstante su corta vida –escribió Manuel Andújar en 1976–, manifiesta la preparación y talentos del escritor valenciano, por los pasajes seleccionados, la atención que dispensó a las artes plásticas, en un medio nada propicio al comienzo, y sus opiniones de los libros, a la sazón de mayor entidad.52
Los redactores fueron Ana, Custodio y el pintor Joan Junyer, que bien pudo ocuparse del diseño de la cabecera, y colaboró con alguna ilustración.
«Había cosas que en ese momento teníamos que tocar –afirmaba Deltoro–. Considerábamos que pronto nos reintegraríamos a España y, por lo tanto, debíamos mantener vivo el fuego de nuestro patriotismo». Escribió acerca del Idearium español, de Ángel Ganivet, un libro que juzga vivaz y actualísimo, con el que traza un cierto paralelismo entre el error de la fugaz intromisión española en los negocios de Europa durante la edad moderna y los riesgos del presente, la preocupación «de saber a España, destrozada aún y ya con el fantasma de una guerra, extraña a sus intereses, en ronda de muerte». Se trataba de un parangón que adquiría calidades muy contrastadas. Durante la monarquía de los Austria España intervino como protagonista; ahora lo haría desde la condición de lacayo. El comentario sobre Ganivet iniciaba una sección sobre escritores españoles, pero tan solo logró una segunda entrega, dedicada a Antonio Machado, de la que se ocupó Antonio Regalado. Una tercera, sobre Ortega y Gasset, que corría por cuenta de Deltoro, ya no llegó a publicarse. En el primer número también se editó «Si caigo aquí», poema del Romancero del destierro, de Unamuno, un autor que gozó de un amplio reconocimiento entre los exiliados.
En la revista colaboraron Bernaldo de Quirós, el músico Enrique Casal Chapí y escritores dominicanos como Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro René Contín Aybar o el poeta Fabio Fiallo. Ozama fue expresión del componente nacionalizador de las izquierdas españolas en el exilio.
España ya no está en un solo lugar, está en dos. Allí y aquí –fue la exhortación de Paulino Masip en sus Cartas a un refugiado español, de 1939–, y el último adverbio tiene una aplicación muy dilatada. Aquí quiere decir cualquier punto del planeta en donde haya un republicano.53
Deltoro ideó la publicación, dirigió los dos primeros números y debió de colaborar en el tercero, en cuyo crédito aparece como director Justo Tur Puget, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas. En el último –una doble entrega 5-6, aparecida en julio de 1941– podía leerse una defensa de la Unión Soviética que refleja la impronta sectaria que lamentaba Deltoro. Para entonces ya había dejado atrás República Dominicana. José Puche, presidente de la filial mexicana del SERE, envió el auxilio económico para el pasaje. Ana y Antonio salieron de Santo Domingo rumbo a La Habana. Un viaje accidentado en el que Ana sufrió un aborto que les obligó a permanecer un mes en la isla.54
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República Dominicana, el primer contacto con América, había sido casi una aventura; todavía no era el exilio. Tampoco lo fue inicialmente México, a donde llegaron en mayo de 1941.
Nosotros pensábamos –como creo que todos– que si España había sido el primer país que se había enfrentado al fascismo, al triunfar la democracia sobre el fascismo nos iban a reponer, era lo normal. No pensábamos que el exilio iba a ser tan largo. Nuestra mentalidad era la de hombres en tránsito… y madurar un poco, pasar ese poco de cualquier manera.
A lo largo de las entrevistas, Deltoro utilizaba indistintamente los términos emigración, refugiado y exilio, cultismo algo más tardío reintroducido por el destierro republicano de 1939. Apenas recurre –con tan solo dos menciones– al neologismo transterrado, controvertida y afortunada sugerencia de José Gaos que aspiraba a resolver la tensión entre el atavismo y el nuevo arraigo y era, a su vez, un gesto de reconocimiento a México. Para el también filósofo Adolfo Sánchez Vázquez se trataba de un eufemismo bien intencionado pero deformante: «el exilio –concluyó– es un desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no cicatriza, una puerta que no parece abrirse y nunca se abre».55
No resulta fácil determinar, lo ha apuntado Clara Lida, cuándo el refugiado convirtió lo extraño en íntimo, en qué momento, por decirlo con la precisa imagen de Vicente Llorens, la emigración fue dejando atrás una vida a medias para iniciar una vida de veras.56 Un proceso que se resiste a pautas y a moldes comunes y se fue desplegando en el trabajo y los afanes cotidianos. Apenas llegados, Ana y Antonio adoptaron la nacionalidad mexicana, acogidos a una norma reciente que permitía mantener la española: «Yo soy mexicano, sigo siendo mexicano», afirmaba Deltoro al final de la entrevista con Mantecón. «No he tenido nada que