Al primer período, el de los inicios de la Ciencia de la Comunicación, se le atribuye una gran trascendencia epistemológica debido a que supone la aparición de los primeros intentos de sistematización de los estudios de la comunicación de forma global o parcial desde las diferentes perspectivas. Según Mattelart (1997: 13), los inicios de la etapa científica deben atribuirse a las aportaciones realizadas por autores o tendencias pertenecientes básicamente al continente europeo a finales del siglo XIX que es considerado:
El siglo de la invención de sistemas técnicos de base de la comunicación y del principio del libre cambio, ha visto nacer nociones fundadoras de una visión de la comunicación como factor de integración de las sociedades humanas. La noción de comunicación, centrada primero en la cuestión de las redes físicas y proyectada en el corazón mismo de la ideología del progreso, ha abarcado al final del siglo la gestión de multitudes humanas. El pensamiento de la sociedad como organismo, como conjunto de órganos que cumplen funciones determinadas, inspira las primeras concepciones de una «ciencia de la comunicación».
Álvarez (1991: 105-106) defiende, aludiendo a los cambios acaecidos en la práctica comunicativa, que en el transcurso del siglo XIX se conforma la transición del viejo al nuevo orden informativo, ya que:
En esos momentos se sitúan cronológicamente la segunda y tercera fase de la gran revolución liberal contra el Antiguo Régimen, es decir, el asalto al poder político del absolutismo y su sustitución por regímenes liberales constitucionales, y la llegada de la industrialización como forma de producción alternativa de la manual y gremial. Pero, además, los cambios afectan a los más distintos aspectos de la vida. [...]
Del Antiguo Régimen venían establecidas las variables fundamentales sobre las que la información se mueve, a saber, el papel del estado (legislación y censura), la estructura de la información (tipos de medios, organización, etc.), la infraestructura tanto económica como tecnológica o de comunicaciones y la forma (presentación o imagen, lenguaje, etc.). Sobre esas variables, las revoluciones atlánticas provocaron una ruptura con el pasado haciendo desaparecer el monopolio y prepotencia estatal que definía los sistemas informativos absolutistas, dando pie a un inestimable equilibrio entre ellos generando dos grandes bloques de medios, que dominarán desde el principio los nuevos sistemas. Un bloque caracterizado por la utilización de los medios como arma política, lo que tradicionalmente se ha conocido como periodismo liberal, cumpliendo decisivas funciones en la consolidación de los sistemas políticos liberales y en el desarrollo de las sociedades democráticas contemporáneas. Otro bloque paralelo y no antitético caracterizado porque sus objetivos más inmediatos eran los beneficios económicos y el negocio. Aquí la definimos como prensa «de negocio» para diferenciarla de la anterior o «prensa política». La diferencia entre ambos bloques es mucho más que teórica. Mientras la primera será dominante en la primera mitad de siglo, manteniéndose estabilizada después en los regímenes democráticos, la «de negocio» evolucionará hacia la gran prensa de masas propia del siglo XX. No son, naturalmente, medios antitéticos. Un medio «de negocio» consolidado influye políticamente y viceversa.
Los estudiosos de la historia de las teorías de la comunicación afirman, casi unánimemente, que entre los años 1917 y 1960 se constituye un área académica específica pero sin estatuto científico propio y, por lo mismo, asistimos a la consolidación de la Ciencia de la Comunicación. Una primera generación de investigadores: los creadores de la investigación comunicativa, ya que la teoría de la comunicación se define por ser una modalidad de investigación social muy reciente orientada hacia un objeto de estudio muy antiguo. Según Saperas (1998: 95):
En este apasionante período se estudian los nuevos medios de comunicación desde las aportaciones específicas de cada ciencia social sin voluntad de crear un corpus teórico unificado y cada ciencia social se aproxima a la comunicación de masas para resolver problemas concretos o para llevar a cabo una crítica global del sistema comunicativo y de la industria de la cultura. Esos estudios, por otra parte, pueden considerarse, en cierto modo, las primeras construcciones teóricas y metodológicas que darán lugar posteriormente a las principales líneas de desarrollo de la investigación comunicativa.
De todas esas teorías, no obstante, sólo dos paradigmas asumen el papel de dominantes; en primer lugar, el Funcionalismo, que defiende un proceso lineal de transmisión eficaz de información dominada por la fuente emisora ante la cual los receptores son meros sujetos pasivos y exige el método experimental como soporte fundamental de las investigaciones; junto a él, la Teoría Crítica de la sociedad y de la comunicación que, con raíces freudianas y marxistas, aporta como legado fundamental la crítica de la irracionalidad de la sociedad industrial, responsable de la conformación de la cultura como pseudocultura tal como explica Muñoz (1995) a través de la que ellos peyorativamente denominan industria cultural y su componente básico, la comunicación de masas.
Junto a estos paradigmas ha de concederse relevancia específica a la Teoría matemática de la Comunicación de C. Shannon y W. Waever (1949) que adquiere su mayor importancia a partir de la segunda mitad del siglo XX debido, sobre todo, a su adaptación a campos científicos diferentes, entre otros al de la Lingüística estructural-funcional de R. Jakobson (1981: 79-94).
Según Mattelart (2002: 64-65), el ingeniero y matemático Claude Elwood Shannon formula una teoría matemática de la comunicación que implica una definición de la información estrictamente física, cuantitativa, estadística; se refiere, sobre todo, a «cantidades de información» y hace caso omiso de la información en cuanto proceso que da forma al conocimiento gracias a la estructuración de fragmentos de conocimiento. El problema planteado guarda relación con el cálculo de probabilidades ya que pretende encontrar la codificación más eficaz (velocidad y costo) de un mensaje telegráfico de un emisor para llegar a un destinatario. Por otra parte, este modelo mecánico remite a un concepto behaviorista (estímulo-respuesta) de la sociedad, perfectamente coherente con el de progreso indefinido que se difunde desde el polo central hacia las periferias. El receptor, de alguna manera, está condenado al estatus de clon del emisor. La construcción del sentido no figura en el programa del ingeniero. La noción de información que defiende este paradigma no tardará en transformarse en caja negra, palabra clave, llave maestra y comodín más allá del ámbito de la comunicación y, para ello, contará, además, con todas las facilidades que le ofrecía un contexto científico en el que numerosas disciplinas de las ciencias humanas, deseosas de participar de la legitimidad de las ciencias de la naturaleza, convertirán la teoría de Shannon en paradigma.
El objetivo de Shannon es diseñar el marco matemático dentro del cual es posible cuantificar el coste de un mensaje, de una comunicación entre los dos polos de este sistema, en presencia de perturbaciones aleatorias, llamadas «ruido», indeseables porque impiden el «isomorfismo», la plena correspondencia entre los dos polos. Si se pretende que el gasto total sea el menor posible, se transmitirá por medio de signos convenidos, los menos onerosos
Esta fase de la etapa científica de la construcción de la Ciencia de la Comunicación está, pues, definida por el surgimiento de todos los paradigmas a los que hemos aludido anteriormente, pero, según casi todos los estudiosos, lo más relevante de este período es el comienzo de la construcción científica sistemática de los estudios de la comunicación provenientes de las dos tendencias explicativas e interpretativas, Funcionalismo y Teoría Crítica, que significan básicamente dos modelos de entender no sólo la realidad comunicativa, sino también de establecer la demarcación de las ciencias sociales y humanas, dentro de las cuales ha de incluirse la teoría y la ciencia de la comunicación.
En resumidas cuentas, en su trayectoria posterior, han constituido el punto de referencia para conformar dos formas de estudiar e interpretar la sociedad y la comunicación (Saperas, 1993: 164). La corriente norteamericana que, surgida desde finales de los años veinte, intentará establecer un planteamiento empírico con aspiraciones de cuantificación estadística estricta y desde una óptica global de convertir a las Ciencias de la Comunicación en una rama más de las ciencias experimentales. La Teoría crítica, de procedencia europea, que se interesará esencialmente por determinar los aspectos subyacentes y no explícitos de los procesos de comunicación;