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1 La definición del MIMP usa «discriminación sistemática» pero nosotras consideramos que en realidad se trata de un contexto de dominación en el que se produce la construcción de otras y (otros) inferiores, de modo que se recurre a esta inferioridad para justificar el contexto de opresión en el que viven (Gruen, 1993).
2 Siguiendo a Viveros, cuando nos referimos a «las mujeres» o a «los varones» no asumimos la lectura hegemónica que los universaliza y, por tanto, los entiende como un conjunto compuesto por sujetos homogéneos. Por el contrario, partimos de un enfoque interseccional que reconoce cómo los vectores jerárquicos de género, raza y clase determinan el espacio que las personas ocuparemos en la estructura social (Viveros, 2016). Como resultado, el «patriarcado blanco» no impacta de la misma forma las experiencias de vida de todas las mujeres y no todos los varones se benefician de este (2016, p. 10).
3 «Al tomar ‘simbólico’ en uno de los sentidos más comunes, se supone a veces que hacer hincapié en la violencia simbólica es minimizar el papel de la violencia física y (hacer) olvidar que existen mujeres golpeadas, violadas, explotadas, o, peor aún, querer disculpar a los hombres de tal forma de violencia. Cosa que, evidentemente, no es cierta. Al entender ‘simbólico’ como opuesto a real y a efectivo, supones que la violencia simbólica sería una violencia puramente ‘espiritual’ y, en definitiva, sin efectos reales. Esta distinción ingenua, típica de un materialismo primario, es lo que la teoría materialista de la economía de los bienes simbólicos, que intento elaborar desde hace muchos años, tiende a destruir, dejando que ocupe su espacio teórico la objetiva de la experiencia subjetiva de las relaciones de dominación. […] No voy a afirmar que las estructuras de dominación sean ahistóricas, sino que intentaré establecer que son el producto de un trabajo continuado (histórico por tanto) de reproducción al que contribuyen unos agentes singulares (entre los que están los hombres con unas armadas como la violencia física y la violencia simbólica) y unas instituciones: familia, Iglesia, escuela, Estado» (Bourdieu 2013, p. 50).
4 Al respecto, Butler afirma que: «En la medida en que Bourdieu reconoce que este habitus se forma con el tiempo, y que su formación da lugar a una creencia reforzada en la “realidad” del campo social en el que opera, entiende las convenciones sociales como animadoras de los cuerpos que, a su vez, reproducen y ritualizan esas convenciones como prácticas. En este sentido, el habitus está formado, pero también es formativo. El habitus no es solo un lugar para la reproducción de la creencia en la realidad de un campo social dado —una creencia en la que se sustenta ese campo— sino que también genera tendencias a las que se les atribuye la “inclinación” del sujeto social a actuar con una relativa conformidad respecto a las demandas ostensiblemente objetivas del campo» (nuestra traducción) (1999, p. 116).
5 Véase Acosta, 2013, pp. 213, 222 y 314.
6 «Lo que hace de la violencia una cara de la opresión es menos el conjunto de actos particulares en sí, a pesar de que estos son a menudo absolutamente horribles, que el contexto social que los rodea y que los hace posibles y hasta aceptables. Lo que hace de la violencia un fenómeno de injusticia social es su carácter sistemático, su existencia en tanto práctica social» (Marion Young citada en Acosta, 2013, p. 340).
7 «[L]a relación temporal de los tres conceptos de violencia. La violencia directa es un evento; la violencia estructural es un proceso con altibajos; la violencia cultural es una invariante, una “permanencia”» (nuestra traducción) (Galtung, 1990, p. 294).
8 Bourdieu define estos dos tipos de capital de la siguiente manera:
Capital simbólico: «cualquier propiedad (cualquier tipo de capital, físico, económico, cultural, social) cuando es percibida por agentes sociales cuyas categorías de percepción son de tal naturaleza que les permiten conocerla (distinguirla) y reconocerla, conferirle algún valor» (1997, p. 108).
Capital cultural: «instrumentos para la apropiación de la riqueza simbólica socialmente designada como digna de ser buscada y poseída» (nuestra traducción) (Bourdieu citado en Wallace, 2018, p. 467).
9 La masculinidad hegemónica es «el patrón de prácticas (por ejemplo, cosas que se hacen, no solo expectativas sobre un rol o una identidad) que permitía que continúe la dominación de los hombres sobre las mujeres». (nuestra traducción), la cual no respondía a una hegemonía por la cantidad de hombres que la practicaba, sino por su carácter normativo (Connell & Messerschmidt, 2005, p. 832) Posteriormente se ha repensado este concepto para «incorporar un entendimiento más holístico de la jerarquía de género, reconociendo la agencia de los grupos subordinados tanto como el poder de los grupos dominantes y el condicionamiento mutuo de las dinámicas de género y otras dinámicas sociales» (nuestra traducción) (Connell & Messerschmidt, 2005, p. 848).
10 Minorizar alude a tratar a la mujer —o a personas de la diversidad sexual o étnica— como menor. Así, se circunscriben sus temas al ámbito de lo privado, «en especial, de lo particular, como “tema de minorías” y, en consecuencia, como tema “minoritario”» (Segato, 2016, p. 91).
11 Véase Wittebrood y Nieuwbeerta, 2000; Tseloni y Pease, 2003, y Classen, Gronskaya y Aggarwal, 2005.
12 Véase Lauritsen y Quinet, 1995 y Breitenbecher, 2001.
13 Estas teorías no son necesariamente contrapuestas. «[L]a existencia de condiciones económicas estables puede aumentar las probabilidades de experimentar victimizaciones traumáticas y el trauma ocasionado puede llevar a condiciones de vida conducentes a (re)experimentar situaciones de violencia» (nuestra traducción) (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 850), ya sea en el mismo tipo de violencia experimentado anteriormente