El poder de la violencia simbólica —usualmente dejado de lado como menos importante frente a la violencia física, sexual o psicológica— permite entender la forma en que una sociedad mantiene el statu quo, al legitimar su estructura. Asimismo, evidencia cómo dicha estructura no abarca únicamente a las relaciones sociales, sino también a los propios cuerpos de las personas que habitan la sociedad:
[...] la trenza simbólica encuentra sus condiciones de realización, y su contrapartida económica (en el sentido amplio de la palabra), en el inmenso trabajo previo que es necesario para operar una transformación duradera de los cuerpos y producir las disposiciones permanentes que desencadena y despierta; acción transformadora tanto más poderosa en la medida que se ejerce, en lo esencial, de manera invisible insidiosa, a través de la familiarización insensible con un mundo físico simbólicamente estructurado y de la experiencia precoz y prolongada de interacciones penetradas por estructuras de dominación (Bourdieu, 2013, pp. 54 y 55).
Esto tiene efectos muy concretos en lo que se refiere a la subordinación de las mujeres en la sociedad. Los actos de violencia basada en género contra las mujeres son también actos de violencia «espontánea e impetuosa [que] solo se entiende[n] si se verifican unos efectos duraderos que el orden social ejerce sobre las mujeres (y los hombres), es decir, unas inclinaciones espontáneamente adaptadas al orden que ellas les impone» (Bourdieu, 2013, p. 54). En este contexto, la violencia simbólica ejercida sobre las mujeres naturaliza y legitima su posición subordinada. En efecto, uno de los mecanismos que utiliza la violencia simbólica para permear y transformar una sociedad es la naturalización de la relación de dominación que existe entre las personas dominantes y las personas dominadas (2013, p. 51).
El concepto de violencia simbólica es útil para explicar determinados aspectos de la violencia basada en género contra las mujeres que trascienden los actos de violencia física o sexual concretos. Se ha afirmado que
[en] la teorización de la acción social como siempre corpórea (de lo social como incorporado en el cuerpo), del poder como sutilmente inculcado en el cuerpo, de la acción social como generativa, y en su énfasis en las políticas de la autorización cultural, reconocimiento y posicionamiento social, la teoría social de Bourdieu ofrece numerosos puntos de conexión para la teoría feminista contemporánea (nuestra traducción) (Adkins, 2004, p. 5).
Otro aspecto relevante de la teoría de Bourdieu para los estudios feministas es la importancia brindada al análisis de aquellas cosas que pueden parecer mundanas (Moi, 1991, p. 1019). Gran parte de los actos de violencia de género son normalizados y, en consecuencia, pueden llegar a parecer irrelevantes, o ser solo considerados como microagresiones. Esto genera que el derecho no las considere lo suficientemente relevantes como para regularlas jurídicamente. Por ello, la postura de Bourdieu se condice con la premisa feminista de que «lo personal es político» (Acosta, 2013, pp. 29 y 411).
La dominación masculina sirve mejor que cualquier otro ejemplo para mostrar una de las características principales de la violencia simbólica: que se ejerce al margen de los controles de la conciencia y de la voluntad, en las tinieblas de los esquemas del habitus, que son a la vez sexuados y sexuantes, mediante una coerción paradójicamente consentida, una presión sutil sobre los cuerpos y las mentes, no percibida como tal sino como el orden natural de las cosas (Fernández, 2005, p. 24).
El concepto de violencia simbólica permite entender a la violencia basada en género contra las mujeres como una forma de violencia legítima y que, en consecuencia, se encuentra en la base del sistema de dominación masculina (Moi, 1991, p. 1030). Esta violencia se inscribe de manera especial en el cuerpo de las mujeres «a través de nuestros movimientos, gestos, expresiones faciales, manerismos, formas de caminar» (nuestra traducción) (Moi 1991, pp. 1030 y 1031)4.
Nosotras observamos y somos prueba de esto todos los días: (1) la forma en la que nos expresamos para evitar ser percibidas como confrontacionales y evitar ser agredidas, (2) la forma en la que debemos vestirnos para ser «dignas de respeto», (3) el espacio que ocupamos en el transporte público, (4) la forma en la que esquivamos a las personas cuando caminamos en las calles, (5) entre otras (Acosta, 2013, p. 301; y Marion Young citada en Acosta, 2013, p. 309). Bourdieu reconoció ciertas características de la dominación masculina que han sido somatizadas por los cuerpos de grupos dominados y afirmó que «la complicidad oculta que un cuerpo que se sustrae a las directrices de la conciencia y la voluntad mantiene con la violencia de las censuras inherentes a las estructuras sociales»5 (Bourdieu citado en Acosta, 2013, p. 19).
El derecho tiene un papel especial dentro del capital simbólico y de la violencia simbólica, dado que
la existencia de un universo social relativamente independiente de las demandas externas al interior del cual se produce y se ejerce la autoridad jurídica, forma parte por excelencia de la violencia simbólica legítima, cuyo monopolio corresponde al Estado, que puede recurrir también al ejercicio de la fuerza física (Bourdieu, 2000, pp. 158 y 159).
En ese sentido, el derecho depende y trabaja con la normalización de la violencia estructural de una manera especial debido a que «[e]s solo a condición de reconocer esto que se puede ser consciente de la autonomía relativa del derecho y del efecto propiamente simbólico de desconocimiento que resulta de la ilusión de su autonomía absoluta en relación con las presiones externas» (Bourdieu, 2000, p. 160). Por ello, Bourdieu llama al «capital jurídico», la «forma objetivada y codificada del capital simbólico» (1997, p. 108). En específico, es necesario advertir que la ley penal expresa, genera y reproduce en su discurso sujetos generizados, lo cual legitima una ideología de género (Núñez, 2018, p. 31). El aparato penal opera como una tecnología de género (De Lauretis, 1997, p. 12) que se constituye sobre el sistema de opresión de las mujeres que tiene a su cargo la regulación punitiva de las relaciones de género (Núñez, 2018, p. 31)
La violencia simbólica se encontraría dentro de lo que Nancy Fraser denomina «injusticia simbólica», la cual está «arraigada en los patrones sociales de representación, interpretación y comunicación» (2012, p. 22). En concreto, se manifiesta a través de la «dominación cultural» que es definida como el «estar sujeto a patrones de interpretación y comunicación asociados con otra cultura y ser extraños u hostiles a los propios» (2012, p. 22).
Esta clasificación de Fraser describe la forma como está estructurada la sociedad. No obstante, no se aboca a temas como: 1) la forma en que dicha estructura se inscribe en el cuerpo de las mujeres o 2) en su labor de reproducción, como lo hace Bourdieu. Asimismo, Fraser distingue la dominación cultural del irrespeto y del no reconocimiento (Fraser, 2012, p. 22), aspectos que, según la teoría de Bourdieu, se encontrarían dentro de la violencia simbólica.
Violencia estructural
La violencia estructural es concebida dentro del triángulo de la violencia elaborada por Galtung, cuyas otras dos aristas son la violencia cultural y la violencia directa. A las primeras dos, dicho autor las denomina «invisibles» y, a la tercera, «visible» (2004, p. 3). Cabe resaltar, además, que Galtung asimila la violencia estructural a la injusticia social (1969, p. 171), lo que resalta su carácter social6.
Fuente: Galtung, 2004, p. 3.
Los actos individuales de violencia directa no deben ser entendidos como eventos aislados7. Por el contrario, debe tomarse en cuenta que