de Quiroga, en donde un magistrado, cansado de que los burros vecinos comieran su césped, pone un declarado mensaje a la entrada de su jardín “¡Ojo! Los pastos de este potrero están envenenados”; analfabetas, los burros desatienden el mensaje y pasan a comer, por lo que son recibidos con un disparo fulminante. La escritura del cartel, aquí, en la propia fábula de Quiroga, se entiende como una productora de ley, de fuerza, de soberanía frente a lo viviente.
Los ensayos incluidos al final de esta obra presentan la discusión del autor en torno a los ejercicios de la memoria, el olvido y la historia, tratando de pensar las modernas sensibilidades en el arte, la violencia o los movimientos políticos. El tiempo y sus empalmes se ven analizados por el autor desde la repetición de poéticas –en términos de Marx– que determinados movimientos sociales conjuran para producir sus agendas, llamando viejos espectros para resistirse a olvidar, pero a la vez olvidando las viejas resistencias que les precedieron. Finalmente, el capítulo de cierre anuncia una investigación prolífera por venir: la arqueología de la sensibilidad y la violencia, proyecto que pretende dar respuesta, desde una reflexión política y estética, a distintos fenómenos de violencia social, cultural, de género, mediática.
Nos queda por reconocer el trabajo teórico de Armando Villegas como un esfuerzo por producir una crítica sin coartada, colectiva. Prueba de ellos es el proyecto que empezó en 2014 desde su iniciativa, con miras a una reflexión horizontal: el Seminario Figuras del Discurso, comprometido con una teoría performativa del lenguaje que nos fuerza a pensar las palabras y sus efectos, sea en ámbitos políticos o académicos. En ese sentido, este libro no solo es una revisión fina del pensamiento filosófico sino también una propuesta política que cuestiona la relación actual con lo viviente. Sea que a partir de aquí podamos imaginar un mundo más amable para los, así llamados, animales.
Laksmi de Mora Martínez
Roberto Monroy Álvarez
Como si yo soñase, con total inocencia, con un animal
que no le desease ningún mal al animal. Pero es cierto
(y es incluso en torno a esta verdad que nos afanamos aquí)
que el discurso dominante del hombre en vías de hominización
se imagina al animal bajo las especies más contradictorias
e incompatibles: bondad absoluta porque natural,
inocencia absoluta antes del bien y del mal, el animal
sin culpa ni defecto (ésta sería su superioridad como
inferioridad) pero asimismo el animal como mal absoluto,
crueldad, salvajismo asesino.
Jacques Derrida,
El animal que luego estoy si(gui)endo.
Introducción
El texto que el lector tiene en sus manos se compone de dos partes. La primera es una reflexión sobre lo que se ha denominado en la filosofía occidental “la animalidad”. Se trata de pensar la imaginación que los textos filosóficos han producido sobre los animales, y sus consecuencias prácticas. Es un tema en sí mismo de política contemporánea en el que se mezclan cuestiones como la alimentación, la crueldad, los saberes biológicos, el derecho y las políticas públicas. Pensar la animalidad e incorporar, como hacemos en la segunda parte, textos sobre literatura, violencia y las formas de olvido y de memoria de grupos sociales implica incrementar nuestra empatía con los vivientes no humanos, dado que todos esos temas están implícitamente relacionados en la forma de una lucha política. O al menos, implica incrementar la sugerencia de adherir a la discusión decenas de problemáticas que van acompañadas de la convivencia con los vivientes, ahí donde la literatura ha pensado a los animales como productos fabulosos o el lugar que ocupó la “figura del lobo” en el concepto de soberanía y, si es posible, pensar también cómo grupos de activistas y académicos han emprendido la defensa de los animales. La filosofía no puede emprender dicha tarea sin pensar las coartadas de todo tipo que simplifican el asunto. Intentamos por ello la revisión de los conceptos, de las experiencias, incluso de las contradicciones que se llevan a cabo cuando se inicia una reflexión que, desde luego, siempre va emparejada de prácticas a favor y en contra. La primera parte aborda, así, problemáticas que involucran nuestros vocabularios, nuestras prácticas, nuestras experiencias.
Esta primera parte constituye, además, un homenaje personal a dos de los filósofos franceses más importantes de la segunda mitad del siglo xx: Foucault y Derrida. Leídos asiduamente en las academias por sus posiciones sobre la historia y la escritura, por sus estrategias genealógicas, arqueológicas y deconstructivas, poco se los ha relacionado con el problema de la animalidad. Aun cuando desde su primer libro, la Historia la locura, y más tarde en las reflexiones sobre los anormales, la animalidad apareció como un problema marginal. A Foucault se lo lee cotidianamente por cuestiones como la biopolítica o la ética del cuidado de uno mismo y sus conocidas hipótesis sobre el poder. Quisimos recuperar un texto muy polémico al momento de su publicación, para datar lo que aquí se llama “Nacimiento del animal”. Nos referimos a Las palabras y las cosas. Si bien es cierto que Foucault habló del nacimiento (y muerte) del hombre, poco se lo ha leído en el sentido que también dató el momento de la invención de lo animal como objeto de saber. Ambas positividades en la historia del saber dan luz sobre muchas problemáticas actuales que no se reducen a la consabida “animalización del hombre” en términos biopolíticos, sino también a la recurrente entrada del animal en lo humano u hominización de lo animal. Ambos procesos de invención dan lugar a la transformación de unos y otros en un corte ubicable en el siglo xvii europeo y que Foucault analizó en los primeros capítulos de su libro sobre la arqueología de las ciencias humanas. Ello nos conduce a repensar las posibilidades de la biopolítica como un tema inseparable del trato o maltrato con el que se gestiona la vida de los animales. Toda una serie de transferencias en dicha gestión que se llevan a cabo a través de la ciencia y los saberes biológicos. Se trata, en suma, de repensar la animalidad.
Más fácil es rastrear la discusión en Derrida quien, a pesar de sus derivas y relaciones con temas como la escritura y la literatura, se dedicó en los últimos años a plantear el asunto de la oposición “violenta e injusta” entre lo humano y lo animal. Una más de las oposiciones que deconstruyó, mostrando la infinitud de diferencias empobrecidas por la oposición, con las consecuentes prácticas sociales y los estereotipos que conducen a una violencia injusta contra los animales. Incluso, si como analizó en sus últimos seminarios, se utilizaron figuras animales para pensar en el poder político, ellas refuerzan las ideas cotidianas que justifican el maltrato ilimitado sobre los animales. Ahora bien, estos textos pretenden contribuir al estudio de estos autores, pero sobre todo a la lucha en contra de las violencias hacia los vivientes, de los cuales nada prueba que tengamos el derecho de tomar sus vidas a cuenta de una supuesta superioridad técnica. Y de ser el caso de que tuviéramos la certeza del derecho a tomar la vida de los animales en las formas contemporáneas de maltrato hacia ellos, tampoco deberíamos de privarnos del derecho a cuestionar dicho derecho.
La primera parte termina con un texto de reciente factura sobre la Covid-19 y la reiterada exclusión de la animalidad en la discusión, ya no académica, sino política. Exclusión que prueba las hipótesis de los filósofos (Foucault y Derrida) aquí estudiados. En dicho texto se cuestionan dos cosas. Por un lado, la abrumadora urgencia de los filósofos para pensar inmediatamente y tratar de probar sus teorías con acontecimientos nuevos y, por otro,