Finalmente me referiré a la aportación en mi opinión más innovadora, la que estudia la actuación de los colonos y los principios que la regían. Mediante una inteligente utilización de las fuentes, el autor consigue reconstruir la formación y la práctica social de este colectivo desvelando cómo operan factores que van mas allá de los elementos estrictos del contrato. La naturaleza jurídica del contrato de arrendamiento es sin duda importante y por ello es analizada atentamente, pero lo que cuenta, lo que da especificidad y define a este colectivo es el marco de relaciones sociales en donde se inserta el contrato y sobre todo cómo en su definición resulta decisiva la confrontación-negociación con la clase propietaria. También resulta innovador en el panorama historiográfico español la importancia que concede el autor a la existencia de actitudes reiteradas y conflictivas que, en la práctica, influían en la aplicación de este tipo de contratos. En la perspectiva thompsoniana rescata de la documentación evidencias de una economía moral que guiaba la actuación de los colonos. El justiprecio de la renta y la estabilidad en la tenencia, siempre que se cultivara a uso y costumbre de buen labrador, eran sus elementos más importantes y cuando se violaban, por ejemplo ante un desahucio o con alza de la renta considerada excesiva y alcanzada con la subasta, aquellos principios y normas eran utilizados por los labradores, para reclamar una rebaja de la renta o para rechazar al nuevo colono. Esto no implica que no se dieran alzas de la renta ni interrupciones en el arrendamiento. Como hemos visto anteriormente la renta nominal creció de forma significativa entre las últimas décadas del siglo XVIII y la guerra de la Independencia y también se practicó la subasta y hubo más de un desahucio a pesar de la existencia de unos principios morales-económicos ya que su aplicación dependía de la cohesión social y de la capacidad colectiva para hacerlos cumplir, y probablemente fueron factores importantes para reducir la renta y estabilizar la situación en las décadas inmediatas. Poner de manifiesto estos principios de economía moral permite también superar las visiones simplistas tan frecuentes que presentan a los colonos como víctimas pasivas de unas relaciones de explotación impuestas por la gran propiedad. El monopolio de los derechos de propiedad sobre la tierra de una minoría generaba una explotación del trabajo campesino sin duda alguna, pero la capacidad de explotación de la clase propietaria se veía limitada por lo que estaba dispuesto a aceptar el campesinado y estos límites los fijaba lo que se consideraba moralmente justo. Cada parcela tenía una renta que se consideraba justa y si se superaba se pedía que los peritos certificaran que transgredía una norma aceptada por la comunidad. Este análisis del colonato enriquece nuestro conocimiento sobre la dinámica del mundo rural en la fase final del Antiguo Régimen y también ilumina la forma específica de desarrollo del capitalismo agrario tras la abolición del régimen señorial. En particular quería referirme a uno de los episodios que marcaron la zona de la vega de Valencia durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando el colonato rechazó el aumento de la renta y la no renovación del contrato, alegando que tenían derechos históricos para transmitir a sus descendientes el uso de la parcela. Esta actitud del campesinado provocó un profundo malestar entre los propietarios de la vega valenciana que consideraban que cercenaban sus derechos de propiedad, que precisamente el nuevo orden liberal se comprometía a defender. A pesar de que no existiera una base legal para mantener este comportamiento, el campesinado resistió durante décadas y al final buena parte de ellos accedió a la propiedad a principios del siglo XX. Parece indiscutible que la capacidad de resistencia del campesinado tuvo mucho que ver con la cohesión social que generaba los principios de una economía moral.
RAMON GARRABOU
INTRODUCCIÓN
Un mapa del Reino de Valencia realizado en París en 1838 definía a los valencianos de esta manera en su leyenda:
Los valencianos son vivos e industriosos. La agricultura la han elevado al más alto grado de esplendor, y nunca descuidan nada de lo que creen deber mejorarla. (...) Es difícil acreditar más arte y desenvolver más industria que los valencianos para el cultivo de sus fértiles campiñas, y especialmente para el riego. Las más pequeñas fuentes están puestas en contribución y los ríos caudalosos están divididos en innumerables canales o acequias que serpentean al través de un terreno nivelado con tanto arte que no conserva más humedad que la que puede contribuir a su fertilidad.[1]
El apunte es una clara muestra de cómo el cultivo de la tierra ha condicionado durante siglos la imagen que proyectamos a quienes nos observan desde fuera, e incluso la visión que los valencianos tenemos de nosotros mismos. No debe resultarnos extraño si tenemos en cuenta que la sociedad valenciana ha sido hasta hace escasas décadas eminentemente agraria y el cultivo de la tierra definió durante siglos nuestra identidad.
En un momento en que la tierra desaparece progresivamente del entorno cotidiano, nuestra intención es contribuir a revisar una parte de la imagen que los valencianos tenemos de nuestro pasado agrario, lo que en el fondo no es más que intentar reconstruir un pequeño fragmento de nuestra memoria colectiva y conocer algo que forma parte de nuestra personalidad histórica.
Uno de los debates que mantienen los historiadores acerca del desarrollo de la agricultura contemporánea gira en torno al papel que el cultivo de la tierra jugó en el reducido desarrollo económico español del siglo XIX. El núcleo del problema sería responder cómo contribuyó el funcionamiento de la agricultura a que nuestro país se retrasara en su proceso de industrialización con respecto a otros países europeos que progresaron más rápidamente.[2]
Este amplio debate tiene una versión valenciana. Antes de los años ochenta la interpretación historiográfica más extendida en el País Valenciano partía de una visión que podríamos tildar de «pesimista». La visión del crecimiento agrario del siglo XVIII y XIX, que en el marco valenciano es innegable, estaba dominada por el atraso. En esta consideración tenía mucha influencia los planteamientos con los que se analizaba el siglo XVIII y el resultado final de la crisis del Antiguo Régimen. La estructura del sistema social en el siglo XVIII, dominada por la supuesta dureza del régimen señorial valenciano, que tras la expulsión de los moriscos se habría remodelado a favor de los señores feudales, y la presencia de una burguesía poco desarrollada, dieron lugar a una transición desde el Antiguo Régimen que adquiría en el País Valenciano unos rasgos propios. Esta transición estaría dominada por las llamadas pervivencias feudales y el ejercicio del control social por parte de los antiguos señores y una burguesía poco emprendedora y de escaso espíritu empresarial, que se parapetaba en algunas formas de explotación heredadas del Antiguo Régimen. La revolución burguesa sólo habría traído reformas legales que difícilmente habrían remodelado el peso social de las élites, situando en el poder a una burguesía agraria rentista, poco innovadora y con escasa mentalidad capitalista. El peso de las prestaciones feudales a lo largo del XVIII y el lastre de una clase burguesa poco dinámica, que se resguardaba para consolidar su posición en los mecanismos de la renta