También surgen interrogantes: ¿cómo es posible que el dialecto millcayac quedara en el olvido? ¿Cómo es posible que conozcamos tan poco la cultura Huarpe-Andina? Pero ¿si este es un pueblo que pisó los suelos que desde niñas nosotras pisamos? Pero ¿cómo en la escuela nos nombraron a esos pueblos como seres del pasado? Pero, si aquí están. Algo se oía en los diálogos de la ciudad, pero era tan poquito, tan lejano...
Si hay algo que ha caracterizado a nuestro pueblo huarpe es el “silencio”.
Silencio que les permitió vivir, también sobrevivir�
Silencio que les dio cobijo frente a tanta persecución y violencia� Silencio que mantuvo su llama, sus conocimientos, sus creencias, su espiritualidad allí entre ellos/as, en sus corazones.
Hay que destacar que este Silencio toma lugar después de la conquista Europea, después que los maltrataron, los humillaron, se los llevaron a las minas de Chile, donde muchos murieron congelados en el camino y otros tantos en el trabajo, separándolos de sus familias que es su núcleo fundante.
También los/as obligaron a cambiar sus nombres, les quitaron sus tierras, desviaron el agua de sus Lagunas de Guanacache; como si fuera poco los torturaron, esclavizaron, violaban a las mujeres y los/as separaban de sus hijos/as. ¿Podemos imaginar el dolor que esto significa? En sus barcos trajeron las prácticas y concepciones del Patriarcado y todo lo que esto implica.
Pero ahora, y de la mano de este libro llegó el momento de Hablar, ¡de Re-Conocer, de Recordar!
Este Silencio también estuvo expuesto a principio del siglo XX en lo académico, ya que se ha dado mucha difusión a las teorías europeas pero, como dice la autora, el pensamiento Huarpe-Andino ha sido invisibilizado y hasta desfigurado, y atravesado por una “Sociología de las Ausencias”, abordado desde un sincretismo inconexo, entendido y estudiado desde una visión occidental. Retomarlo desde la cosmovisión del pueblo originario huarpe gana en comprensión desde una perspectiva holística, por ello se propone una “Sociología de las Emergencias” que permita comprender y retomar este saber, este modo de vida huarpe de manera integral. Por supuesto que esto implica tener valentía académica.
Con este libro se intenta llevar claridad allí donde durante años primó la oscuridad y el ocultamiento. Esto condice con la profecía de nuestros pueblos originarios referida a los Pachacuteq, que tiene que ver con ciclos cósmicos. Los pasados 500 años previos a 1990 se caracterizaron por el “Pachacuteq de Oscuridad”, donde padecieron un sinfín de situaciones dolorosas, y que poco a poco son explicadas en estas hojas. Luego de los años `90 exponen que comienza a vislumbrar el “Pachacuteq de Luz”, que permite llevar consciencia, iluminar todos los errores que se desarrollaron anteriormente.
Por ello creemos que llegó el momento de vivir en el tiempo que sincroniza con Che (la Luna), que es armónico y que reconoce la fuerza de los astros, de Xumec (el Sol) y las estrellas, sobre Pecnetao-Pecneteta y Hana. También percibimos que es tiempo de habitarla de manera respetuosa, sabiéndonos parte y no dueños/as, vivir sus ciclos sin apropiarnos de la tierra, los ríos, los animales e inclusive de otras personas.
Este libro se está pariendo en este contexto de aislamiento social-obligatorio, y muy cerca del comienzo del nuevo año maya� allí en el calor del útero, del necesario estar en el hogar para encontrarnos y espejarnos, para reconocer en los ojos del otro/a un nosotros/as y reconocernos parte de este Cuyum en el Abyayala. Viene a recordarnos, a volver a pasar por el corazón, la sabiduría, la vida en armonía con Pecnetao y el habitar comunitario del y la huarpe que permanece y resiste. También es una invitación a poner en nuestros ojos y corazones ese grito silencioso de justicia. ¿Hasta cuándo vamos a negarles?
Pero consideramos que ya no se puede negar esa diversidad que crece, que se hace fuerte, que espira deseos de lucha en convivencia armónica y pluriétnica, que nos empodera hacia el Buen Vivir.
Un nuevo tiempo-espacio se nos presenta como viable, donde los/as hermanos/as Huarpes nos retornen a las raíces, y donde caminemos todos/as como hijos/as de esta Pecnetao que nos cobija, al calor de todo lo que tenemos por compartir con los distintos colectivos, que también buscan salir del margen en el que nos coloca este sistema capitalista� los derechos de mujeres y disidencias, las asambleas por el agua, los movimientos en pos de la soberanía alimentaria, aquellos que buscan la recuperación de nuestra salud de manera autónoma y tantas experiencias que quieren ser incluidas en un todo que las albergue, en un mundo pluriétnico y plurinacional� si nos miramos, son más los puntos de encuentro que las diferencias que nos han mantenido alejados/as hasta este momento� ¡XEHUERCHEYNA CAYE HUARPE! (¡Volver al Corazón Huarpe!).
Prólogo
de María Elena Fuertes
Permacultora y Licenciada en Sociología UNCuyo. Mendoza.
Territorialidades ancestrales de los hijos e hijas de Huar
Es importante rescatar las raíces ancestrales de estos territorios, para lograr una mayor conexión en este momento en que la Pecnetao pide a gritos que dejemos de dañarla.
Es mucha la cantidad de personas interesadas en saber acerca del pueblo huarpe, y ya no como un dato histórico del pueblo que antaño habitaba el Cuyum, sino como un llamado más profundo de recuperar las raíces, de re-conocernos como parte de algo más grande, parte de la tierra y el lugar que habitamos; la necesidad de conectar espiritualmente desde lo material y empírico, sacralizando todos los reinos que aquí habitamos, mineral, vegetal, animal, esencial.
Espiritualidad que viene de la mano con rescatar esa cultura, que la historia oficial relató en algún momento como ya extinta, registros arqueológicos de un pasado que se sincretizó, mezcló con la civilización occidental hasta hacernos creer que desaparecieron. Pero junto con el grito de la Madre Tierra llega la información de que esa cultura está viva, oculta y guardada allí en el secano, donde los procesos civilizatorios empujaron al pueblo huarpe que protege su cultura ancestral, que resistió el ser esclavizado… a ese secano que la misma civilización desertificó, talando los algarrobos, acaparando y desviando el agua, para el beneficio de la lógica capitalista.
Ese progreso civilizatorio que desde la conquista y colonización fue arrinconando y reduciendo al pueblo huarpe hasta ese lugar del territorio donde ya el agua no llega. Porque el agua que antaño fluía libremente por los ríos y los arroyos, que llenaba lagos y lagunas, que daba vida a plantas y animales se fue secando, como se fue secando la biodiversidad y escondiendo esa cultura ancestral, en la cual se conocían el alimento y la medicina de cada planta que naturalmente aquí crecía; valoraban y respetaban los animales que les servían de alimento y abrigo, ayudaban y acompañaban el agua en su fluir, dejando como legado las acequias y canales, hoy cubiertos de cemento y llenos de bolsas, botellas y hedor que trae el progreso, donde ya ni los sapos cantan, las abejas decrecen y las luciérnagas se apagaron.
Cursos de agua secos y secas las lagunas en nombre del progreso civilizatorio occidental, que con su economía extractivista continúa secando la Tierra. Ese mismo progreso que juzgó, con sus paradigmas dominantes, que la vida de algunos seres valían y otras no, que la cultura euro-occidental merecía ocupar todos los espacios homogenizando la riqueza de la diversidad, negando las expresiones de la cultura huarpe, la cultura milenaria de esta Tierra. Que las personas llegadas de Europa merecían los territorios que habitaban otros pueblos. Robo, genocidio, etnocidio, biocidio llamado progreso.
Ese progreso que con el tiempo requirió más saqueo a la Tierra como parte de la lógica extractivista de la economía capitalista que sólo es posible acaparando el agua. Agua que sólo llegará allí donde el interés económico de los grupos de poder lo permitan, agua estancada en grandes diques y represas para ser usadas en ciertas actividades productivas. Y allá, en ese rincón donde aún sobrevive el pueblo huarpe, donde aún reina la cosmovisión