Retrato de Gori Muñoz en Punta del Este.
Fotografía de Pepe Suárez
Escenes
Director: Antoni Tordera
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© De los textos originales: Herederos de Gori Muñoz, 2007
© De la selección de textos: Rosa Peralta Gilabert, 2007
© De esta edición: Universitat de València, 2007
Coordinación editorial: Maite Simón
Fotocomposición y maquetación: Celso Hernández de la Figuera
Corrección lingüística: Pau Viciano y Elvira Iñigo
ISBN: xxx-xx-xxx-xxxx-x
Realización de ePub: produccioneditorial.com
ESTUDIOS PRELIMINARES
PALABRAS DE UN ESCENÓGRAFO EXILIADO EN BUENOS AIRES
Manuel Aznar Soler
Universitat Autònoma de Barcelona
El 26 de julio de 1906 nació en Benicalap el pintor y escenógrafo valenciano Gregorio Muñoz Montoro, conocido artísticamente como Gori Muñoz.1 Muerto el 23 de agosto de 1978 en Buenos Aires, ciudad en la que residió desde 1939 como tantos otros exiliados republicanos españoles, el artista quiso que sus restos fuesen incinerados y que sus cenizas se arrojaran al océano como una forma de aproximación a su tierra natal. Otros muchos compañeros y amigos de Gori Muñoz, exiliados también en Buenos Aires, están enterrados en la capital argentina. Allí están sus tumbas y allí –si ésas fueron sus últimas voluntades– deben seguir, como la de Antonio Machado en el pueblecito francés de Collioure. Esas tumbas serán siempre lugares de la memoria colectiva para que no nos habite el olvido, es decir, para que no pueda borrarse jamás la historia de aquella sublevación militar fascista contra la legalidad democrática republicana que dio origen a nuestra guerra civil y al exilio de medio millón de españoles antifascistas.
La memoria del exiliado Gori Muñoz, firme hasta su muerte en sus convicciones republicanas, está vinculada a la ciudad de Buenos Aires, donde permanecen sus libros y documentos, cartas y programas de mano, dibujos y bocetos. Habría que evitar, sin embargo, que su archivo y biblioteca puedan convertirse en el futuro en polvo o ceniza bonaerenses y, ahora que la situación económica argentina es tan grave, sería tan necesario como urgente un gesto de generosidad por parte de alguna institución valenciana –por ejemplo, la propia Filmoteca de la Generalitat Valenciana– que sirviera para conservar un material documental tan valioso. Porque si existe una auténtica voluntad de «recuperación», está claro que lo que cuentan son los hechos y no las bellas palabras.
La derrota republicana significó en 1939 la ruptura de nuestra tradición política, cultural y escénica. Así, Madrid, Valencia o Barcelona –las tres ciudades que fueron sucesivamente capitales de la Segunda República española– dejaron de ser durante los años cuarenta las capitales escénicas del teatro español. Por una parte, ni Valle-Inclán –fallecido de muerte natural el 5 de enero de 1936– ni García Lorca, asesinado por la barbarie fascista ese mismo año trágico, podían ser representados a causa de la censura impuesta por la dictadura franquista. Pero si no podían representarse durante la década de los cuarenta ni Valle-Inclán ni García Lorca, aún menos podían estrenar en la España franquista, por esas mismas razones políticas, dramaturgos del exilio republicano como Rafael Alberti, Max Aub, José Bergamín, Eduardo Blanco-Amor, Eduardo Borrás, Alejandro Casona, Alfonso R. Castelao, Rafael Dieste, Jacinto Grau, José Herrera Petere, María de la O Lejárraga (María Martínez Sierra), María Teresa León, León Felipe, Paulino Masip, José Ricardo Morales, Carlota O’Neill, Álvaro de Orriols, Isaac Pacheco, Isabel de Palencia, Pedro Salinas, Ramón J. Sender, Luis Seoane o María Zambrano, calificados por el régimen franquista como «rojos», es decir, como una ralea de masones, judíos y marxistas «anti-patriotas». Y lo mismo cabe decir de una actriz tan representativa de la escena republicana como Margarita Xirgu o de un escenógrafo como Santiago Ontañón.2
Buenos Aires era tradicionalmente la capital de la emigración gallega, donde sabemos que el apelativo de «gallegos» sirve para designar aún hoy, por extensión, a todos los españoles.3 Por ello resulta lógico que en 1939 gallegos como Alfonso R. Castelao, Rafael Dieste o Luis Seoane se exiliaran a la capital argentina, porque allá tuvieron mayores posibilidades de trabajo en editoriales y periódicos vinculados con frecuencia a sus paisanos. Y en Buenos Aires, junto a Margarita Xirgu y Santiago Ontañón, convivieron con autores dramáticos como Rafael Alberti, Eduardo Blanco-Amor, Eduardo Borrás, Alejandro Casona, Jacinto Grau, María de la O Lejárraga o María Teresa León. En rigor, Buenos Aires fue –junto a México DF–4 la capital de la escena española, tanto durante la Guerra Civil como durante los años cuarenta. Recordar el contexto teatral de aquella Argentina gobernada por el presidente Roberto María Ortiz, a cuya capital llegó en 1939 Gori Muñoz, me parece absolutamente necesario para poder contextualizar con un mínimo de rigor su trayectoria artística.
Buenos Aires, capital del teatro español
Buenos Aires es una ciudad con una larga tradición escénica5 y en sus teatros era muy frecuente que actuasen numerosas compañías españolas,6 desde la formada por María Guerrero-Fernando Díaz de Mendoza en el Teatro Cervantes –«sede hoy de la Comedia Nacional y del INET»–7 a la de Irene López Heredia-Ernesto Vilches, dirigida por Cipriano de Rivas Cherif.8 No se olvide que la numerosa emigración «gallega»9 constituía el público natural de aquellas compañías teatrales españolas: «Piénsese que en el momento de producirse el alzamiento militar en España, en 1936, más de medio millón de españoles residían en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires; es decir, uno de cada cinco habitantes».10 Pero a esa colonia española se sumaba además un sector de espectadores argentinos interesados por el repertorio teatral español, fuesen políticamente partidarios, entre 1936 y 1939, del general Franco o de la República. Los primeros aplaudían la representación de obras de Calvo Sotelo, Marquina, Muñoz Seca o Pemán, mientras que los segundos hacían lo propio con piezas de Alberti, Casona, García Lorca o Valle-Inclán.
Eduardo Marquina, presidente de la Sociedad General de Autores de España, llegó en abril de 1936 al Río de la Plata con objeto de asistir al estreno de obras propias como La Dorotea y El nombre del Padre. Pero también para negociar –con el telón de fondo de una política proteccionista respecto al teatro argentino– con Luis Rodríguez Acasuso, presidente de la Sociedad General de Autores de la Argentina. Una política proteccionista determinante, al parecer, para que el empresario Juan Reforzo, casado con la actriz Lola Membrives, solicitara y obtuviera entonces la nacionalidad argentina.11 En rigor,