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© Del texto: Xavier García-Raffi, 2011
© De esta edición: Universitat de València, 2011
© De la fotografía: Wikimedia Commons
(http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Einstein_1921_by_F_Schmutzer.jpg)
Coordinación editorial: Maite Simón
Maquetación: Inmaculada Mesa
Cubierta:
Fotografía: Albert Einstein en Viena impartiendo una lección (1921), de Ferdinand Schmutzer (1870-1928)
Diseño: Celso Hernández de la Figuera
Corrección: Pau Viciano
ISBN: 978-84-370-7891-5
Depósito legal: V-338-2011
ePub: Publidisa
A Rosa, mi mujer,
por ser sólidamente relativista.
Introducción
EL PROGRAMA FENOMENALISTA
Y LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD
Esta investigación intenta narrar un episodio de la historia del pensamiento. Quiere aclarar el impacto en el pensamiento filosófico de la revolución física introducida por la teoría de la relatividad, una revolución científica en cuyas consecuencias estamos todavía inmersos. A diferencia del exhaustivo análisis que se ha hecho en la historia y filosofía de la ciencia de la Revolución Copernicana, el impacto que en la vida intelectual del siglo XX ha tenido la relatividad ha empezado a estudiarse en profundidad en los últimos tiempos.1
Como todas las revoluciones científicas, la relatividad produjo un cambio de paradigma con repercusiones en todas las formas de pensamiento. Pero no hubo un impacto mayor que el experimentado por la filosofía y, en especial, por la que en principio era más afín a la mentalidad científica, la filosofía perteneciente al área empirista. Nuestro trabajo examina el impacto que produjo la relatividad sobre el empirismo desde su aceptación generalizada por la comunidad científica en 1919 hasta la constitución del Círculo de Viena en 1930. Durante este período, los esfuerzos de los filósofos empiristas estuvieron consagrados a demostrar que la teoría encajaba en sus planteamientos epistemológicos según habían quedado definidos en el fenomenalismo: un programa epistémico en el que se sintetizaban los esfuerzos de renovación filosófica contra los elementos sobrevivientes del idealismo hegeliano y kantiano decimonónico, contra un conjunto de posiciones filosóficas que pronto serían rotuladas con el calificativo peyorativo de «metafísicas». El incontestable prestigio de la relatividad la presentaba como el mejor aval posible del fenomenalismo; sin embargo, el tiempo trajo a la luz las dificultades que la relatividad escondía para adaptarla al modelo de teoría rigurosamente empirista que el fenomenalismo defendía. En su esfuerzo por tratar de justificar la aparición de los conceptos relativistas desde la experiencia sensorial, el fenomenalismo marcó como decisivos los principales problemas a los que se enfrentaría el positivismo lógico, en especial el de la verificación y el del significado de los enunciados teóricos.
Desde su formulación por Ernst Mach en la década de 1880, el fenomenalismo fue el programa epistemológico que sintetizó los esfuerzos por ofrecer desde la filosofía de tradición empirista una explicación de la realidad acorde con la científica. Aunque a cada uno de sus participantes le pueden ser adjudicadas diferentes etiquetas filosóficas (empirocriticistas, analíticos, positivistas) y su obra cuenta con una gama más amplia de campos de interés, el fenomenalismo guió sus aproximaciones a la actividad científica y marcó los objetivos esenciales a conseguir en el campo de la epistemología. Por la claridad en sus fines y por su persistencia en el tiempo lo hemos denominado programa a similitud de los programas de investigación científica que agrupan y organizan la actividad en un campo en torno a un consenso básico. Aunque no adquirió nunca la rigidez de una escuela filosófica, los puntos que marcaban la actuación a seguir en el fenomenalismo eran diáfanos y fueron mantenidos por los participantes hasta bien entrada la década de 1930 en el que, ya dentro del positivismo lógico, fue paulatinamente abandonado por un nuevo programa, el fisicalista.
El fenomenalismo exigía para justificar el origen empírico de los conceptos mostrar el camino lógico que llevaba desde la experiencia hasta su constitución. Este proceso daba lugar a una verdadera reconstrucción del mundo desde una base estrictamente sensorial con la ayuda de las estructuras de la nueva lógica matemática. El proceso construía los tipos de objetos existentes, sus cualidades y las relaciones espaciales y temporales a partir de los datos de la experiencia. El fisicalismo buscará cumplir los mismos objetivos epistemológicos que el fenomenalismo pero evitando esa construcción lógica de la realidad que se fue rebelando como un proceso sumamente complejo y engorroso. Las exigencias del marco relativista se mostraron devastadoras e imposibles de satisfacer desde la percepción, totalmente alejadas de cualquier visión ingenua de la conexión directa de la ciencia con la experiencia. Las consecuencias indirectas del frustrado intento de su elaboración fueron, sin embargo, muy provechosas, porque en las dificultades comenzó a perfilarse una parte sustancial de la problemática del positivismo lógico sobre el estatus de los conceptos teóricos y de la conexión entre teoría y experiencia. El impacto que produjo sobre el fenomenalismo la teoría de la relatividad fue el preludio del desarrollo de la epistemología positivista.
El concepto central del programa fenomenalista –del que fue responsable Mach– fue el de ciencia fenoménica o empírica, un ideal alimentado por los deseos de renovación que se produjeron en física como consecuencia del desarrollo del electromagnetismo y su falta de encaje en los patrones newtonianos. Las dificultades, pensaba Mach, estaban provocadas por la presencia en la explicación newtoniana del mundo de conceptos desprovistos de significación empírica, heredados y aceptados acríticamente, y de los que había que prescindir si se quería salir del marasmo cada vez más agudo provocado por la falta de adecuación de los viejos conceptos newtonianos a las nuevas realidades físicas. La forma de salir de la crisis era construir una verdadera ciencia empírica capaz de señalar la base de experiencias de las que surgía cada uno de los conceptos teóricos, tarea que al mismo tiempo despejaba el campo de todos aquellos conceptos que no se justificaran en la experiencia y entorpecían las investigaciones.
Las admoniciones de Mach para emprender cuanto antes mejor esta tarea purgando la física newtoniana no encontraron respuesta. Al contrario, se confiaba en que la ciencia estaba a punto de culminar con una síntesis gloriosa los esfuerzos científicos comenzados por Galileo y Newton dos siglos atrás gracias a la aceptación del éter como sistema de referencia de todos los fenómenos físicos. La estupefacción creada por el resultado nulo del experimento de Michelson-Morley para determinar la velocidad de la Tierra con relación al éter y la frustración resultante hizo a los científicos más predispuestos a escuchar nuevas ideas. La advertencia de Mach comenzó a ser tenida en cuenta por todos los físicos renovadores, entre ellos por Einstein. La teoría de la relatividad empezó inspirada por esa labor de limpieza que Mach señalaba como imprescindible y destinada a arrojar a los conceptos sin justificación empírica, los conceptos metafísicos, a la basura.
Esta labor antimetafísica tuvo su reflejo en el campo de la filosofía e inspiró el deseo de constituir una filosofía científica que, a imitación de la ciencia, consiguiera que la filosofía avanzara de forma acumulativa y sistemática. Con la nueva lógica matemática puesta a punto por Bertrand Russell y A. N. Whitehead en los Principia Mathematica