En otros términos, la determinación de lucha de un sector de la sociedad se expresa y realiza a partir de acciones de confrontación social, de modo que la lucha social no puede ser escindida del análisis de la identidad social de clase. Ésta se sitúa en el plano de la acción, del desenvolvimiento de la práctica social de los sujetos y en los modos culturales de autoconocimiento de su propia situación de vida —las formas de obrar y de pensar. Así se expresa su existencia como clase social.
Lo anterior implica, en definitiva, otorgar al ámbito superestructural —es decir, a las concepciones del mundo las predicaciones sobre la realidad, las tomas de conocimiento de lo real—, una relativa autonomía en su estructuración y funcionamiento respecto del ámbito económico-productivo. Lo anterior conduce a formular el problema de cómo se articulan ambas esferas: la superestructura con la infraestructura. En este sentido, dicho problema obliga a quien estudia el fenómeno a desentrañar, en primer lugar, el modo histórico concreto en que cada situación particular presenta un obstáculo en lo social —contribuyendo a un avance en el conocimiento de la realidad que lo produce. En segundo lugar, lleva a entender cómo este avance de conocimiento puede dar lugar a modos de acción con diversos grados de conciencia, es decir, mediante diversas formas de lucha. En tercer lugar, permite comprender qué significa conocer el carácter de clase social de quienes participan en un proceso de confrontación social. Sólo el estudio de la lucha entre fuerzas sociales permite desentrañar el carácter de clase de los componentes.27 Lo anterior implica abandonar todo intento por explicar el conflicto desde una perspectiva que presupone la estructura de clases, la organización funcional de la sociedad o cualquier esquematización que subordina la acción y la experiencia como detonante de los procesos de abstracción y significación.
Con base en los presupuestos anteriores diseñamos, a partir del registro sistemático de acciones, un «recorte de la realidad» de la confrontación por el acceso al agua en México en las últimas dos décadas. Para ello construimos tres bases de datos hemerográficos en tres cortes temporales: 1990, 2000 y 2010. Para cada corte registramos las acciones de lucha en torno al agua y, a partir de dicha información, pusimos en correspondencia los atributos de las acciones de lucha así como la identidad social de quienes las produjeron y su direccionalidad, con el objetivo inicial de avanzar en la identificación de las fuerzas sociales que se constituyeron en aquellos conflictos.
Para construir la unidad de registro de las bases de datos partí del supuesto de que lo social sólo se puede observar a partir de la acción. Por tanto, para comprender la lucha social es necesario observarla a través de las acciones de lucha, esto es, de las diferentes confrontaciones que se producen en la sociedad. Como señala Juan Carlos Marín en relación con la producción de fuerzas sociales:
Si esta problemática teórica fuera desarrollada, observaríamos que el proceso de expropiación del poder material de los cuerpos nos remitiría a ámbitos distintos de confrontación: al proceso de construcción de esos cuerpos, a su anatomía política; […] ¿cuál sería el eslabón para articular esa teoría rigurosa? La confrontación.28
Así pues, la confrontación es la acción constitutiva de lo social. He recurrido a herramientas teóricas pertenecientes a tres tradiciones intelectuales distintas: la teoría de la guerra de Clausewitz, la teoría de la lucha social de Weber y la epistemología genética de Piaget. Las tres consideran a la acción como punto de partida para sus investigaciones y reflexiones.
Para Clausewitz la comprensión de un todo político y social —como la guerra—29 comienza con la identificación de la unidad sustantiva de que se compone:
No vamos a comenzar con una definición pedante y defectuosa de la guerra, sino que nos limitaremos a su esencia, el duelo. La guerra no es otra cosa que un duelo en una escala más amplia. Si concibiéramos a un mismo tiempo los innumerables duelos aislados que la forman, podríamos representárnosla bajo la forma de dos luchadores; su propósito inmediato es derribar al adversario e incapacitarlo de ese modo para ofrecer mayor resistencia. La guerra es, en consecuencia, un acto de violencia para imponer nuestra voluntad al adversario.30
Si se deja de lado la apelación a la voluntad individual, lo central en el planteamiento del famoso estratega militar prusiano radica en haber identificado el átomo de la guerra, la unidad de sentido de toda confrontación, como constituida por dos partes con propósitos encontrados. Así, para analizar la guerra, Clausewitz redujo un proceso social de gran envergadura a su expresión mínima básica; tal como Marx hizo con la identificación del intercambio de mercancías entre dos vendedores, en tanto que unidad de análisis para estudiar el desenvolvimiento histórico del capital. La comparación de estas dos unidades de sentido resulta útil para comprender la centralidad de la acción en los procesos sociales.31
Con un sentido similar, Max Weber definió una relación social de lucha
cuando la acción se orienta por el propósito de imponer la propia voluntad contra la resistencia de la otra u otras partes. Se denominan «pacíficos» aquellos medios de lucha en donde no hay una violencia física efectiva. La lucha «pacífica» llámase «competencia» cuando se trata de la adquisición formalmente pacífica de un poder de disposición propio sobre probabilidades deseadas también por otros. Hay competencia regulada en la medida en que esté orientada, en sus fines y medios, por un orden determinado.32
Lo anterior permite profundizar en las condiciones desencadenantes del proceso; el duelo sólo comienza con el acto de defensa. La guerra surge siempre con el momento de defensa y tiene como objeto directo el combate,
ya que la acción de detener el golpe y el combate son, evidentemente, una misma cosa. Detener el golpe es una acción dirigida por entero contra el ataque y, por lo tanto, lo presupone necesariamente; pero el ataque no está dirigido contra la acción de detener el golpe, sino hacia otra cosa: la posesión de algo y, en consecuencia, no presupone a la primera.33
De esta manera, el territorio pleno de la guerra comienza realmente en la defensa, pero en el carácter estratégico de ésta, no en su carácter puramente táctico de estímulo y respuesta. Por tanto, la sugerencia consiste en captar el inicio del duelo, porque este inicio sólo es inteligible en el momento de la resistencia: si hay resistencia hay guerra.
Es así como, tanto Weber como Clausewitz, elaboran su concepto de relación social de lucha en el sentido de que hay una determinación, de parte de un individuo, de oponer resistencia (desobediencia) 34 al intento que tiene el otro de imponer su propia voluntad. A través de este mecanismo, los contrincantes se convierten en «adversarios». Aquí tenemos el observable de una relación de lucha. Podemos decir que comienza con el encuentro de dos voluntades con direcciones opuestas; tal encuentro se observa en la «acción de lucha».
Por su parte, la acción de lucha encierra un atributo epistémico que permite el pasaje de un menor a un mayor conocimiento de la realidad en que se lucha y de la conciencia de quienes llevan a cabo la acción. Según Piaget, el conocimiento no surge espontáneamente del funcionamiento psíquico de los sujetos. No es un atributo innato del ser humano, surgido a partir de categorías a priori; tampoco es producto de una «iluminación» subjetiva cuya fuente radica en condiciones psicológicas primarias como la percepción, la sensación o la razón; es la resultante de una construcción compleja en la que intervienen factores de orden biológico, psicológico e histórico-social. En tal sentido, se postula que la génesis de todo conocimiento se instala en la acción como su punto de partida, ésa es su condición necesaria aunque no suficiente. Todo conocimiento se funda o comienza en la acción; pero la realización de la acción no implica, inmediatamente, conocimiento de la misma. La acción y su conceptualización son dos actos diferentes.35
Uno de los dos principales resultados de nuestras investigaciones, junto al análisis de la toma de conciencia como tal, es el de demostrarnos